Las referencias más antiguas acerca de un diluvio en la tradición literaria del mundo clásico proceden de Hesíodo, alrededor siglo VII a.C., en cuyos Fragmentos se nombra a Deucalión, hijo de Prometeo, como contemporáneo del desastre. A aquel diluvio hará mención el propio Platón, en uno de sus Discursos (Timeo, 23), en una breve cita de la que se desprende el conocimiento y difusión de la leyenda. Sin embargo, las narraciones completas se encuentran en los textos de autores muy posteriores, Ovidio (Metamorfosis, I, 164-415) en torno al cambio de era, Luciano de Samosata (De Dea Syria, 12-13) y Apolodoro (Biblioteca, I.7, 2-3), del siglo II d.C.
En estas versiones, la decisión divina se debe fundamentalmente a
la iniciativa de Zeus/Júpiter ante la mala conducta, soberbia e impía,
de Licaón y sus descendientes, mientras del gran diluvio como desencadenante
de la catástrofe la pareja formada por Pirra y Deucalión protagonizan
la supervivencia, el arribo al monte Parnaso y la ofrenda de sacrificios.
Ovidio incluirá también la celebración previa de una asamblea de dioses
en el Olimpo que, recordando el diluvio mesopotámico, aprueba el castigo,
y Apolodoro el período de duración, nueve días y sus correspondientes
noches.
Sin embargo, son significativas las desviaciones de la tradición
próximo-oriental que la mitología clásica experimenta.
En este sentido, Ovidio no incluye revelación alguna de los
dioses a los supervivientes, por lo cual quedan excluidas órdenes
sobre la construcción de la embarcación y la custodia
de especies. La salvación parece residir más en la fortuna,
sin elección previa de los dioses, que, ante los hechos consumados
y la conducta piadosa de la pareja, decidirán concederles la
progenie del nuevo género humano.
En Apolodoro, -quien especifica la limitación del diluvio
a la Hélade- Deucalión sí recibe el consejo
de construir un arca y embarcar en compañía de Pirra
con todo lo necesario. Pero el autor de la confidencia no es uno
de los dioses como en el Poema de Gilgamesh, ni por supuesto Zeus,
como divinidad principal, al estilo bíblico. Quien aconseja
a Deucalión no es otro que su padre Prometeo, conocedor de
los designios de Zeus.
En ambos, no obstante, el oráculo les transmitirá
la clave para la descendencia de la especie. Arrojando a sus espaldas
los huesos de la gran madre, -la tierra-, las piedras que tiró
Deucalión se convertirían en hombres, las de Pirra
en mujeres. |