La obra de San Agustín de Hipona supone la primera gran síntesis entre el cristianismo y la filosofía platónica. Aunque inspirado por la fe, el pensamiento de San Agustín dominará el panorama filosófico cristiano hasta la aparición de la filosofía tomista, ejerciendo un influjo considerable en la práctica totalidad de pensadores cristianos durante siglos. Llamado por algunos el último sabio antiguo y el primer hombre moderno, San Agustín tuvo la genialidad de señalar una nueva dimensión del hombre: la intimidad, donde descubre a Dios.
La filosofía fue para San Agustín el amor y esfuerzo del alma entera hacia la sabiduría y hacia la verdad. La verdad era para San Agustín el ideal supremo al que se entregó con pasión. Esta verdad es la que se refiere al alma y a Dios, los dos objetos de su preocupación filosófica.
La influencia universal de Agustín en todas las edades subsiguientes puede explicarse por los dones combinados del corazón y la mente. Su obra, profundamente unitaria y expresión auténtica de su vida, es la de un hombre religioso y teórico, que sintió una gran pasión por la verdad que identificó con la inquietud por lo absoluto y el anhelo de felicidad. Su diálogo con el pensamiento antiguo le llevó a una integración con el cristianismo en la dinámica de su propio filosofar. Así, la integración agustiniana del platonismo en la filosofía cristiana genera su metafísica ejemplarista. Metafísica de la verdad que fundamenta el ascenso a Dios como verdad eterna y se despliega en el ejemplarismo gnoseológico de la iluminación y el ejemplarismo moral de la participación por la criatura en la ley eterna.
Pero San Agustín no es un platónico cristianizado: su metafísica del espíritu descubre dimensiones inexploradas para el pensamiento antiguo y podría decirse que cumple por primera vez el llamamiento del "conócete a ti mismo". La influencia de San Agustín en la evolución de la filosofía occidental ha sido tan grande que bien puede decirse que el agustinismo es una constante histórica que informa los más diversos movimientos doctrinales, tanto de inspiración cristiana como de carácter inmanentista. A partir de San Agustín, el platonismo quedó adherido durante siglos al cristianismo, ya que no hay Santo Padre de la Iglesia católica, griego o latino, que haya ejercido una influencia tan decisiva y que haya gozado de tanta autoridad como San Agustín en los siglos posteriores. Hasta el siglo XIII san Agustín fue el Gran Maestro de Occidente.
Los principales autores escolásticos de la Edad media siguieron las huellas de San Agustín desde el principio de sus especulaciones, y la concepción platónico-cristiana del mundo informó sus mentes. Pueden ser considerados agustinianos Scotus Eriugena, San Anselmo, Abelardo, Pedro Lombardo, los escritores de la escuela de San Víctor, entre otros. Cuando ya en el siglo XIII comenzaron a ser conocidas las obras metafísicas y físicas de Aristóteles, se produjo una doble actitud frente a sus doctrinas: en unos, de repulsa, por creerlas peligrosas para la fe; en otros, de simpatía, porque pensaron que podían servir de sólido fundamento para el pensamiento cristiano.
El agustinismo del siglo XIII se caracteriza, pues, en general, por defender las siguientes tesis: la primacía de la voluntad sobre el entendimiento (y, por consiguiente, predominio del amor sobre el conocimiento, de la intuición afectiva sobre los métodos racionales), la producción de todos o de algunos conocimientos sin en concurso inicial de las cosas externas o sensibles (teoría de la iluminación), el hilemorfismo universal (todas las criaturas, incluso las espirituales, están compuestas de materia y forma), la positividad de la materia (que no es pura potencia), la pluralidad de formas substanciales en el individuo, la identidad del alma y sus facultades (negación de la distinción esencial de las potencias del alma), la imposibilidad de la eternidad del mundo, la identificación de la filosofía y la teología en una sabiduría única. Los dos principales representantes de esta corriente fueron Alejandro de Hales y San Buenaventura.
Tomás de Aquino también reconoció la indiscutible autoridad de San Agustín como doctor de la fe; pero, en cuanto filósofo, asumió algunas de sus teorías y rechazó otras. Concretamente, Santo Tomás aceptó tres importantes doctrinas agustinianas: el trascendentalismo causal o abismo metafísico existente entre Dios y las criaturas (que son causadas); el ejemplarismo, recogiendo la doctrina de la participación en la cumbre de su pensamiento metafísico; y la solución al problema del mal. Sin embargo, tuvo serias reservas respecto a la estructura metafísica de la criatura y la doctrina del conocimiento agustinianas.
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