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Tras
varios siglos de expansión y conquista de vastos y distantes territorios,
que en el transcurso de la República habían sumido al estado romano
en constantes y dilatadas contiendas, la Roma de Augusto (31 a.C.-14
d.C.) presentaba entre sus prioridades políticas la culminación del
dominio romano, bajo el cual se difundían, según la propaganda augustea,
todas las virtudes y excelencias de la civilización, en contraste
con el mundo bárbaro, salvaje e ignorante que quedaba al margen de
ella
Con el pretexto de afianzar las fronteras e instaurar una nueva época de paz, -la pax augustea-, su política condujo inexorablemente a un sinfín de guerras, cuyo fin último era fijar el límite norte en lugares geográficamente estratégicos como el Rhin y el Danubio. A la consolidación de un sistema defensivo tanto en el limes renano como en el danubiano, que separaba el mundo civilizado, el romano, del bárbaro, contribuiría decisivamente Domiciano (81-96 d.C.), estableciendo campamentos legionarios en lugares clave.
Habría que esperar, sin embargo, al gobierno de Adriano (117-138 d.C) para la definitiva organización del sistema defensivo en los límites fronterizos, el limes renano, el danubiano, el sirio y el norteafricano, aunque el más completo fue levantado en Britannia.
Si bien existía ya como precedente un sistema permanente de fortificaciones que databa de la conquista, en época de Claudio (41-54 d.C.), el muro de Adriano fue erigido como una muralla continua de piedra, precedida de un foso, con fortificaciones y torres de vigilancia situadas a intervalos regulares, que atravesaba la isla de este a oeste entre la bahía de Solway y la desembocadura del río Tyne. A pesar de su apariencia inexpugnable, años más tarde durante el gobierno de Antonino Pío (138-161) los problemas causados por los brigantes propiciarían la construcción de un nuevo muro, levantado unos 100 kms. al norte del muro de Adriano. |
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