El calvinismo fue otra de las doctrinas reformistas que surgieron en el siglo XVI. Juan Calvino, teólogo francés, fue su fundador. Siendo muy joven conoció la doctrina de Lutero y decidió no solo seguirla sino hacerla más estricta. Como Lutero afirmó la justificación por la fe, confirmó al importancia esencial de la Biblia y rechazó la autoridad del Papa o de la Iglesia de Roma por carácter divino.

La afirmación de la pobreza predicada por esucristo y practicada por las primeras comunidades cristianas, le hacía rechazar cualquier manifestación de riqueza u ostentación en la Iglesia, de ahí que se retiraran objtos de artel, instrumentos musicales, y todo lo que fuera ornato. Proponía limitar el culto a la oración y recitación de salmos, en un ambiente de total austeridad, de ahí que cuando se habla de “espíritu calvinista” se trata de definir algo muy sencillo, austero y sin ostentación. El hombre debía tener relación personal con Dios, con la esperanza de ser uno de los elegidos, pues el calvinismo defendía la predestinación.

Calvino procuró la expansión de su doctrina primero en Francia donde sus seguidores fueron llamados hugonotes, y luego en Suiza donde tuvo que refugiarse porque las autoridades francesas comenzaron una dura política contra los partidarios de su religión, a los que perseguían, enviaban al destierro o simplemente ejecutaban en la hoguera.