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Spinoza: Textos

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SPINOZA, B., Tratado de la reforma del entendimiento, 14-15

"Como el hombre concibe una naturaleza humana mucho m谩s perfecta que la suya y ve, adem谩s, que nada impide que 茅l la adquiera, se siente incitado a buscar los medios que le conduzcan a esa perfecci贸n. 脡ste es, pues, el fin al que tiendo: adquirir tal naturaleza y procurar que muchos la adquieran conmigo; es decir, que a mi felicidad pertenece contribuir a que otros muchos entiendan lo mismo que yo, a fin de que su entendimiento y su deseo concuerden totalmente con mi entendimiento y con mi deseo. Para que eso sea efectivamente as铆, es necesario entender la Naturaleza en tanto en cuanto sea suficiente para conseguir aquella naturaleza. Es necesario, adem谩s, formar una sociedad tal como cabr铆a desear, a fin de que el mayor n煤mero posible de individuos alcance dicha naturaleza con la m谩xima facilidad y seguridad"

SPINOZA, B., 脡tica, 2陋 parte, Proposici贸n 40, escolio 2

"Por cuanto llevamos dicho aparece claramente que percibimos muchas cosas y formamos nociones universales: 1潞) a partir de cosas singulares que nos son representadas a trav茅s de los sentidos de forma mutilada, confusa y sin orden para el entendimiento; y por eso he solido calificar tales percepciones como conocimiento por experiencia vaga. 2潞) A partir de signos, como, por ejemplo, que al oir o leer ciertas palabras recordemos las cosas y formemos de ellas algunas ideas semejantes a aquellas con que solemos imaginarlas. A estos dos modos de contemplar las cosas los llamar茅 en adelante conocimiento de primer g茅nero, opini贸n o imaginaci贸n. 3潞) A partir, en fin, de que tenemos nociones comunes e ideas adecuadas de las propiedades de las cosas; y a 茅ste le llamar茅 raz贸n y conocimiento de segundo g茅nero. Adem谩s de estos dos g茅neros de conocimiento existe, como mostrar茅 a continuaci贸n, un tercero, al que llamaremos ciencia intuitiva. Y este g茅nero de conocimiento procede de la idea adecuada de la esencia formal de algunos atributos de Dios al conocimiento adecuado de la esencia de las cosas"

SPINOZA, B., 脡tica, 1陋 parte, definiciones y axiomas

"Definiciones:

•  Por causa de sí entiendo aquello cuya esencia implica la existencia, o sea, aquello cuya naturaleza no se puede concebir sino como existente.

•  Se llama finita en su género aquella cosa que puede ser limitada por otra de la misma naturaleza. Por ejemplo, se dice que un cuerpo es finito, porque siempre concebimos otro mayor. Y así también un pensamiento es limitado por otro pensamiento. Pero un cuerpo no es limitado por un pensamiento ni un pensamiento por un cuerpo.

•  Por sustancia entiendo aquello que es en sí y se concibe por sí, es decir, aquello cuyo concepto no necesita el concepto de otra cosa, por el que deba ser formado.

•  Por atributo entiendo aquello que el entendimiento percibe de la sustancia como constitutivo de su esencia.

•  Por modo entiendo las afecciones de la sustancia, o sea, aquello que es en otro, por medio del cual también es concebido.

•  Por Dios entiendo el ser absolutamente infinito, es decir, la sustancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita.

Explicación : Digo absolutamente infinito , y no en su género , porque de aquello que sólo es infinito en su género podemos negar infinitos atributos; en cambio, si algo es absolutamente infinito, pertenece a su esencia todo lo que expresa esencia y no implica negación alguna.

•  Se llamará libre aquella cosa que existe por la sola necesidad de su naturaleza y se determina por sí sola a obrar. Necesaria, en cambio, o más bien coaccionada, aquella que es determinada por otra a existir y a obrar según una razón cierta y determinada.

•  Por eternidad entiendo la existencia misma, en cuanto se concibe que se sigue necesariamente de la sola definición de una cosa eterna.

