|   En cada país estos sistemas totalitarios fascistas tuvieron sus rasgos propios. Pero presentan unas características comunes: 
	   		      Su rechazo al sistema democrático liberal y, a la vez, su voluntad de impedir -mediante la violencia sistemática- el peligro de revolución socialista en su país.
 
Un nacionalismo imperialista: someter por la fuerza a otros pueblos para engrandecer la propia nación (el “espacio vital” o Lebensraum de los nazis). Tendencias xenófobas y -de forma radical en el caso alemán- antisemitas. El pueblo debía estar permanentemente “entrenado” para una intervención. El desarrollo de este imperialismo fue la razón principal del estallido de la II Guerra Mundial.
 
El totalitarismo: la subordinación “total” del individuo al Estado, la Nación y al Partido. Mussolini lo expresó así: “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. En la práctica suponía:
 
 
                  La supresión de toda forma de oposición o disidencia política, consideradas como una traición a la comunidad nacional.
 
Un estricto control social: desde el poder se organiza la vida cotidiana, las costumbres, la cultura, el arte... Y lo hacen desde el sistema educativo, las organizaciones del Partido para cada sector de la población (juventud, mujeres, mundo laboral) y la utilización masiva de la propaganda (época de la radio y los noticiarios cinematográficos).
 
La economía está subordinada a los objetivos del Estado. Se permite la economía privada capitalista, pero hay un dirigismo estatal: la industria armamentística,  obras públicas, sindicación obligatoria, prohibición de la huelga,...
 
Partido único y jefe carismático. El Partido actúa como vanguardia de la comunidad nacional, dirige la conquista del Estado e implanta el sistema totalitario. Está organizado según el modelo militar basado en la jerarquía, la disciplina y la obediencia. El líder carismático (Duce, Führer) representa a la nación entera y la “guía” hacia su “grandeza”.
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