"Las
tendencias actuales, y quizá las más aceptables, son, en fin,
aquellas que defienden una distinción entre los órdenes del pensamiento
y del lenguaje, pero dando a este último una dimensión activa
y constituyente con respecto al primero. No hay la menor duda de que a la hora
de considerar y comprender tanto el origen como la misma validez objetiva del
conocer hay que tener en cuenta la mediación lingüística
a la que debe someterse, sin la cual no podría cristalizar como conocimiento
(...)
Es, pues, razonable considerar al pensamiento, juntamente con el lenguaje, como
un todo estructural y no como una simple unidad indiferenciada, ni, mucho menos,
como dos órdenes de la realidad plenamente extrañados entre sí.
Es una estructura múltiple y sintética en la que no se disuelve
ni aniquila ninguno de los elementos que la componen (...).
Lo que se quiere decir no es tanto que el lenguaje "abra" un mundo,
en el sentido de darle existencia metafísica, sino que es un arma eficaz
y colaboradora para la configuración significativa de la realidad. De
este modo, el lenguaje asume los papeles de una estructura apriórica,
aun cuando en este caso diste mucho del riguroso sentido que esta expresión
tenía en el pensamiento kantiano. Con todo, no hay duda del papel moldeador
y constitutivo que puede ejercer; no es ninguna dimensión interna de
una conciencia especular, sino una instancia intersubjetiva que permite marcar
los límites y el sentido mismo que la objetividad puede alcanzar, cuando
ésta queda expresada en el lenguaje"
(ARCE,
J.L., Teoría del conocimiento. Sujeto, lenguaje, mundo).
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