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Los siglos modernos se inician con la que va a ser una de sus características esenciales: la ampliación de los espacios, la apertura de nuevas rutas, el descubrimiento de nuevos mundos... y consecuentemente nuevos movimientos de poblaciones hasta entonces incomunicadas.
El Atlántico se convierte en una vía de tránsito de población. En primer término, entre Europa y América. El flujo es recíproco pero enormemente desigual. A lo largo de la Modernidad se inicia un importante trasvase de población europea al Nuevo Mundo -que tendrá su continuidad en la época contemporánea-, que no se ve compensado por los escasos americanos que llegan -o que son llevados- a tierras europeas.
Pero ese trasiego demográfico a través del Atlántico -igual que ocurre con otros aspectos de la nueva economía-mundo- es, en realidad, tripartito. África es el tercer referente y su participación se refleja en movimientos forzosos, organizados en el siniestro tráfico de esclavos que, dirigido por los europeos, afecta determinantemente a la configuración de la población americana y, al tiempo, tiene efectos devastadores sobre las sociedades de determinadas zonas africanas. |
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