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La
Peste Negra |
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En realidad la enfermedad no era nueva, ya se había producido una epidemia similar en el siglo VI, a la que se ha bautizado como peste justinianea por haberse producido en la época en que Justiniano gobernaba el Imperio Romano de Oriente (527-565). Pero tras este episodio, aunque largo y mortífero, la peste parecía haber desaparecido. En realidad se había retirado a la zona del desierto de Gobi, donde permaneció durante siglos como enfermedad endémica.
En la primera mitad del siglo XIV, por razones diversas, la enfermedad abandonó su carácter de endemia, y se expandió como epidemia, tanto hacia el Este como hacia el Oeste de su núcleo de Gobi. A través de la colonia genovesa de Caffa en el mar Negro se introdujo en Europa, y una vez que llegó a este continente el avance fue espectacular. Hombres y mujeres, niños y ancianos, ricos y pobres, todos sin excepción podían caer víctimas de la peste. La medicina de la época no sabía como curarla. Para poder hacerlo tenían que preguntarse por las causas, pero eran desconocidas. El castigo de Dios por los pecados de los hombres parecía la explicación más razonable.
A muchos quería castigar Dios si se tiene en cuenta la magnitud de las cifras de fallecidos. Aunque no es fácil conocer ni las cifras exactas de población de aquella época, así como las cifras de muertes, las fuentes de la época se inclinan por indicar que un tercio de la población de Europa murió de la epidemia. Si había 75 millones de habitantes, morirían unos 25 millones. Fue una gran catástrofe. La extinción humana fue tan considerable, que muchas comunidades sufrieron una clara disminución, o hasta la extinción en algunos casos.
La repercusión de la peste fue de tal magnitud, que no solo se observa en la elevada mortandad, sino en otros muchos aspectos de la vida de los hombres de aquel tiempo. Hubo cambios en la conducta de los hombres, algunos se dedicaron a vivir bien, comer, beber y divertirse. Otros tomaron el camino de la religiosidad y se dedicaron a dar limosnas, acudir a misas, y a propiciar el culto de los santos de la peste, S. Sebastián y S. Roque. No faltaron consecuencias de carácter económico y social, de importante magnitud, como tampoco faltaron repercusiones psicológicas y culturales.
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