«---Quincena 7ª-. La Edad Media---»

La Edad Media. Diez siglos de historia

Se suele citar como inicio de la Edad Media el año 476, fecha en que Roma, y con ella Occidente, sucumbe al empuje de los pueblos germanos, eslavos y esteparios. El Imperio se disuelve y es sustituido por un mosaico de reinos que rompen la unidad que hasta entonces había identificado a Europa. Se abre así una nueva era que alcanza hasta 1453, año de la caída de Constantinopla, un hito histórico cuya consecuencia inmediata será la aparición de un nuevo Imperio, el Turco Otomano, que rivalizará con el viejo continente.

Se trata, por lo tanto, de un período de unos 1.000 años, en el que, como es natural, se advierte una evolución. De entrada, es habitual distinguir entre Alta Edad Media y Baja Edad Media, divididas por la frontera que marca el inicio de las cruzadas (la primera se desarrolla entre los años 1096 y 1099).

  • La Alta Edad Media se caracteriza por ser una época de contracción económica y retroceso a una economía agraria, campesina. En en el caso de la Península Ibérica, la invasión musulmana del año 711 creó un clima de inseguridad y miedo con efectos muy negativos sobre las ciudades, la artesanía y el comercio, lo que contribuyó al auge del feudalismo. La debilidad de los reyes se había hecho evidente, carecían de poder para proteger a sus súbditos, por eso, las gentes se unían para la defensa en común y empezó a ser frecuente acudir a un conde, duque o marqués para recibir su amparo. Los monarcas, que no tenían dinero para pagar este servicio, compensaban con tierras a los señores que defendían sus dominios. A su vez, los siervos y villanos que ocupaban ese territorio, quedaban sujetos a la autoridad de estos señores feudales. Se crea así un régimen piramidal basado en el vasallaje, con el rey a la cabeza, seguido por la nobleza guerrera y, en su base, los villanos y los siervos. El resultado es una sociedad estamental, con una organización rígida que impide el paso de un grupo a otro. Por otra parte, el poder real queda oscurecido y el señor se adueña de las funciones que, en otro tiempo, le habían correspondido al Estado: legisla, administra justicia e incluso acuña moneda.
  • La Baja Edad Media se inicia en el siglo XII, con un notable aumento de la población. El desarrollo de la agricultura (ampliación de los campos de cultivo, introducción de nuevas técnicas agrícolas) y la consiguiente mejora en la alimentación son los motores que impulsan este crecimiento demográfico, que revitalizará las ciudades. En los núcleos urbanos aparecen mercados y barrios de artesanos, en los que surge una nueva clase social: la burguesía, que va enriqueciéndose y cobrando conciencia de su importancia. A diferencia del campesino, ellos no dependen de un señor feudal, cuya protección, por otra parte, ha dejado de ser necesaria, y saben que sus impuestos son los que financian a la corona. El siglo XIV vive un crisis general, que hace que los cambios se precipiten. Una epidemia de peste hunde las finanzas de los reinos peninsulares; sólo Castilla, con una gran riqueza ganadera (base de su posterior hegemonía) logra superarla. Hasta ese momento había perdurado la idea de que Europa era una unidad imperial; sin embargo, desde principios del siglo XV, los reyes, enfrentándose a la nobleza, aspiran a constituir Estados nacionales bajo su autoridad soberana. El signo de los tiempos está de su parte; al concluir la Edad Media, se ha impuesto ya una sociedad de mercado, las relaciones feudales dejan paso a las comerciales y el prestigio social se empieza a medir en función de los recursos económicos de los que se dispone.      
 

