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Las
murallas de Constantinopla |
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Cuando en los siglos IX y X muchas ciudades europeas luchaban por mantenerse a flote, Bizancio, la antigua Constantinopla, se elevaba con elegancia sobre las aguas del Bósforo. Los viajeros occidentales volvían de sus viajes por el Este del Mediterráneo contando la fascinación que les había causado la visión de la ciudad. Su asombro podría compararse al que causaba la contemplación Nueva York a los emigrantes europeos cuando se iban acercando al puerto. |
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Bizancio, la ciudad que debía su nombre a Byzas de Megara, su fundador, cambió su nombre por el de Constantinopla cuando Constantino el Grande la erigió de nuevo en el año 324. El emperador la dotó de edificios majestuosos, que rodeó con una gran muralla. Sucesivas ampliaciones, en el siglo V, consiguieron alzar la muralla más robusta de todas las ciudades europeas. La muralla, junto a las iglesias, fueron los rasgos más descritos por los viajeros, muestra de que eran los edificios que más les impresionaban.
La muralla rodeaba la Península en la que se había erigido la ciudad. Tanto por mar como por tierra Constantinopla estaba bien cercada, con un muro simple por el lado del mar, y doble por el de tierra. Por el lado de tierra había un foso de 18 metros, que rodeaba un camino exterior de 14 metros de anchura. Tras él se elevaba un muro de 9 metros de alto, parapeto del muro interior (de 11 metros de altura y 5 de grosor) que se levantaba tras dejar un camino interior de 20 metros. En el muro interior se elevaban grandes torres cuadradas, flanqueadas por torres circulares.
La majestuosidad del conjunto culminaba con la Puerta de Oro, entrada monumental con grandes pilastras de mármol, y enormes estatuas de elefantes, constaba de tres puertas, fabricadas de hierro e insertadas en planchas de oro, de las cuales la central era más grande y solo se abría para permitir el paso del emperador. |
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