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San Agustín: Textos

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SAN AGUSTÍN, Confesiones, VIII, 12

2. Sobre su conversión al cristianismo:

"Luego que por medio de estas profundas reflexiones se conmovió hasta lo más oculto y escondido que había en el fondo de mi corazón, y junta y condensada toda mi miseria, se elevó cual densa nube, y se presentó a los ojos de mi alma, se formó en mi interior una tempestad muy grande, que venía cargada de una copiosa lluvia de lágrimas. Para poder libremente derramarla toda, y desahogarme en sollozos y gemidos que le correspondían, me levanté de donde estaba con Alipio, conociendo que para llorar me era la soledad más a propósito, y así me aparté de él cuanto era necesario, para que ni aun su presencia me estorbase. Tan grande era el deseo que tenía de llorar entonces. Bien lo conoció Alipio, pues no sé qué dije al tiempo de levantarme de su lado, que en el sonido de la voz se descubría que estaba cargado de lágrimas y como reventado por llorar, lo que a él le causó extraordinaria admiración y espanto, y le obligó a quedarse solo en el mismo sitio en que habíamos estado sentados.

Yo fui, y me eché debajo de una higuera; no sé cómo ni en qué postura me puse; mas soltando las riendas a mi llanto, brotaron de mis ojos dos ríos de lágrimas, que Vos, Señor, recibisteis como sacrificio que es de vuestro agrado. También hablando con Vos decía muchas cosas entonces, no sé con qué palabras, que si bien eran diferentes de éstas, el sentido y concepto era lo mismo que si dijera: Y Vos, Señor, ¿hasta cuándo?, ¿hasta cuándo habéis de mostraros enojado? No os acordéis ya jamás de mis maldades antiguas. Porque conociendo yo que mis pecados eran los que me tenían preso, decía a gritos con lastimosas voces: ¿Hasta cuándo, hasta cuándo ha de durar el que yo diga, mañana, y mañana? ¿Pues por qué no ha de ser desde luego. y en este día?, ¿por qué no ha de ser en esta misma hora el poner fin a todas mis maldades?

Estaba yo diciendo esto y llorando con amarguísima contrición de mi corazón, cuando he aquí que de la casa inmediata oigo una voz como de un niño o niña, que cantaba y repetía muchas veces: Toma y lee, toma y lee. Yo mudando de semblante me puse luego al punto a considerar con particularísimo cuidado, si por ventura los muchachos solían cantar aquello o cosa semejante en alguno de sus juegos, y de ningún modo se me ofreció que lo hubiese oído jamás. Así, reprimiendo el ímpetu de mis lágrimas me levanté de aquel sitio, no pudiendo interpretar de otro modo aquella voz, sino como una orden del cielo, en que de parte de Dios se me mandaba que abriese el libro de las Epístolas de San Pablo, y leyese el primer capítulo que casualmente se me presentase. Porque había oído contar del santo abad Antonio, que entrando por casualidad en la iglesia al tiempo que se leían aquellas palabras del Evangelio: Vete, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y después sígueme, él las había entendido como si hablaran con él determinadamente, y obedeciendo a aquel oráculo, se había convertido a Vos sin detención alguna. Yo, pues, a toda prisa volví al lugar donde estaba sentado Alipio, porque allí había dejado el libro del Apóstol, cuando me levanté de aquel sitio. Agarré el libro, le abrí, y leí para mí aquel capítulo que primero se presentó a mis ojos, y eran estas palabras: 'No en banquetes ni embriagueces, no en vicios y deshonestidades, no en contiendas y emulaciones, sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo, y no empleéis vuestro cuidado en satisfacer los apetitos del cuerpo'.

No quise leer más adelante, ni tampoco era menester, porque luego que acabé de leer esta sentencia, como si se me hubiera infundido en el corazón un rayo de luz clarísima se disiparon enteramente todas las tinieblas de mis dudas.