Las lenguas hispánicas de la Edad Media y sus literaturas

Como se ha dicho, la caída del Imperio Romano supuso que Europa perdiera su unidad política y, a la larga, también la lingüística. Si nos fijamos en la situación de la Península Ibérica a finales del siglo V, momento en que se crea el reino visigodo, observamos que, sobre una población de unos seis millones de hispanorromanos, cuya lengua es el latín, los gothi, de origen germano, representan un 5 % (unos 200.000 visigodos y alrededor de 100.000 suevos). No hay que olvidar, desde luego, los numerosos núcleos judíos distribuidos por Levante y Andalucía. Aunque al principio se mantiene una rigurosa separación entre la población peninsular, romani, y la minoría dominante visigoda, la segregación desaparece durante el siglo VI y los dominadores adoptan la lengua, la cultura y la religión católica que practicaban los dominados, un hecho verdaderamente singular en la historia.

Así pues, en la Hispania visigoda, la lengua de cultura siguió siendo el latín, un latín hispánico que, a juzgar por la evolución que se produjo en otros lugares, podría haber derivado en una lengua peninsular común. No fue así y ello se debe a la invasión musulmana del año 711 y, sobre todo, a la penosa reconquista militar que se realizó valle a valle, región a región, durante casi ochocientos años. A partir del siglo VIII (y al menos hasta el siglo X, en el que se impone definitivamente el árabe), la lengua popular en los territorios dominados por los musulmanes fue el mozárabe, mientras que en los reconquistados se desarrollaron cuatro lenguas distintas: gallego-portugués, astur-leonés-castellano, navarro-aragonés y catalán (además del vasco, naturalmente). El auge del pequeño condado de Castilla, a partir de su independencia de León en el año 1037, explica que su lengua se impusiera al resto y, desde la conquista de Toledo en 1080, gozara de una cierta hegemonía que poco a poco se iría ampliando, gracias al impulso que experimenta durante el reinado de Alfonso X el Sabio (entre 1252 y 1284), y quedaría confirmada definitivamente en 1474 y 1479, años en los que Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los Reyes Católicos, acceden al trono y, en virtud de su matrimonio, unen ambos reinos en una sola dinastía. El peso específico de sus ocho millones de habitantes hace que el castellano se imponga como lengua común en toda la Meseta, en Galicia, en Navarra, en Aragón y, más tarde, en Cataluña y Valencia.

En suma, durante la Edad Media, el lento proceso de creación, fusión y sustitución de lenguas, se reflejará en la aparición de, al menos, cuatro literaturas hispánicas con entidad propia: mozárabe, galaico-portuguesa, catalano-provenzal y castellana.

 

Los mitos de una época oscura

La noción de Edad Media comienza a fraguarse a partir del siglo XV, de la mano de los humanistas del primer Renacimiento. Estos autores admiran la cultura de Grecia y Roma y se fijan como objetivo recuperar el esplendor de la gloriosa Antigüedad Clásica. Desde este punto de vista, los siglos intermedios, a los que se refieren en tono peyorativo como media aetas o medium aevum, habrían sido una época de tinieblas, en la que la civilización desaparece, víctima de la barbarie, y el progreso de la humanidad se interrumpe por las supersticiones, el fanatismo religioso, el inmovilismo social, los abusos, la crueldad y la violencia de todo tipo. El arte se empobrece y la literatura queda en manos de teólogos o bien de cronistas, cuentistas y poetas, muchos de ellos anónimos, que han olvidado el latín en favor de las lenguas locales y son incapaces de reflejar la verdad del ser humano, sus ideas y sentimientos, la belleza artística de la forma.

Esta visión, que en muchos sentidos ha perdurado hasta la actualidad convertida ya en un mito, hace que muchos contemplen la Edad Media como un período arcaico, oscurantista y detestable, cuando, en realidad, es el fundamento sobre el que se asienta buena parte de nuestra cultura: el mapa de Europa con sus paisajes y formas urbanas, nuestro sistema social basado en la familia, la estructura política articulada sobre el concepto de nación, las relaciones económicas, la organización profesional y corporativa, la reflexión cristiana sobre el poder y la defensa de valores como la justicia, la paz o el bien común... son aspectos capitales que hunden sus raíces en la Edad Media.

