No se representan objetos sino una experiencia concreta de los mismos
Partiendo de lo anterior, es lógico deducir que lo que realmente se representa no es el objeto material situado frente al sujeto, sino una confrontación entre dicho objeto y la definición cultural del mismo que posee el sujeto productor de la imagen. Se podría definir la representación icónica como aquella en la que transcribimos mediante artificios gráficos (o de otra clase) las propiedades culturales atribuidas al objeto representado.
La experiencia ante el objeto es fruto de esta confrontación, y esto es lo que realmente se representa: no las propiedades del objeto, sino la valoración cultural e individual realizada por el sujeto productor de la imagen. Esta relación objeto-sujeto es única, ya que las distintas circunstancias hacen que en diferentes momentos el mismo sujeto tenga una experiencia diferente del mismo objeto. Por lo tanto lo que se representa no es un objeto, una situación, etc., sino una experiencia concreta de ese objeto con una valoración cultural e individual de dicho objeto.
Podemos concluir que la producción de la imagen es un testimonio gráfico, una "acta notarial", en definitiva una escritura de una experiencia concreta ante un objeto, etc. Ya sea una boda, una reunión de amigos, una importante cacería en el Paleolítico, o sencillamente la emoción ante una puesta de sol especialmente hermosa.