Entonces cerré el libro, dejando metido un dedo entre las hojas para notar el pasaje, o no sé si puse algún otro registro, y con el semblante ya quieto y sereno le signifiqué a Alipio lo que me pasaba. Y él, para darme a entender lo que también te había pasado en su interior, porque yo estaba ignorante de ello, lo hizo de este modo: Pidió que le mostrase el pasaje que yo había leído, se lo mostré y él prosiguió más adelante de lo que yo había leído; no sabía yo qué palabras eran las que se seguían; fueron éstas: Recibid con caridad al que todavía está flaco en la fe. Lo cual se lo aplicó a sí, y me lo manifestó. Pero él quedó tan fortalecido con esta especie de aviso y amonestación del cielo, que sin turbación ni detención alguna se unió a mi resolución y buen propósito, que era tan conforme a la pureza de sus costumbres, en que habla mucho tiempo que me llevaba él muy grandes ventajas. Desde allí nos entramos al cuarto de mi madre, y contándola el suceso como por mayor, se alegró mucho desde luego; pero refiriéndole por menor todas las circunstancias con que había pasado, entonces no cabía en sí de gozo, ni sabía qué hacerse de alegría, ni tampoco cesaba de bendeciros y daros gracias. Dios mío, que podéis darnos mucho más de lo que os pedimos y de lo que pensamos, viendo que le habíais concedido mucho más de lo que ella solía suplicaros para mí por medio de sus gemidos y afectuosas lágrimas. Pues de tal suerte me convertisteis a Vos, que ni pensaba ya en tomar el estado del matrimonio, ni esperaba cosa alguna de este siglo, además de estar ya firme-en aquella regla de la fe, en que tantos años antes le habíais revelado que yo estaría. Así trocasteis su prolongado llanto en un gozo mucho mayor que el que ella deseaba, y mucho más puro y amable que el que ella pretendía en los nietos carnales que de mí esperaba"

SAN AGUSTÍN, De libre albedrío

3. Relación fe-razón:

"Veo que te acuerdas perfectamente del principio indiscutible que establecimos en los mismos comienzos de la cuestión precedente: si el creer no fuese cosa distinta del entender, y no hubiéramos de creer antes las grandes y divinas verdades que deseamos entender, sin razón habría dicho el profeta: Si no creyereis, no entenderéis". El mismo Señor exhortó también a creer primeramente en sus dichos y en sus hechos a aquellos a quienes llamó a la salvación. Mas después, al hablar del don que había de dar a los creyentes, no dijo: Ésta es la vida eterna, que crean en mí; sino que dijo: Ésta es la vida eterna, que te conozcan a ti, sólo Dios Verdadero, y a Jesucristo, a quien enviaste. Después, a los que creían, les dice: Buscad y hallaréis; porque no se puede decir que se ha hallado lo que se cree sin entenderlo, y nadie se capacita para hallar a Dios si antes no creyere lo que ha de conocer después. Por lo cual, obedientes a los preceptos de Dios, seamos constantes en la investigación, pues iluminados con su luz, encontraremos lo que por su consejo buscamos"

SAN AGUSTÍN, De libre albedrío

4. Teoría de la Iluminación:

"Todo lo contrario, y puesto que en la verdad se conoce y se posee el bien supremo, y la verdad es la sabiduría, fijemos en ella nuestra mente y apoderémonos así del bien sumo y gocemos de él, pues es bienaventurado el que goza del sumo bien. Ésta, la verdad, es la que contiene en sí todos los bienes que son verdaderos, y de los que los hombres inteligentes, según la capacidad de su penetración, eligen para su dicha uno o varios. Pero así como entre los hombres hay quienes a la luz del sol eligen los objetos que contemplan con agrado, y en contemplarlos ponen todos sus encantos, y quienes, teniendo una vista más vigorosa, más sana y potentísima, a nada miran con más placer que al sol, que ilumina también las demás cosas, en cuya contemplación se recrean los ojos más débiles, así también, cuando una poderosa y vigorosa inteligencia descubre y ve con certeza la multitud de cosas que hay inconmutablemente verdaderas, se orienta hacia la misma verdad, que todo lo ilumina y, adhiriéndose a ella, parece como que se olvida de todas las demás cosas, y, gozando de ella, goza a la vez de todas las demás, porque cuanto hay de agradable en todas las cosas verdaderas lo es precisamente en virtud de la misma verdad"