El arte, el pensamiento y la vida espiritual tampoco responden a este estereotipo: la labor de las escuelas monacales, como depositarias y difusoras del saber; el desarrollo del arte con los estilos románico y gótico; el prestigio del canto gregoriano; la visión trascendente del mundo que exploran los filósofos, buscando un sentido profundo, simbólico para la realidad; el salto de gigante que supone la adopción de lenguas vernáculas para hacer una literatura que llegue al pueblo; las peregrinaciones a Roma, Jerusalén o Santiago de Compostela, que abren rutas de intercambio y convivencia; ponen de manifiesto el verdadero nivel que alcanzó la cultura medieval.

 

La poesía lírica medieval

La lírica hispánica de la Edad Media se caracteriza por la coexistencia de cuatro corrientes bien definidas: la arábigo andaluza, en lengua mozárabe; la lírica culta catalano-provenzal; las cantigas galaico-portuguesas; y los villancicos castellanos. Sus características generales quedan resumidas en el siguiente cuadro:

  Arábigo andaluza Catalano provenzal Galaico portuguesa Castellana
Composición Jarchas Cansó y sirventés Cantigas de amigo Villancico
Cronología s. XI s. XII-XIII s. XIII-XIV s. XIII-XV
Protagonista Joven muchacha Dama Joven muchacha Variados
Confidentes Madre y hermanas Público cortesano Madre, hermanas y naturaleza Celebración del amor o de acontecimientos cotidianos
Tema Amor apasionado Amoroso o satírico Amor desgraciado Amor, siega, romería, albas...
Estructura Zéjel (mudanza, vuelta y jarcha) Métrica elaborada Basada en paralelismos Recurre a estribillos
Características Insertas en moaxajas Perfección formal Composiciones Tradición popular
Amante Habib(i) Midons Amigo Amado
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Las jarchas mozárabes y la lírica culta catalano-provenzal

Las jarchas son los textos más antiguos de nuestra literatura. Se trata de breves composiciones en lengua mozárabe que se utilizaban para cerrar poemas conocidos como moaxajas, escritos en árabe o hebreo. Observa:

Si se compadeciera,
si a mi afán accediera,
si mi fin no quisiera,
besarlo me dejara
y de él no me quejara.

Mi humillación me gusta,
mis ansias, mi tortura.
Deja, pues, tus censuras.
Soy de una gente rara,
que de su mal se jacta.
Una niña que pena
cual yo, mi mal consuela
si a su madre se queja:
¡Ke tuelle me ma 'alma!
¡Ke kitá me ma 'alma!


[¡Que me arrebata el alma!
¡Que me quita el alma!]




Las estrofas de esta moaxaja,
traducida del árabe, comienzan
con tres versos (la
mudanza),
cuya rima va variando a lo largo
del poema, y terminan con
unos versos de
vuelta,
tantos como tenga la jarcha (en este 
caso, dos), que riman con ella.

Frente a las jarchas, la poesía trovadoresca catalano-provenzal está pensada para ser cantada en la corte, sus poetas, los trovadores, son de origen noble y ofrecen textos cultos y muy elaborados (métrica perfecta, rima consonante y variedad de estrofas).

Lo dous cossire
que-m don'Amors soven,
dona, -m fai dire
de vos maynh ver plazen.
E sitot me desley
per vos, ges no-us abney,
qu'ades vas vos sopley
ab fina benvolensa.
Dompn'en cuy beutatz gensa,
mayntas vetz oblit mey,
qu'ieu lau vos e mercey.
[La dulce cuita
que a menudo me da Amor
me hace decir, señora,
de vos, versos agradables.
Y aunque pierdo el camino
por vos, yo no reniego
de vos, pues os suplico
con leal benevolencia.
Señora a la que su beldad engalana,
muchas veces me olvido de mí
cuando os suplico y os alabo.]

