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Se
trata del más antiguo recinto amurallado del que se tiene constancia,
a juzgar por las excavaciones dirigidas, entre 1952 y 1956, por la
arqueóloga británica K. Kennyon, quien lo atribuyó a un período Neolítico
Precerámico situado entre 8300 y 7600 a.C.
A tenor de los restos hallados, la muralla estaba cimentada en una profunda zanja practicada en la roca y habría alcanzado una altura que, según los cálculos, oscila entre 8 y 10 metros. Compuesta por dos tramos, el primero de unos 5 metros en piedra y el segundo, a modo de remate, en adobe, aparecía también dotada de una torre circular.
La relevancia de estos vestigios no sólo reside en la constatación del inicio de una tendencia que, perviviendo en el transcurso de la historia, refleja la protección y defensa de la aldea, sino particularmente en las consideraciones que su construcción implica, ya que la decisión de amurallar el espacio destinado al habitat presupone, más allá del concepto de estabilidad y sedentarización, el esfuerzo de una colectividad que acomete una obra de interés para la comunidad y, que, por tanto, expresa el desarrollo de una riqueza y unos intereses comunes dignos de proteger.
Para encontrar una mayor incidencia de este fenómeno habrá que esperar, no obstante, al V milenio a.C., de cuya época se conservan los muros defensivos de aldeas ya plenamente neolíticas como Hacilar en Anatolia y Tell es-Sawwan en Mesopotamia. |
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