Explicación : Pues tal existencia se concibe como una verdad eterna, lo mismo que la esencia de la cosa; y, por tanto, no se puede explicar por la duración o el tiempo, aunque se conciba que la duración carece de principio y de fin.

 

Axiomas:

•  Todo lo que es, o es en sí o en otro.

•  Lo que no se puede concebir por otro, se debe concebir por sí.

•  De una determinada causa dada se sigue necesariamente un efecto y, al contrario, si no se da ninguna causa determinada, es imposible que se siga un efecto.

•  El conocimiento del efecto depende del conocimiento de la causa y lo implica.

•  Las cosas que no tienen nada en común unas con otras, tampoco se pueden entender unas por otras, o sea, que el concepto de la una no implica el concepto de la otra.

•  a idea verdadera debe concordar con su objeto ideado.

7. De todo lo que se puede concebir como no existente, la esencia no implica la existencia"

SPINOZA, B., 脡tica, 1陋 parte, proposici贸n XIV

" Aparte de Dios, no se puede dar ni concebir ninguna sustancia.

Demostración: Puesto que Dios es un ser absolutamente infinito, del que no pe puede negar ningún atributo que exprese la esencia de la sustancia (por 1/d6), y Dios existe necesariamente (por 1/11), si se diera alguna sustancia aparte de Dios, debería ser explicada por algún atributo de Dios, y así existirían dos sustancias del mismo atributo, lo cual (por 1/5) es absurdo. Por tanto, no puede darse ninguna sustancia fuera de Dios ni, por consiguiente, tampoco concebirse. Pues, si pudiera concebirse, debería necesariamente concebirse como existente. Es así que esto (por la primera parte de esta demostración) es absurdo. Luego fuera de Dios no puede darse ni concebirse ninguna sustancia.

Corolario 1 : De aquí se sigue con toda claridad: primero, que Dios es único, es decir (por 1/d6), que en la Naturaleza real no existe más que una sustancia y que ésta es absolutamente infinita, como ya hemos apuntado en el 1/10e.

Corolario 2 : Se sigue: segundo, que la cosa extensa y la cosa pensante o son atributos de Dios o (por 1/ax1) afecciones de los atributos de Dios"

SPINOZA, B., 脡tica, 5陋 parte, Proposici贸n XXXVI

" El amor intelectual del alma a Dios es el mismo amor de Dios, con el que Dios se ama a sí mismo, no en cuanto que es infinito, sino en cuanto que puede explicarse por la esencia del alma humana, considerada bajo una especie de eternidad. Es decir, que el amor intelectual del alma a Dios es parte del amor infinito con que Dios se ama a sí mismo .

(...)

Corolario: De aquí se sigue que Dios, en cuanto que se ama a sí mismo, ama a los hombres; y, en consecuencia, que el amor de Dios a los hombres y el amor intelectual del alma a Dios es una y la misma cosa"

SPINOZA, B., 脡tica, 5陋 parte, Proposici贸n XLII y escolio

" La felicidad no es el premio de la virtud, sino la virtud misma; ni gozamos de ella porque reprimimos las concupiscencias, sino que, al contrario, porque gozamos de ella, podemos reprimir las concupiscencias.

Demostración: La felicidad consiste en el amor a Dios, el cual nace del tercer género de conocimiento; y por tanto, este amor debe se referido al alma en cuanto que actúa, y, en consecuencia, es la virtud misma: que era lo primero. Además, cuanto más goza el alma de este amor divino o felicidad, más entiende, esto es, mayor poder tiene sobre los afectos y menos padece de los afectos que son malos. Y, por consiguiente, por gozar el alma de este amor divino o felicidad, tiene la potestad de reprimir las concupiscencias. Y, como el poder humano de reprimir los afectos consiste en el solo entendimiento, se sigue que nadie goza de la felicidad porque reprimió sus afectos, sino que, al contrario, la potestad de reprimir las concupiscencias nace de la misma felicidad.