Aunque puede aplicarse a la sátira
moral, personal o política (como en el caso
del sirventés), el género más interesante
es el de la cansó, que desarrolla el
tópico del amor cortés: la dama se
eleva por encima del enamorado y éste
la sirve como un vasallo a su señor,
de hecho, el lenguaje amoroso se tiñe
con los términos propios del lenguaje
feudal.
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La lírica galaico-portuguesa y los villancicos castellanos

Las cantigas de amigo son el género más característico de la poesía galaico-portuguesa. En ellas, muchachas jóvenes se lamentan por la ausencia o el olvido de su amado, el amigo, en medio de un paisaje natural (el mar, los árboles, las fuentes, las avecillas). Suele aludirse al encuentro amoroso mediante acciones simbólicas como lavarse la camisa o el cabello, ir al agua, de romería, ver ciervos, etc.

Quantas sabedes amar amigo
treides comig' a lo mar de Vigo:
   E banhar-nos-emos nas ondas!
Quantas sabedes amar amado
treides comig' a mar levado:
   E banhar-nos-emos nas ondas!
Treides comig' a lo mar de Vigo:
e veeremo' lo meu amigo:
   E banhar-nos-emos nas ondas!
Treides comig' a mar levado:
e veeremo' lo meu amado:
   E banhar-nos-emos nas ondas!
[Cuantas sabéis amar a amigo
venid conmigo al mar de Vigo:
   ¡Y nos bañaremos en las olas!
Cuantas sabéis amar a amado
venid conmigo al mar agitado:
   ¡Y nos bañaremos en las olas!
Venid conmigo al mar de Vigo
y veremos a mi amigo:
   ¡Y nos bañaremos en las olas!
venid conmigo al mar agitado
y veremos a mi amado:
   ¡Y nos bañaremos en las olas!]

La estructura de las cantigas se basa
en los estribillos y, sobre todo, en los
paralelismos. Es muy corriente aplicar
el denominado leixa-pren, según el cual,
el primer verso de la tercera estrofa repite el
segundo verso de la primera y añade otro más
que rima con él; lo mismo se hace con el primero
de la cuarta estrofa, tomando el correspondiente
de la segunda, y así sucesivamente. No todas
las cantigas se atienen a esta estrategia,
abundan las soluciones mixtas.

Los villancicos castellanos varían mucho en cuanto a tema (en los ejemplos encontrarás un villancico de amigo, una alborada, un alba, una canción de siega y una maya) y métrica; son breves y suelen presentar un estribillo:

   1. ¿Con qué lavaré
la flor de mi cara?
   ¿Con qué la lavaré
que vivo mal penada?
   Lávanse las casadas
con agua de limones:
lávome yo, cuitada,
con penas y dolores.
   ¿Con qué la lavaré
que vivo mal penada?
  2. Al alba venid, buen amigo,
al alba venid.
  Amigo el que yo más quería,
Venid al alba del día.
  Amigo el que yo más amaba,
Venid a la luz del alba.
  Venid a la luz del día,
Non traigáis compañía.
  Venid a la luz del alba,
No traigáis gran compaña.
3. Ya cantan los gallos,
Amor mío y vete;
Cata que amanece
Vete, alma mía,
Más tarde no esperes,
No descubra el día
Los nuestros placeres.
Cata que los gallos
Según me parece,
Dicen que amanece.
4. Muele, molinico,
Molinico del amor.
Que no puede moler, no.

5. Entra mayo y sale abril,
Tan garridico le vi venir.
Entra mayo con sus flores,
Sale abril con sus amores,
Y los dulces amadores
Comienzan a bien servir.
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La poesía épica. El mester de juglaría y los cantares de gesta

El adjetivo "épico" deriva del nombre griego épos, que significa relato, narración; así pues, cuando hablamos de poesía épica, nos referimos a un género de poesía narrativa, que se centra en relatar las hazañas de un héroe. Hacia el siglo XII, la literatura castellana comienza a ofrecer este tipo de obras, a las que se les dio el nombre de cantares de gesta. Se trata de composiciones anónimas, con versos asonantes, de medida irregular, que se agrupan en series o tiradas con una misma rima, y desarrollan temas heroicos basados en la historia de un pueblo, en este caso el castellano, que se identifica con el protagonista como símbolo de sus ideales colectivos.

