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Mediterráneo |
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La guerra entre el Mediterráneo cristiano y el Imperio Otomano tiene entre sus constantes la necesidad de los cristianos de proteger, cubrir, defender su espacio con una red de fortalezas. Los turcos, sin embargo, no siguen esa misma política y sus defensas fortificadas son mucho menores y de peor calidad.
La Cristiandad se sentía más segura tras esas líneas de defensa, esos frentes amurallados que levantaba contra el Islam. Así, las encontramos desde Hungría, en el Danubio, en el "limes" veneciano, en las costas de Nápoles y Sicilia, hasta el litoral español, separando no ya dos ejércitos o dos potencias, sino dos civilizaciones.
No obstante, si el Turco no sobrepasa con frecuencia las líneas defensivas que, de Nápoles y Sicilia, pasando por Malta, se extendían hasta las posiciones cristianas en las costas norteafricanas (La Goleta, especialmente) es porque prefiere no arriesgarse a ello. Pero cuando se lo propone nada se lo impide. Esa libertad de acción unida a la del corso argelino obliga a la Cristiandad a levantar torres, atalayas y fortalezas en sus costas para organizar su defensa y parapetarse en ellas frente a la amenaza. Murallas que son, además, constantemente reformadas y modernizadas. |
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