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Lejos
de disuadir a estos pueblos, la amenaza sobre la frontera noroeste
no cesaría, llegando a poner en peligro la estabilidad de la dinastía
Han (206 a.C.-220 d.C.). Fue en este contexto, bajo el gobierno del
emperador Hui-Di (140-87 a.C.), cuando se determinó la ampliación
de la muralla por la frontera occidental entre los años 117-100 a.C.;
aunque esta política de reforzamiento defensivo no impediría la posterior
invasión de los hunos y, en consecuencia, la caída de los Han.
En el transcurso de las siguientes décadas, China experimentó el deterioro del poder imperial y su disgregación, agudizándose el proceso de penetración de los bárbaros de las estepas. Ni la instauración de la dinastía Jin en el año 280 d.C., ni sus esfuerzos por ampliar de nuevo la muralla conseguirían frenar a principios del siglo IV las incursiones de los xiongun, los xianbei y los toba, quienes arrebatarían al poder imperial la zona norte.
Aun siendo evidente la vulnerabilidad de las barreras alzadas, sucesivas dinastías persistirían a lo largo de los siglos en el reforzamiento de la Gran Muralla, datando la última reconstrucción de la dinastía Ming (1368-1644). |
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