Escolio: Con esto he concluido cuanto me había propuesto mostrar acerca del poder del alma sobre los afectos y acerca de la libertad del alma. Y a partir de ahí resulta claro cuánto aventaja y es más poderoso el sabio que el ignorante, que se deja guiar por el solo apetito. Pues el ignorante, aparte de ser zarandeado de múltiples maneras por causas exteriores y no gozar nunca de la verdadera tranquilidad del ánimo, vive además como inconsciente de sí mismo y de Dios y de las cosas; y tan pronto deja de padecer, deja también de existir. Por el contrario, el sabio, en cuanto que es considerado como tal, apenas si se conmueve en su ánimo, sino que, consciente de sí mismo y de Dios y de las cosas con cierta necesidad eterna, no deja nunca de existir, sino que goza siempre de la verdadera tranquilidad del ánimo. Y, si el camino que he demostrado que conduce aquí, parece sumamente difícil, puede, no obstante, ser hallado. Difícil sin duda tiene que ser lo que tan rara vez se halla. Pues, ¿cómo podría suceder que, si la salvación estuviera al alcance de la mano y pudiera ser encontrada sin gran esfuerzo, fuera por casi todos despreciada?. Pero todo lo excelso es tan difícil como raro"

SPINOZA, B., Tratado teol贸gico-pol铆tico, c. XV

"Pero, una vez que hemos descubierto su verdadero sentido, es necesario servirse del juicio y la raz贸n para darle nuestro asentimiento. Y, si la raz贸n, por m谩s que proteste contra la Escritura, tiene que someterse totalmente a ella, 驴debemos hacerlo, me pregunto, con raz贸n o sin raz贸n y como ciegos?. Si lo hacemos sin raz贸n, obramos neciamente y sin juicio; si con raz贸n, es que aceptamos la Escritura por el solo mandato de la raz贸n y que no la aceptar铆amos si contradijera a 茅sta. Por eso nunca puedo admirarme bastante de que pretendan someter la raz贸n, que es el don supremo y la luz divina, a las letras muertas, que la malicia humana ha podido corromper"

SPINOZA, B., Tratado teol贸gico-pol铆tico, c. XIX

"Cuando he dicho antes que sólo el soberano tiene derecho sobre todas las cosas y de su voluntad depende el derecho de todos, no quise referirme solamente al derecho civil, sino también al derecho sagrado, pues deben ser además intérpretes y guardadores de éste. Y quiero referirme expresamente a estoy tratar de ello en este capítulo, porque hay muchos que niegan que el derecho acerca de las cosas sagradas corresponda a los soberanos y no quieren reconocerlos como intérpretes del derecho cdvino (...).

Así, pues, ya consideremos la verdad de las cosas, ya la seguridad del imperio, ya, por último, el aumento de la piedad, estamos obligados a establecer que el derecho divino, o sea, el derecho referente a las cosas sagradas, depende absolutamente de la voluntad de los soberanos y que ellos son sus intérpretes y sus jueces; de cuyas conclusiones se deduce que son ministros de la palabra de Dios aquellos que enseñan al pueblo la piedad, bajo las órdenes de la autoridad suprema, y después que ha sido acomodada por la voluntad de aquélla a la utilidad pública"
SPINOZA, B., Tratado teol贸gico-pol铆tico, c. XX

"De los fundamentos del Estado a que nos hemos referido más arriba, se deduce evidentemente que su fin último no es dominar a los hombres ni acallarlos por el miedo o sujetarlos al derecho de otro, sino, por el contrario, libertar del miedo a cada uno para que, en tanto que sea posible, viva con seguridad, esto es, para que conserve el derecho natural que tiene a la existencia, sin daño propio ni ajeno. Repito que no es el fin del Estado convertir a los hombres de seres racionales en bestias o en autómatas, sino, por el contrario, que su espíritu y su cuerpo se desenvuelvan en todas sus funciones y hagan libre uso de la razón sin rivalizar por el odio, la cólera o el engaño, ni se hagan la guerra con ánimo injusto. El fin del Estado es, pues, verdaderamente la libertad.

Hemos visto que para la formación del Estado es necesaria una condición, a saber: que la potestad de disponer sobre todas las cosas pertenezca a todos, a algunos o a uno solo. Pero como el libre juicio de los hombres es muy vario y cada uno piensa saber todas las cosas, él solo, no puede conseguirse que todos piensen de la misma manera o hablen por una sola boca; no podrían vivir pacíficamente si cada uno no cediesen su derecho a obrar, según la dirección de su pensamiento.