SAN AGUSTÍN, La ciudad de Dios, XI, 26

5. Imagen de la Trinidad en la naturaleza humana y la duda agustiniana:

"Indudablemente en nosotros hallamos una imagen de Dios, de la Trinidad, que, aunque no es igual, sino muy distante de ella, y no coeterna a ella y, para decirlo en pocas palabras, no de la misma sustancia que Él es, con todo, es la más cercana a Dios, por naturaleza, de todas las criaturas. Es además perfeccionable por reformación para ser próxima también por semejanza. Somos, conocemos que somos y amamos este ser y este conocer. Y en las tres verdades apuntadas no nos turba falsedad ni verosimilitud alguna. No tocamos esto, como las cosas externas, con los sentidos del cuerpo, como sentimos los colores viendo, los sonidos oyendo, los olores oliendo, los sabores gustando, lo duro y lo blando palpando; ni como damos vueltas en la imaginación a las imágenes de las cosas sensibles, tan semejantes a ellos, pero no corpóreas y las retenemos en la memoria, y gracias a ellas nacen en nosotros los deseos, sino que, sin ninguna imagen engañosa de fantasías o fantasmas, estamos certísimos de que somos, de que conocemos y de que amamos nuestro ser. En estas verdades me dan de lado todos los argumentos de los académicos, que dicen: ¿Qué? ¿Y si te engañas?. Pues, si me engaño, existo. Luego, si existo, si me engaño, ¿cómo me engaño de que existo, cuando es cierto que existo si me engaño?. Aunque me engañe, soy yo el que me engaño y, por tanto, en cuanto conozco que existo, no me engaño. Síguese también que, en cuanto conozco que me conozco no me engaño. Como conozco que existo, así conozco que conozco. Y cuando amo estas dos cosas, les añado el amor mismo, algo que no es de menor valía. Porque no me engaño de que amo, no engañándome en lo que amo pues aunque el objeto fuera falso, sería verdadero que amaba cosas falsas. ¿Qué razón habría para reprender y prohibirme amar cosas falsas, si fuera falso que amo tales cosas?. Siendo esas cosas ciertas y verdaderas, ¿quién duda que, cuando son amadas, ese amor es cierto y verdadero?. Tan verdad es, que no hay nadie que no quiera existir, como no hay nadie que no quiera ser feliz. Y, ¿cómo puede ser feliz, si no existe?"

SAN AGUSTÍN, De civitate Dei, XI, 26

6. La certeza de la propia existencia:

"Pues en realidad existimos y conocemos que existimos y amamos ser y el conocerlo. Y en estas tres cosas que dije no nos perturba ninguna falsedad de lo verosímil. Sin ninguna engañosa imaginación de representaciones o imágenes me es certísimo que existo y que eso lo conozco y lo amo. En estas verdades no temo argumento alguno de los Académicos que dicen: '¿y si te engañas?'. Si me engaño, existo; pues quien no existe no puede tampoco engañarse; y precisamente porque me engaño existo. Y, pues si me engaño, existo, ¿de qué modo me engaño de que existo, cuando es cierto que existo si me engaño?. Por tanto, puesto que existiría yo al engañarme, aunque me engañara, sin duda alguna, en conocer que existo no me engaño. Es lógico, por consiguiente, que tampoco me engañe en conocer que conozco. Y así como conozco que existo, así conozco también esto mismo: que conozco. Y al amar estas dos cosas, añado también a esas cosas que conozco un mismo amor como algo tercero y no de menor valía. Y no me engaño acerca de que amo, puesto que en las cosas que amo no me engaño. Y aunque estas fueran falsas, que amo cosas falsas, sería verdadero"

SAN AGUSTÍN, La ciudad de Dios, XI, 18

8. El mal y la belleza del universo:

"La belleza del universo en la oposición de contrarios. Dios no hubiera creado no digo ángeles, ni siquiera hombre alguno, del que presupusiese su mal futuro, si no hubiera conocido a la vez las buenas utilidades que reportaría de ellos. De esta suerte embellecería el orden de los siglos con un bellísimo poema con esa especie de antítesis. Las llamadas en retóricas son uno de los más brillantes adornos del discurso. En latín las llamaríamos oposiciones o, hablando con más propiedad, contrastes. Entre nosotros no es corriente esta palabra, aunque también el latín usa de este aderezo en la locución; más aún, usan de él todas las lenguas. El apóstol San Pablo recurre a esta antítesis en la II Carta a los Corintios y explica bellamente el pasaje que dice: Con las armas de la justicia para combatir a diestra y siniestra, en medio de honra y deshonra, de infamia y de buena fama. Como seductores, y sinceros; como desconocidos, y conocidos; casi moribundos, y he aquí que vivimos; como castigados, y no muertos; como tristes, estando siempre alegres; como menesterosos, enriqueciendo, con todo, a muchos; como no teniendo nada, y poseyéndolo todo. Como la oposición de estos contrarios da un tono de belleza al lenguaje, así la belleza del universo resulta de una oposición en cierta elocuencia, no de palabras, sino de hechos.

SAN AGUSTÍN, De las costumbres de la Iglesia católica, II, 5

7. El bien sujeto del mal

"Decís vosotros que el mal es una corrupción, y decís bien. La corrupción es la que daña. Pero la corrupción no es algo en sí misma, sino que es algo que está en la sustancia que corrompe. Luego aquella cosa que corrompe no es mala, no es la cosa corrupción. Pues corromper algo es deformar su integridad, quitar algo a su perfección, y lo que no tiene perfección no se corrompe, no puede corromperse. Y la cosa que tiene esta perfección, la tiene por participación, que es un bien. Lo que se corrompe se pervierte, lo que se pervierte pierde su orden, y el orden es un bien. Luego lo que se corrompe no carece de bien y este bien es el que pierde en la corrupción. Luego aquel fantasma de las tinieblas que decías carecía de todo bien, no puede corromperse, pues no tenía aquello que se pierde por la corrupción, y si no la tenía, no tenía de qué corromperse. Y pensad si tengáis razón para continuar diciendo que el reino de Dios puede ser corrompido, cuando no sabéis decir cómo puede ser corrompido el reino de Satanás"

