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| El viajero que se acerca a una ciudad en la Edad Media divisa, ya a distancia, unas murallas que le impedirán el paso. Tras franquear la puerta que permite controlar su entrada, el viajero penetrará en un espacio que le resultará difícil de comprender. La muralla es la definición de la ciudad, separa el espacio rural del urbano, y determina su función esencial: la defensa de los ciudadanos. La Edad Media no descubre la muralla, la hereda y la reaviva. |
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En los primeros tiempos medievales las murallas fueron los elementos defensivos necesarios para evitar los asaltos de las grandes oleadas de invasores. Los propios pueblos bárbaros o germánicos que habían acabado con el Imperio Romano de Occidente vieron la necesidad de pertrecharse en unos espacios que no permitieran la destrucción que traían otros pueblos bárbaros que llegaban después.
El Imperio Romano de Oriente erigió las más impresionantes murallas de aquel tiempo, las de Constantinopla, para evitar que su destino fuera el mismo que el de la parte Occidental del que había sido el gran poder del Mediterráneo en la antigüedad. Defendiendo a una ciudad tenían conciencia de que defendían el Imperio, y en cierto modo así fue.
Las murallas de Constantinopla eran un elemento disuasorio, y ni los pueblos germánicos en el siglo V, ni los árabes en el siglo VIII se atrevieron al asalto. Mientras las murallas cumplían su misión de asustar y alejar a los grandes peligros, el Imperio bizantino pudo mantenerse. Y, después de la caída de Constantinopla, el Mediterráneo se jalona de fortalezas que responden a un juego de equilibrios -y de economía de estrategias y de medios- entre el Imperio Otomano y la Cristiandad Occidental. |
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