Los cantares de gesta fueron transmitidos oralmente por los juglares, lo que explica que la mayoría de estos textos se hayan perdido (sólo conservamos el Cantar de Mio Cid y un fragmento del Cantar de Roncesvalles). La palabra juglar procede del latín jocularis, "el que divierte haciendo juegos", y, en efecto, se trataba de artistas dedicados a recorrer pueblos y castillos para entretener a la gente con actuaciones en las que mezclaban acrobacias, bailes, música, mímica y, obviamente, el relato de hazañas y gestas. Su labor como transmisores de un conjunto de tradiciones entre lo histórico y lo legendario los convierte en una verdadera institución, se habla del mester de juglaría (la palabra "mester", procede de ministerium, que significa servicio, oficio o profesión), con un talento extraordinario para transformar la obra literaria en un acontecimiento festivo de naturaleza singular: los textos que recitan (con una memoria prodigiosa, si tenemos en cuenta que muchos se acercan a los cuatro mil versos) están vivos, en el más riguroso sentido de la palabra, ya que se encuentran en un proceso de permanente creación, pues cada juglar canta a su modo y cada vez que se canta se hace de una manera distinta, para conectar con el público y satisfacer sus expectativas.

La poesía épica castellana se agota en el siglo XIII; sin embargo, su contenido pasará a las crónicas de los historiadores medievales, a la obra de poetas cultos que la recrean en nuevas versiones y, por supuesto, al romancero de los siglos XIV y XV.  

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Cantar de Mio Cid

Se trata del principal cantar de la épica castellana y el único que ha llegado hasta nosotros en un manuscrito prácticamente completo (conservamos 3730 versos, han debido de perderse alrededor de 150), firmado en 1207 por un tal Per Abbat, su copista; aunque el texto original habría sido compuesto hacia 1140 por dos juglares sorianos, uno de Medinaceli y otro de San Esteban de Gormaz. El protagonista de la obra es un personaje histórico, Rodrigo Díaz de Vivar (1040-1099), conocido con el sobrenombre del Cid Campeador, un infanzón castellano, miembro de la baja nobleza, que gracias a su esfuerzo, su perseverancia y su valentía logra ascender socialmente y llega a convertirse en señor de Valencia. En el cantar, el Cid se desenvuelve en un mundo injusto que lo castiga una y otra vez, poniendo en tela de juicio su honor. La obra se divide en tres partes:

  • Cantar del destierro: El Cid cae en desgracia ante su señor, el rey Alfonso VI, que lo destierra de Castilla. Acompañado por un puñado de caballeros que han permanecido leales a él, libra importantes batallas, sobre todo contra caudillos musulmanes, de las que sale triunfante y enriquecido. 
  • Cantar de las bodas: El Cid conquista Valencia y obtiene el perdón del rey, quien, para compensarle, casa a las hijas del héroe, doña Elvira y doña Sol, con unos nobles leoneses, los Infantes de Carrión.
  • Cantar de la afrenta de Corpes: Los Infantes de Carrión dan repetidas muestras de cobardía y se convierten en objeto de burla en la corte de Valencia. Para vengarse, deciden regresar a su tierra con sus esposas; sin embargo, por el camino, las maltratan y abandonan en el robledal de Corpes. El Cid acude al rey para pedir justicia, los Infantes son castigados y doña Elvira y doña Sol vuelven a casarse, esta vez, con los Infantes de Navarra y Aragón, futuros reyes de España.

El Cantar de Mio Cid destaca por su realismo, su sencillez y su sobriedad. Está escrito pensando en el público que va a escucharlo, por lo que abundan las fórmulas del tipo: "allí veríais", "sabed", las preguntas y exclamaciones retóricas dirigidas al auditorio y los epítetos épicos para referirse al héroe: "el que en buena hora nació", "el que en buena hora ciñó espada", "el de la barba cumplida". El narrador cede la voz a los personajes constantemente, por lo que el peso del diálogo es muy importante. Son habituales los paralelismos y geminaciones: "mujeres y varones", "moros y cristianos", que dotan de ritmo al poema, al igual que la alternancia de tonos gracias a la combinación de pasajes bélicos, sentimentales e incluso humorísticos.

