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Karl Marx parte de un hecho: el trabajo ya no se hace por la necesidad de apropiarse, junto a los demás hombres, de la naturaleza exterior. El hombre trabaja por pura subsistencia.
El obrero, pues, se aliena en el trabajo. La alienación es la pérdida de sí mismo. La expropiación. La escisión de sí. La conversión en cosa del hombre.

Ahora bien, ¿por qué el hombre -trabajador- ha aceptado, se ha resignado, durante tanto tiempo a tal situación?
Porque la clase dominante -el capitalista, la burguesía- ha generado ciertas ideas que la sociedad cree ser verdaderas. Estas ideas le sirven a la clase dominante para enmascarar sus propios propósitos y, en definitiva, para ocultar la realidad social.

A estas ideas Marx las denomina ideología y las define como un conjunto de ideas que son puras abstracciones; es decir, que no hacen referencia a una realidad realmente existente ya que la clase dominante las ha construido con el propósito de dar una interpretación falsa de la realidad y de las condiciones en que se desarrolla la vida de la clase dominada.

¿Qué ideas constituyen la ideología? Fundamentalmente cinco: religiosas, filosóficas, políticas, sociales y económicas.

Así pues, hay cinco tipos de alienación: religiosa, filosófica, política, social y económica. De ellas, la fundamental es la última ya que las otras sólo ocultan el problema fundamental que es de índole económica.

Marx procede sistemáticamente a la crítica de todas las ideologías para desembocar en la más importante, la alienación económica.
Según Marx, el enriquecimiento del capitalista es tanto mayor cuanto mayor es la explotación del obrero. Esta es la ley científica que le permite demostrar su teoría: El obrero se empobrece cuanto más riqueza produce.

Pero aquí, en su propia ley, el capitalismo encierra su propia muerte.

El capital, por su misma estructura tiende necesariamente a acumularse, de modo que cada vez dispone de más dinero para invertir en fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, la competencia, que no es más que una guerra abierta entre capitalistas, hará que el capital tienda a concentrarse cada vez en menos manos, de modo que el número de capitalistas disminuirá progresivamente pasando éstos a engrosar las filas del proletariado.

Llegará un momento en que la necesidad de comprar trabajo exceda la oferta del mismo. Eso llevará a un aumento de los salarios. Pero al aumentar los salarios, aumenta el poder del proletariado. (Ese aumento de poder no supone más que el aumento de la conciencia de miseria. Es decir, Marx jamás pensaba que el capitalismo pudiera producir una clase media acomodada que fuera la máxima defensora del propio sistema).

Así, agravada la condición de su miseria, el proletariado tomará conciencia de clase y hará la revolución. Revolución que hará que la historia adelante su proceso imparable hacia el paraíso comunista. Paraíso en que el hombre se reconocerá en el producto de su trabajo.

La importancia del pensamiento marxista en la historia contemporánea es innegable. Pero, quizás, lo más interesante del pensamiento marxista, y que los neomarxistas siguen considerando vigente, es la situación de explotación del hombre por el hombre que se da en el sistema capitalista, en el trabajo, en la propia técnica. Es cierto que Marx no predijo la existencia de una clase media como la nuestra que es la gran defensora del sistema capitalista porque, aunque durante la semana estamos explotados, el fin de semana y las vacaciones podemos disfrutar de todas las ventajas que nos da el sistema capitalista: cine, ordenador, restaurantes, compras, etc.

Pero, todo fin de semana desemboca en la depresión del domingo por la tarde. ¿Y no percibimos en ella que ésto marcha mal? ¿No percibimos nuestra propia alienación? (Quizás por ahí, y con muchos matices, la crítica marxista siga teniendo actualidad).