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Las legislaciones nacionales referidas a la regularización se han convertido en nuestro tiempo en muros inexpugnables para los inmigrantes clandestinos. A un mismo tiempo barrera y puerta de acceso a las ciudadanías contemporáneas, todos los países del mundo han venido orquestando medidas legales que dictan su relación con respecto al interés de los otros por formar parte de ellas. Si Estados Unidos practicó expulsiones masivas durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX, la joven Ghana adoptó leyes de expulsión en 1969, Nigeria lo hizo en 1983, y casi una década más tarde, en 1992, Gabón expulsó a 10.000 nigerianos. Los muros legales no son pues cosa exclusiva del llamado primer mundo. No en vano, los jóvenes estados nacidos del proceso de descolonización, han hecho uso de los aprendizajes políticos y legales de las metrópolis rectoras.
Pero la mayor parte de los Estados han combinado en su historia los dos tipos de medidas legales: las de expulsión y las de aceptación. Argentina regularizó a 400.000 personas y Francia a 130.000 en 1974, y esta última a otras tantas entre 1981 y 1982. Ciertamente, Francia viene aplicando la ley de expulsión a un contingente de personas nada despreciable, que oscila entre las 30.000 a 40.000 anualmente. La actitud restrictiva de los poderes políticos en Europa y en América del Norte, posteriormente también en países de geografías periféricas, como Nueva Zelanda y Australia, ante al aumento de las migraciones irregulares sufrió una importante evolución en la última década.
Los dispositivos legales y las medidas policiales de ellas derivadas han puesto de manifiesto una tendencia generalizada a constreñir o limitar la movilidad incontrolada, siendo este además uno de los asuntos fundamentales en los debates acerca de los efectos nocivos de la globalización. A modo de modernas fortalezas pues, las medidas legales que se han ido dictando en la mayoría de los países ricos, con el fin de hacer frente a la regularización de la migración clandestina, ejerce de muro de contención contemporáneo frente a la avalancha de grupos humanos que, en su huida de la miseria y la desesperación abandonan país, familia y cultura, casi siempre sin rumbo fijo ni expectativas de futuro.
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