La música es una forma de expresión del ser humano y que le distingue de los animales pero ¿qué papel juegan los avances tecnológicos en el desarrollo creativo y a la hora de escuchar música?.
Músicos como Richard Strauss o Arnold Schöenberg se interesaron en buscar nuevos timbres y sonoridades dentro de la orquesta añadiendo nuevos instrumentos alejados de los que se conocen como “tradicionales”.
A lo largo del tiempo con el desarrollo de los medios tecnológicos los recursos de que dispone un compositor han ido aumentando. En 1909, Luigi Russolo en su “Manifiesto Futurista” habla de combinar sonidos procedentes de máquinas y no de instrumentos musicales tradicionales y combinar esos sonidos con un criterio artístico o basándose en la imaginación del creador.
Corrientes musicales vanguardistas como la música electrónica y la música electroacústica entre otras hacen uso de la tecnología del momento en sus procesos creativos.
Uno de los debates que surgen con la incorporación de la tecnología en la creación musical es ¿cómo quedan definitivamente las figuras del compositor e intérprete?.
La propia naturaleza de la música hace que, como indica Raúl Angulo en su artículo, “La música, arte interpretativo” sea un arte diferente a las demás ya que por ejemplo, cuando el pintor o el escultor terminan su cuadro u objeto es percibido por el público como tal. Sin embargo la obra del músico plasmada en la partitura, no es ningún objeto sonoro. Para convertirse sonido y necesita de un segundo momento o fase, y esto es obra del intérprete. Así el intérprete tiene la posibilidad de realizar múltiples cambios. ¿Dónde está el límite en esos cambios? En mantener el espíritu de la obra fiel al original ya que la tarea del intérprete es ejecutar la obra anotada en la partitura.
Con la aparición de la música elaborada con dispositivos electrónicos la duda queda resuelta: las figuras de compositor e intérprete se funden una sola. Ya no existe como el siglos anteriores un creador musical y bien diferenciado de él un ejecutante que transforma en sonidos todo aquello que el compositor plasma en un pentagrama. Imaginemos una sesión de un Disc Jockey: él utiliza la mesa de mezclas, reproductor de sonidos etc. pero no es compositor de la música o sonidos que se escuchan, está más cerca de ser un “improvisador” que combina todo el material sonoro del que dispone de acuerdo a sus gustos, experiencia o pericia. Tampoco se trata de un “intérprete” convencional ya que los sonidos que de su sesión salen no los produce él sino la máquina que manipula.
De acuerdo a este nuevo perfil de creador-intérprete la industria de entretenimiento hace que con sus poderosas campañas publicitarias los gustos de la gente joven, sobre todo, vayan girando entorno a esta nueva fórmula musical donde en ocasiones no es necesaria ni una formación musical básica para combinar esos “nuevos sonidos”. De esta manera y teniendo al público ya “orientado” hacia sus propios intereses se ve en la necesidad de ampliar su producción y satisfacer la demanda de productos musicales electrónicos muchas veces de dudosa calidad. ¿Cómo se puede detener este ciclo?. Ni siquiera el ejecutante de la música electrónica domina el arte de la música desde sus fundamentos más básicos y reglas establecidas.
Por otro lado en la cadena de registro, reproducción y distribución de cualquier tipo de música la tecnología juega un papel fundamental. Uno de los principales avances tecnológicos de los que se “sirvió” la música para mejorar el almacenamiento y posterior reproducción en soportes físicos como el CD, minidisc etc. fue la grabación digital que elimina cualquier ruido o sonido adicional a la propia música como la aguja tocando el disco o el cabezal de la cinta tocando la cinta grabadora. Así el sonido obtenido mediante un registro digital es idéntico al original.
Existen otras muchas vinculaciones entre el fenómeno musical y la tecnología como el uso de la música en radio, televisión, cine etc. pero desde el análisis de la perspectiva en que se ha abordado este artículo parece que la tecnología musical no exige nada a la música, simplemente se pone a su servicio para facilitar procedimientos que a la propia música le interesan como son su distribución entre el gran público, que pueda ser “guardada” en soportes en que no pierda calidad, su reproducción sea fiel reflejo del sonido original etc. mientras que la tecnología aplicada al proceso creativo de una obra puede incorporar elementos novedosos frente a los sonidos de los instrumentos tradicionales. El surge cuando esa tecnología aplicada a la composición sea el fin en sí mismo. En ese momento el hombre es esclavo de la misma y puede caer en recurrir a ella cuando sus ideas musicales no fluyan con claridad y por tanto la música perdería su identidad. Al escuchar esa música ya no será la expresión interior de un artista sino casi una “evasión” de sí mismo tratando de que la tecnología sustituya el proceso creativo y artístico del hombre.