Cada uno, pues, cede su derecho de obrar con arreglo a la voluntad propia, pero no el de juzgar y razonar; por esto ninguno, salvo el soberano, puede obrar contra sus decretos, pero cada uno puede sentir y pensar y, por consiguiente, también decir sencillamente lo que diga o lo que enseñe por la sola razón y no por el engaño, la cólera o el odio, prohibiéndosele introducir, por autoridad suya, modificación alguna en el Estado"

SPINOZA, B., Correspondencia

"Celebérrimo señor:

El serenísimo elector palatino, mi clementísimo Señor, me ha ordenado que le escriba a usted, un desconocido hasta ahora, a lo menos para mí, pero muy recomendado al Serenísimo Príncipe, y le pregunte si estaría dispuesto a aceptar la cátedra de profesor ordinario de filosofía en su ilustre Universidad. Se le pagaría el estipendio anual que gozan actualmente los profesores ordinarios. En ningún otro lugar encontrará usted un Príncipe más favorable a los ingenios eximios, entre los cuales lo cuenta a usted. Tendrá amplísima libertad de filosofar, y confía que no abusará de ella para perturbar la religión públicamente establecida. No he podido dejar de cumplir la orden del sapientísimo Príncipe. Por lo cual le ruego muy encarecidamente que me conteste lo más pronto posible y que confíe su respuesta o al señor Grocio, residente del Serenísimo Elector de La Haya, o al Señor Gilles van der Hek, y trate de que me llegue con el paquete de cartas que suelen remitir a la corte, o use, en fin, cualquier otro medio que le parezca más adecuado. Agrego únicamente esto: que si usted viene aquí podrá disfrutar de una vida digna de un filósofo, excepto el caso de que todo ocurra contrariamente a nuestra esperanza y expectativa. Y con esto, consérvese usted bueno y reciba el saludo, ilustrísimo señor, de su devotísimo

J. Luis Fabricio

Profesor de la Universidad de Heildelberg, 1673".

"Excelentísimo señor:

Si alguna vez hubiese tenido el deseo de aceptar el cargo de profesor en alguna facultad, solo hubiera podido elegir el que, por su intermedio me ofrece, el serenísimo Elector Palatino, especialmente por la libertad de filosofar, que el Clementísimo Príncipe se digna conceder; para no mencionar para nada que, desde hace mucho tiempo, deseaba vivir bajo el gobierno de un Príncipe cuya sabiduría todos admiran. Pero, puesto que nunca he tenido la intención de enseñar públicamente, no puedo decidirme a aprovechar esta excelente ocasión, aunque he meditado largo tiempo sobre el asunto. Pues, pienso, en primer lugar, que si quisiera dedicarme a la enseñanza de la juventud, dejaría de cultivar la filosofía. Luego, pienso que ignoro dentro de qué límites debe encerrarse esta libertad de filosofar, para que no parezca que quiero perturbar la religión públicamente establecida; pues, los cismas no nacen tanto del ardiente amor por la religión, como de la diversidad de las pasiones de los hombres o del afán de contradecir que todo, aún lo rectamente dicho, suelen tergiversarlo y condenarlo. Como ya he experimentado estas cosas ahora que llevo una vida privada y solitaria, mucho más he de temerlas después que haya ascendido a ese grado de dignidad. Usted ve, pues, excelentísimo señor, que me resisto no por la esperanza de mejor fortuna, sino por el amor a la tranquilidad, que creo poder conseguir de algún modo, con tal de que me abstenga de lecciones públicas. Por el cual le ruego encarecidamente que le pida al Serenísimo Elector que me permita deliberar más detenidamente sobre este asunto; y además que continúe procurando el favor del Clementísimo Príncipe para su devotísimo admirador, con lo cual obligará aún más, excelentísimo y nobilísimo señor, al enteramente suyo

Baruch de Spinoza

La Haya, marzo de 1673".

 

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