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Monasterios |
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Al comienzo de la novela El nombre de la Rosa, Guillermo de Baskerville y Adso de Melk, sus protagonistas, divisan a lo lejos una fortaleza amurallada. Les impresiona su magnitud: situada en lo alto de una colina, una gran muralla rodea el recinto, y sobre ella sobresale una gran mole, una torre, que constituye la parte esencial del edificio.
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Cualquier caminante que enfilara las vías de Europa en la Edad Media podía encontrar estos grandes recintos amurallados. Podían ser pequeñas ciudades pero no lo eran, podían ser castillos pero tampoco lo eran, sus moles elevadas no eran las torres del homenaje de los castillos, eran generalmente grandes iglesias. Esas fortalezas eran abadías o monasterios. A distancia, pocas cosas les diferenciaban de las construcciones civiles o militares. Dentro, las dependencias y sus funciones variaban de las de los castillos.
Para entrar al monasterio había que traspasar una puerta, como había que hacerlo en una ciudad o en un castillo. Se entraba a un gran patio del que partían varias dependencias. Las más importantes o representativas del monasterio eran la iglesia, el claustro, el "scriptorium", el refectorio o las dependencias de los monjes. Su función primordial de centro de oración, no le resta importancia como elemento defensivo del medio rural.
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