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	     |  |  5.
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	   		  |  Las grandes potencias europeas.
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	   		  | El Imperio Ruso |  
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			    | Durante todo el siglo XIX, Rusia se mantuvo al margen de las corrientes liberales y burguesas que transformaron Europa occidental. Los zares conservaron su poder absoluto aliados a la iglesia ortodoxa y a una aristocracia que mantenía la servidumbre feudal en las atrasadas zonas rurales de ese inmenso país. 
 Tras la guerra de Crimea (1853-1856), el zar Alejandro II comprendió la necesidad de industrializar el país, para lo cual realizó una serie de reformas liberalizadoras, comenzando por la abolición de la servidumbre en el campo (1861).
 
 
   Pero
                  el sistema de comunidades campesinas (mir) impidió
                  que afluyeran las necesarias masas humanas a las nuevas fábricas,
                  la clase media apenas si existía y la población urbana suponía
                  menos de un 10% y sufría pésimas condiciones de vida. El descontento
                  radicalizó a algunos grupos que terminaron asesinando a Alejandro
                  II en 1881, mediante una fuerte explosión de dinamita. Sus sucesores,
                  Alejandro III y Nicolás II suprimieron algunas reformas y reprimieron,
                  con una policía implacable, todo movimiento liberalizador. 
 Desde el punto de vista territorial, Rusia experimentó una gran expansión en esta segunda mitad del siglo XIX, sobre todo en Asia (pues en América vendió Alaska a los Estados Unidos en 1867), gracias al desarrollo del ferrocarril transiberiano, y no renunció a su influencia en los Balcanes ni a la participación en los juegos diplomáticos de la época. La entrada en la Primera Guerra Mundial fue la consecuencia lógica de todo ello, lo que unido al descontento popular provocaría la caída violenta del zarismo y el triunfo de la revolución bolchevique.
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