Las
personas no sólo nos movemos por razones, de ahí que muchos discursos
no apelen a la inteligencia o al sentido común. Una combinación
de autoridad, de retórica deslumbrante (aunque sofística), dirigida
a exaltar las emociones de un pueblo, puede llevar a una nación a la
locura. El pasado histórico nos ofrece ejemplos de ello; lamentablemente,
nuestro presente también.
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