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	     |  |  5.
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	   		  |  Las grandes potencias europeas.
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	   		  | La Francia del II Imperio y la III República |  
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			    | 1848 marcó
                  el ascenso al poder de Luis Napoleón Bonaparte como presidente
                  de la II República francesa, pero en 1951 dio un golpe de Estado
                  que lo convirtió en Emperador. El II Imperio
                  francés fue una época de estabilidad política y desarrollo económico
                  e industrial. Tras una primera fase autoritaria, el emperador
                  aplicó una política liberal moderada que buscó apoyos en diversos
                  grupos sociales, mientras mantenía una actitud de prestigio
                  en el exterior con intervenciones militares brillantes como
                  la guerra de Crimea contra Rusia y con fracasos estrepitosos
                  como el intento de establecer un imperio títere en México. 
 La rivalidad con Prusia desembocó en una guerra (1870) que mostró
                  la debilidad real del imperio francés frente al poderoso vecino
                  germánico. En unos meses se produjo una derrota total que permitió
                  a los prusianos unificar Alemania (II Reich).
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			  | Bajo la presión de las tropas prusianas, el pueblo de París
                  no aceptó el gobierno moderado de Thiers y se sublevó, manteniendo
                  durante tres meses en la capital un gobierno obrero inspirado
                  por la AIT, la Comuna, que finalmente fue duramente
                  reprimido y sus dirigentes fusilados. 
 Se constituyó entonces la III República que,
                  para evitar nuevas rebeliones, tomará medidas sociales, como
                  la jornada de diez horas, el establecimiento de un salario mínimo
                  y una pensión de jubilación. El laicismo en política y en educación
                  se acabó imponiendo en esta nueva fase política de Francia,
                  pero algunos problemas continuaron latentes, como el militarismo,
                  y otros comenzaron a adquirir alarmantes proporciones, como
                  el antisemitismo, según quedó patente en el asunto Dreyfus,
                  militar judío francés al que se acusó injustamente de conspirador
                  y antipatriota.
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