Las ideas se transforman en realidad material por medio de la actividad práctica. Y un ejemplo claro de ello son las representaciones materiales como dibujos, esculturas, máscaras, películas, etc. Todas estas representaciones, aunque se refieran a un objeto genérico, siempre manifestarán cierta particularidad, inevitable en su concreta ejecución material.
Así que si pretendemos evocar una cierta imagen mental mediante una representación gráfica, ésta debe consistir en una figuración del referente considerada aceptable para la mayoría de los sujetos que la observen. Si queremos representar conceptos muy genéricos, la posibilidad de éxito será mayor cuanto menor sea la singularidad formal de la expresión gráfica. Esto implica que las fotografías, por ejemplo, serán menos adecuadas generalmente, para dichas representaciones genéricas; ya que sus propias características implican una gran singularidad. "Sabemos" que la fotografía ha sido tomada de un sujeto "real" particular, sin embargo, el dibujo no implica necesariamente esa proximidad casi tangible al objeto singular. Podemos dibujar una escalera más o menos genérica, sin embargo la fotografía siempre corresponderá a una escalera concreta.
Lo mismo sucede, corregido y aumentado, en el caso del cine y de la televisión. Ya que la dimensión temporal en la continuidad de la representación audiovisual añade aún más concreción particular a lo representado. En una película no sólo vemos una escalera concreta, sino que incluso podemos saber en que casa está, quien la utiliza, etc. Esto produce ciertas limitaciones en la narrativa audiovisual: podemos evocar un espacio o una situación muy concretos, pero es difícil evocar espacios o situaciones genéricas (a no ser que utilicemos explicaciones verbales más aptas para los contenidos abstractos).