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Un milenio después, el surgimiento de la ciudad en la Baja Mesopotamia propiciará el auge de las murallas urbanas, al igual que en Egipto, el resto del Próximo Oriente Asiático y, posteriormente, en Grecia, Roma y otras civilizaciones de la antigüedad; ya que, al ser una construcción comunitaria, la muralla era reconocida por los antiguos como el componente esencial de una ciudad al delimitar la frontera entre el mundo organizado y el mundo salvaje. En el mismo sentido, estas murallas se alzarán también como infranqueables muros entre el mundo de los vivos y de los muertos.
Sin embargo, podría causar asombro el amurallamiento del recinto exclusivamente urbano en un contexto, el del mundo antiguo, en el que el concepto de ciudad implica de modo indivisible el territorio circundante, que es fuente a su vez del grueso de los recursos.
No es extraño, si se considera la conjunción en el medio urbano de aquellos que se habían erigido en mayor o menor medida en líderes de la comunidad, bien como jefes políticos, intérpretes de las divinidades -artífices a su vez de otros muros en el interior del recinto urbano- o gestores de los recursos en las sociedades próximo-orientales, mientras, en un estadio más avanzado, ya en la órbita del mundo clásico en el recinto urbano residía igualmente la representación de las instituciones cívicas, de orden político, económico y religioso. |
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