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Folletos > Maquiavelo

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Nicolás Maquiavelo (1469-1527) ha tenido un renombre extraordinario en el que se han mezclado los más admirables elogios con los más denigrantes juicios. La lectura de sus escritos ha provocado, a través de más de cuatro siglos, una polémica que, lejos de cesar, crece con el avance de la Ciencia Política y con la importancia que tiene en nuestros días el juego terrible que encierra el ejercicio del poder. Nuestro autor ha sido leído muy deprisa, muy polémicamente, muy exclusivamente a favor o en contra.

Más que ningún otro pensador político, fue Maquiavelo el creador del significado que se ha atribuido al Estado en el pensamiento político moderno, ya que, de todos sus contemporáneos, fue el que tuvo la mayor amplitud de visión y la penetración más clara de lo que era la tendencia general de la evolución política europea. En las primeras décadas del siglo XVI la ética de Maquiavelo, su reducción de la ética gubernamental a una técnica del gobierno más eficaz, constituyó una novedad. Su concepción se oponía diametralmente a la ética clásica tradicional: En Aristóteles la política estaba subordinada a una ética que deseaba, sobre todo, el perfeccionamiento del hombre. Platón, por su parte, había escrito en las Leyes que el Estado perfecto era aquel en el que se realiza la comunidad de bienes. Ambos concebían la organización política como el marco para la educación moral e intelectual de los hombres.

La obra fundamental del célebre secretario florentino, la que ha perdurado a través del tiempo, dando siempre lugar a las más encontradas opiniones, es El Príncipe. Su índole moral es fundamentalmente recusable. El Príncipe ha tenido apologistas entusiastas, como Gentile, Alfieri, Gobineau y Nietzsche, y detractores implacables, a cuyo frente se hallan, en diferentes épocas, hombres como Saavedra, Fajardo, Voltaire, Federico de Prusia, Macaulay, Castelar, Tolstoi, etcétera. Napoleón comentó el libro de Maquiavelo con discrepancia en algunos puntos, pero siempre con simpatía.

Sin embargo, desde Maquiavelo no sólo los príncipes y conquistadores del siglo XV, sino también los fundadores de los modernos Estados tienen la conciencia tranquila cuando "crean orden", utilizando la injusticia y obrando el mal para dar satisfacción a sus ambiciones de poder, ya que pueden convencerse y estar persuadidos de que así cumplen su deber como políticos: "sacrifican" su moralidad personal en favor del bien político, y se sienten satisfechos con ello.

La indiferencia ante el bien y el mal es considerada como una norma, no de la moral, pero sí de la política entre los hombres. Por lo tanto, a Maquiavelo se remonta no sólo la constatación de la reconocida inmoralidad que se da en muchos de los políticos, sino también la responsabilidad de la doctrina que hace de la inmoralidad una ley fundamental de la política. Carga con la responsabilidad, ante la Historia, de haber reconocido, proclamado y explicado la inmoralidad como norma imperante en la política. Esta inmoralidad consiste en haber tomado como "buena Política", es decir, como una Política que satisface su verdadero objetivo y se adapta a su verdadera naturaleza, a una Política que, en su esencia, no es moral.
Las máximas que prescribe Maquiavelo para alcanzar el éxito político siguen estando tan vigentes en nuestros días como en sus tiempos de corrupción en Florencia. El Estado, que debería ser la persona moral destinada a realizar el bien común en la sociedad, sencillamente no lo puede realizar, y para alcanzar determinados logros parciales, se ve obligado a cometer diversas iniquidades. La lectura de El Príncipe apasiona no sólo por la prosa tersa, directa y fría de su autor, sino también por la vigencia y actualidad de sus juicios. Por tanto, la perennidad de Maquiavelo nos lleva a la lamentable conclusión de que son nuestros tiempos los que lo hacen oportuno y aplicable en cada momento de la vida política. Maquiavelo ha sacado a la luz de la conciencia no sólo las costumbres de su propio tiempo, sino también las prácticas generales de la política de fuerza de todos los tiempos.

Debemos ver a Maquiavelo como la expresión necesaria de su tiempo, como un hombre estrechamente ligado a las condiciones y exigencias de su época. Por otra parte, si olvidamos sus elaboraciones teóricas y nos centramos en su propia vida, podemos comprobar que, en realidad, no hubo nadie menos maquiavélico ni peor discípulo de sus enseñanzas que el propio Maquiavelo.