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Selección de fragmentos del Cantar de Mio Cid

1. El Cid deja sus casas y tierras
De los sus ojos tan fuertemente llorando, volvía la cabeza, se las quedaba mirando: vio puertas abiertas, postigos sin candados, y las perchas vacías, sin pieles y sin mantos, o sin halcones, o sin azores mudados. Suspiró mio Cid, que se sentía muy preocupado; habló mio Cid, bien y muy mesurado: "Gracias doy, Señor padre, que estás en lo alto, esto me han urdido mis enemigos malos"
2. El Cid en el campo de batalla
A Minaya Alvar Fáñez le mataron el caballo, bien lo socorren mesnadas de cristianos. La lanza está quebrada, a la espada metió mano, aunque de pie, buenos golpes va dando. Lo vio mio Cid Ruy Días el Castellano, se fue junto a un alguacil que tenía un buen caballo; le dio tal espadazo con su diestro brazo, lo cortó por la cintura, el medio tiró al campo. A Minaya Alvar Fáñez le iba a dar el caballo: "Cabalgad Minaya, vos sois mi diestro brazo, hoy, en este día, de vos tendré gran bando; firmes están los moros, aún no se van del campo." Cabalgó Minaya, la espada en la mano, por estas fuerzas diestramente lidiando, a los que alcanza valos despachando. Mio Cid Ruy Díaz, el que bien fue criado, al rey Fáriz tres golpes le había dado; dos le fallan, y uno lo ha agarrado:
por la loriga abajo la sangre goteando,
volvió la rienda, para huírsele del campo.
Por aquel golpe el combate ha terminado.
3. El león del Cid se escapa en la corte de Valencia
En Valencia estaba mío Cid con todos sus vasallos. Con él sus yernos ambos, los infantes de Carrión. Echado en un escaño, dormía el Campeador, un mal accidente, sabed que les pasó: salióse de la red y desatóse el león. En gran miedo se vieron en medio de la corte; embrazan los mantos los del Campeador, y rodean el escaño, y se quedan junto a su señor. Fernán González, el infante de Carrión, no vio ahí dónde meterse, ni cuarto abierto ni torre; metióse bajo el escaño, tan grande fue su pavor. Diego González por la puerta salió, diciendo por su boca: "No veré más Carrión." Tras una viga de lagar se metió con gran pavor; el manto y el brial todo sucios los sacó. En esto despertó el que en buena hora nació; [...] Mio Cid hincó el codo, en pie se levantó, el manto lleva al cuello y se dirigió hacia el león; el león cuando lo vio mucho se avergonzó, ante mio Cid la cabeza bajó y el rostro hincó. Mio Cid don Rodrigo del cuello lo tomó, lo lleva de la mano, en la red lo metió. Por maravilla lo tiene quien allí lo vio;[...] Quedaron muy ofendidos los infantes de Carrión, muchísimo les pesa por lo que les pasó.

El mester de clerecía

En el siglo XIII, algunos autores cultos, normalmente monjes, crean una escuela poética que recibirá el nombre de mester de clerecía ("oficio de clérigos"). A diferencia de los juglares, su objetivo es moralizante y didáctico (predominan los temas religiosos e históricos), y la forma que adoptan no es el verso irregular con rima asonante distribuido en tiradas, sino la cuadernavía: estrofas de cuatro versos alejandrinos (14 sílabas) con rima consonante, divididos en dos hemistiquios por una cesura central. Así lo manifiesta el autor del Libro de Alexandre, uno de los primeros textos de esta escuela poética.

