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OBJETOS DE RECUERDO
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A
pesar de que el hombre no nace en estado adulto, sino que su inteligencia se
va desplegando al mismo tiempo que se va habituando natural y progresivamente
a la realidad que le rodea y de la que él forma parte, en algún
momento de su vida adulta el hombre se sitúa en la postura del no habituado,
se maravilla o admira ante la realidad, siente perplejidad ante esa visión
del mundo que hasta entonces simplemente había aceptado sin cuestionarse.
Se pregunta por qué existe el Universo, y no sólo eso, sino por
qué existe este Universo en concreto cuyos límites, si los tiene,
el hombre aún no conoce. Se pregunta cómo sería lo radicalmente
opuesto, la nada absoluta, y se da cuenta de que es incapaz de imaginársela.
Se admira ante la belleza del mundo que le rodea, ante la perfección
y orden que existe en toda la naturaleza, incluso en sus más mínimos
detalles, y se pregunta qué es la vida. Y concreta la pregunta y se plantea
cuál es el origen y sentido último de su propia vida, de su propia
existencia. Cuando el hombre se plantea este tipo de cuestiones e intenta encontrar
una respuesta, entonces, en ese momento, está haciendo filosofía.
Por eso decimos que todo hombre es filósofo por naturaleza, aunque no
sea consciente de ello, aunque no sepa que esa actitud es la propia de la filosofía.
Por tanto, la filosofía no es algo oscuro o superfluo, no es una actividad
limitada a una minoría, sino que es el conocimiento que la razón
humana reclama de un modo inmediato y natural. Y es un conocimiento en el que
el hombre se siente vital o existencialmente implicado, ya que el tener una
determinada visión o concepción de la vida supone, si se quiere
ser coherente, una determinada actitud y manera de vivirla.
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El
filósofo debe de ser capaz de conciliar el carácter absoluto y
universal de la verdad con el inevitable condicionamiento, histórico
y cultural, de las fórmulas en que se expresa. Ese sería un obstáculo
para la sofística, que hace del lenguaje su instrumento y objeto, pero
no para la auténtica filosofía que, desde las palabras, trasciende
a su significación o concepto, y dentro de estos es capaz de distinguir
entre lo que es accidental y lo que es esencial. Por otra parte, ni empirista
ni racionalista, y consciente de las ventajas y limitaciones de su propio objeto
y método, el verdadero filósofo no pierde de vista los diferentes
planos de una realidad compleja, rica y variada, cuya existencia no niega simplemente
por no tener una experiencia actual concreta o por carecer del patrón
conceptual adecuado; ni se limita a "etiquetar" conceptualmente a
priori. El auténtico filósofo no es aquel que "comercia"
con la verdad ni aquel que la "hipoteca"; tampoco es el "soberbio"
que, revestido de erudición, únicamente pretende tener razón.
Filósofo es aquel que, con apertura y humildad, busca alcanzar una verdad
que pretende, no imponer, sino compartir en un mutuo enriquecimiento.
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ACTIVIDAD DE INVESTIGACIÓN |
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