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En el Norte de Africa, en cambio, el medio geográfico, dominado por el desierto, condicionó un sistema defensivo distinto y, en lugar de muros, un gran foso de 800 kms. de longitud fue excavado para proteger las provincias romanas de las incursiones de las tribus del desierto. Resultó infructuoso ante la invasión de los mauri, que no sólo asolaron el Norte de Africa sino también la Betica entre los años 172-173 y 177-178.
Procesos de penetración similares sufrieron en el transcurso del Imperio Romano los demás limites. El sirio u oriental amenazado por los partos, el renano por diversos pueblos germánicos y el danubiano por los godos.
No obstante, la relación con algunos de los pueblos considerados como bárbaros según el criterio romano no fue siempre hostil, ya que en cierto modo ejercían un papel de freno a las intenciones más ambiciosas de otros pueblos. Es el caso de los godos, quienes desde Constantino poblaban la otra orilla del Danubio y eran federados del Imperio.
En el año 376 la presión ejercida sobre ellos por los hunos, que tras su expulsión de China habían invertido su marcha hacia Occidente, propiciaría su acceso parcial -el de los futuros visigodos y ostrogodos- a Tracia y, posteriormente, a las Galias, mientras otro contingente de godos en el 382 se asentaba con el beneplácito de Teodosio en el territorio situado entre el Danubio y los Balcanes, a cambio de suministrar soldados al Imperio.
Se produjo así la sedentarización de varios pueblos originariamente nómadas que, integrados paulatinamente en las estructuras del Imperio romano, acabarían por protagonizar paradójicamente la defensa imperial frente a las sucesivas incursiones de otros bárbaros, como los hunos u otros pueblos de origen germánico.
Pero aquellos imponentes muros, del mismo modo que otros muros precedentes erigidos para defender el dominio de un gran imperio territorial, también fueron derribados. |
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