Mester traigo fermoso,    non es de joglaría;  14 A
mester es sin pecado,    ca es de clerecía,   14 A
fablar curso rimado    por la cuaderna vía,     14 A
a sílabas cuntadas,    ca es grant maestría     14 A

Gran parte de las composiciones del mester se apoyan en fuentes clásicas (también bíblicas) a las que los monjes tenían acceso directo gracias a sus bibliotecas. El objetivo es poner al alcance de cualquiera una serie de textos cultos adaptándolos a los gustos del pueblo y a la lengua que habla, el castellano. Con el paso del tiempo, el mester de clerecía experimenta una evolución, las primeras obras están marcadas por una fuerte religiosidad y su métrica es perfectamente regular, más tarde se introducen temas profanos y una mayor variedad en metros y estrofas, lo que contribuye a que la corriente pierda carácter y acabe por desaparecer. Su cronología es la siguiente:

  • De 1200 a 1325: Obras de Gonzalo de Berceo y tres textos anónimos: el Libro de Alexandre (sobre la vida de Alejandro Magno), el Libro de Apolonio (narra las aventuras de Apolonio, rey de Tiro, en busca de su esposa y de su hija) y el Poema de Fernán González (el heroico conde, que se enfrenta a los reyes de León para lograr la independencia de Castilla).
  • De 1325 a 1370: El Libro de buen amor, de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita.
  • De 1370 a 1400: El Rimado de palacio, del canciller Pero López de Ayala, en el que se mezclan elementos religiosos, reflexiones morales, composiciones líricas y una sátira contra la sociedad de la época.
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Gonzalo de Berceo. Milagros de Nuestra Señora

Gonzalo de Berceo es el primer autor castellano de nombre conocido. Nació a finales del siglo XII y murió a mediados del XIII. Es probable que se formara en el Estudio General de Palencia, donde debió de entrar en contacto con el nuevo arte de la clerecía. Su vida transcurrió entre los monasterios de San Millán de la Cogolla (La Rioja) y Santo Domingo de Silos (Burgos), donde ejerció como sacerdote y desempeñó diversas tareas administrativas. Su obra, exclusivamente religiosa y de carácter predominantemente narrativo (aunque no faltan rasgos líricos y algunos elementos dramáticos), suele dividirse en tres bloques:

  • Obras marianas: Milagros de Nuestra Señora, Loores de Nuestra Señora y Duelo que fizo la Virgen el día de la Pasión de su Hijo.
  • Vidas de santos: Vida de San Millán de la Cogolla, Vida de Santo Domingo de Silos, Vida de Santa Oria y Martirio de San Lorenzo.
  • Obras doctrinales: El Sacrificio de la Misa y Los signos que aparecerán antes del Juicio.

De entre todas, tal vez la más importante sea los Milagros de Nuestra Señora. Se trata de una colección de veinticinco milagros obrados por la Virgen, con los que Berceo pretende inspirar y aumentar la devoción por María. Los relatos se apoyan en fuentes latinas, que el autor reelabora para darles espontaneidad y aproximarlas a la realidad del pueblo: se detiene en la caracterización de personajes, emplea giros de la lengua popular (él mismo lo manifiesta en la Vida de Santo Domingo: "Quiero hacer una prosa   en román paladino / en el cual suele el pueblo   hablar con su vecino"), procura localizar los milagros en épocas próximas y lugares conocidos, recurre al humor, selecciona y organiza cuidadosamente los contenidos para sorprender al público (la Virgen salva a ladrones y borrachos; compite con otra mujer por el amor de uno de sus fieles; resucita a los que no murieron en gracia de Dios, para que se arrepientan; castiga a los sacrílegos o a los que hacen algún mal a sus protegidos).

El conjunto viene precedido por una introducción alegórica de gran interés: el poeta se presenta como un peregrino (el hombre que se dirige a Dios) cansado de caminar (vencer las dificultades de la vida) que llega a un hermoso prado (la Virgen) en el que puede descansar (alcanzar la gloria) entre multitud de flores (los nombres que se han aplicado a Santa María) y refrescarse en cuatro fuentes (los Evangelistas). Es un excelente ejemplo de cómo se adaptó el tópico literario del jardín de las delicias, propio de la literatura amorosa, para fines religiosos.

