Lo primero que tenemos que tener claro es qué imagen vamos a utilizar. Para ello, no vale cualquiera, ya que con la serigrafía conseguimos colores planos, no matizados. Esta característica, lejos de ser una limitación, es un recurso expresivo muy importante.
Tradicionalmente, se hacía manualmente separando los diferentes colores. Hoy en día se usa el ordenador y los programas vectoriales para dicho cometido.
Tras separar cada uno de los colores que componen nuestra imagen, los pasaremos a negro creando así el fotolito, para la sensibilización de la pantalla.
La forma de conseguir imágenes con cierto claroscuro, es obtener una imagen a base de tramado, generalmente de puntos igual que en las impresiones en cuatricromía.