SAN AGUSTÍN, De la naturaleza del bien contra los maniqueos, XVIII

9. Sobre la materia:

"Pero yo llamo hyle a una cierta materia absolutamente informe y sin cualidad alguna, de la que se forman todas las cualidades que nosotros percibimos por nuestros sentidos, como lo sostuvieron los antiguos filósofos. Por eso la selva o bosque se denomina en griego hyle, porque es materia apta para que la trabajen o modelen los artífices, no para que ella sea hecha algo. No debe decirse, por consiguiente, que sea mala esa hyle, que de ningún modo puede ser percibida por nuestros sentidos y que apenas puede concebirse por la privación absoluta de toda forma. Tiene, pues, en sí es materia capacidad o aptitud para recibir determinadas formas, porque si no pudiere recibir la forma que le imprime el artífice, ciertamente no se llamaría materia. Además, si la forma es un bien, por lo cual se llaman mejor formados los que por ella sobresalen, como se llaman bellos por su belleza, no hay duda de que también es un bien la misma capacidad de recibir la forma. Porque así como es un bien la sabiduría, nadie duda que también lo es el ser capaz de sabiduría. Y como todo bien procede de Dios, a nadie le es lícito dudar de que esta materia informe, si es algo, solamente pude ser obra de Dios"

SAN AGUSTÍN, De diversis quaestionibus octoginta tribus, q.46: De Ideis

10. Sobre las ideas eternas:

"Se dice que Platón dio nombre por primera vez a las Ideas. Sin embargo, no en el sentido de que si este nombre no existía antes de que él lo estableciera, no hubieran, en consecuencia, existido las cosas mismas a las que él llamó Ideas; o bien que por nadie hubieran sido pensadas. Pues fueron quizá designadas con diverso nombre por muy varios pensadores. En realidad, a cada cual le es lícito poner un nombre cualquiera a una cosa conocida que no tenga todavía denominación de uso corriente. Pues no es verosímil que sabios, o no los hubiera antes de Platón, o que éstas que Platón llama Ideas, como queda dicho, no las comprendieran, sean lo que fueren de suyo. Pues, realmente, tanto poder explicativo radica en ellas, que nadie puede ser sabio sino habiéndolas conocido (...). En efecto, las Ideas son formas principales o razones estables e inconmutables de las cosas que no han sido, ellas mismas, formadas, y, por eso, son eternas y siempre de igual modo permanentes, las cuales están contenidas en la mente divina. Y aunque ellas mismas ni comienzan ni perecen, se dice, no obstante, que según ellas se forma todo cuanto puede surgir y perecer y todo cuanto surge y perece (...).

¿Quién, efectivamente, siendo piadoso y formado en la verdadera religión, aunque no pueda aún intuir estas cosas, osará, sin embargo, negarlas; más aún, no declarará incluso que todo cuanto existe, esto es, que todo cuanto, para ser, está contenido en su género por una cierta naturaleza propia, ha sido creado por Dios, su autor, y que por ese mismo autor viven todas las cosas que viven, y que la conservación universal de las cosas y el orden mismo por el cual las cosas mutables recorren su trayectoria con gobierno establecido están contenidos y están gobernados por leyes del supremo Dios?. Determinado y concedido lo cual, ¿quién osará decir que Dios todo lo creó sin razón?. Y si esto no puede ser correctamente dicho o creído, sólo queda en verdad que todo haya sido hecho con razón; y no por idéntica razón [hechos] el hombre y el caballo, pues esto sería absurdo pensarlo. Cada cosa singular ha sido, pues, creada según su propia razón. Pero estas razones ¿dónde ha de pensarse que están sino en la mente misma del Creador?. Pues [éste] no intuía algo puesto fuera de Él mismo, de modo que según ello creara cuanto creó, ya que pensar esto sería impío. Porque si estas razones de todas las cosas que habían de crearse o fueron creadas están contenidas en la mente divina, y puesto que nada sino lo eterno e inconmutable puede estar en la mente divina, y [dado que] a estas razones principales Platón las llama Ideas, [en tal supuesto, así entendidas] no sólo hay Ideas, sino que además son verdaderas, puesto que son eternas y permanecen inconmutables de una misma manera. Y por participación de ellas llega a ser todo cuanto es, sea cual sea el modo como es (...). Las cuales razones cabe llamarlas, como se ha dicho, o Ideas o formas o especies o razones. Y a muchos les ha dado nombrar lo que quieran, pero a muy pocos llegar a ver lo verdadero"

 

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