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Un ejemplo de los Milagros de Nuestra Señora: "El ladrón devoto"

Era un ladrón malo   que prefería robar,
a ir a la iglesia   o ponerse a trabajar:
sabía malamente   su casa gobernar,
cogió mala costumbre  y no la podía dejar.
Entre sus obras malas tenía una bondad que al final le libró y le dio salvedad creía en la Gloriosa con toda su voluntad se inclinaba siempre ante su majestad.
Como quien en mal anda en mal ha de caer consiguieron en un hurto a este ladrón prender no encontró ninguna excusa con que se defender juzgaron que lo fuesen en la horca a poner.
Lo alzaron de tierra cuanto alzarlo quisieron, cuantos cerca estaban por muerto lo tuvieron: si hubieran sabido antes lo que después supieron, no le hubieran hecho eso que le hicieron.
La Madre Gloriosa experta en socorrer, que suele a sus siervos en las penas valer, a este condenado lo quiso sostener se acordó del servicio que le solía hacer.
Le metió bajo los pies   mientras estaba colgado,
las sus manos preciosas:   lo sostuvo aliviado,
no se sintió de cosa   ninguna embargado,
nunca se sintió más dichoso   ni más agradado.
Por fin, al día tercero vinieron sus parientes, vinieron sus amigos y los sus conocientes, venían a descolgarlo apenados y dolientes; salió mejor la cosa de lo que tenían en mente.
Lo encontraron con vida alegre y sin daño; no estaría más dichoso ni tomando un baño; dijo que bajo sus pies tenía tal escaño, que no sentiría mal alguno aunque colgase un año.
Fueron a degollarlo, los mancebos más livianos, con buenas cuchillos grandes y afilados: metió Santa María entre medio las manos, su cuello salió completamente sano.
Cuando vieron que no lo hacían sucumbir, que la Madre Gloriosa lo quería cubrir, acordar dejarlo y de allí partir, hasta que Dios quisiese, lo dejaron vivir.

Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. Libro de buen amor

Juan Ruiz nació a finales del siglo XIII, probablemente en Alcalá de Henares, y murió a mediados del XIV. Vivió en Madrid y en Hita (Guadalajara), donde ocupó el cargo de Arcipreste. Pasó trece años en la cárcel por orden de su arzobispo y allí escribió su única obra, el Libro de buen amor, que tuvo dos ediciones, en 1330 y 1343. Consta de 1728 estrofas (más de siete mil versos) de métrica variada, aunque predominan los alejandrinos, y desarrolla la autobiografía ficticia de Juan Ruiz, que se presenta como un experto amador dispuesto a enseñar a sus lectores las artes de seducción con las que ha logrado rendir a todo tipo de mujeres: damas nobles, virtuosas, casquivanas, bellas viudas, pastoras, beatas, monjas, moras, villanas... El relato de estas aventuras amorosas constituye el eje central del libro, sobre el que se desarrollan otros elementos relacionados con él:

  • La versión libre de una comedia latina medieval, titulada Pamphilus, que servirá como modelo de conquista amorosa. Don Melón (identidad que asume el arcipreste en esta primera aventura) corteja a Doña Endrina hasta conseguir su favor. El joven, aún inexperto, contará con la inestimable ayuda de una vieja alcahueta, Trotaconventos, precedente directo del personaje de la Celestina.
  • Cuentos y fábulas, relatos moralizantes que comentan y amplían el argumento principal.
  • Textos satíricos en los que ataca los vicios y censura la corrupción de la sociedad rendida a la codicia y al dinero.
  • Dos episodios alegóricos: la pelea entre don Amor y el arcipreste (el protagonista reniega de él por hacer sufrir a los hombres) y la batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma (lucha entre el placer y la abstinencia).
  • Composiciones líricas de temática variada, muchas de ellas religiosas.

En el prólogo de la obra, Juan Ruiz declara que su intención al escribir el libro fue combatir el "loco amor del mundo" y apartar a los hombres del pecado; sin embargo se apresura a añadir que: "como pecar es humano, si algunos (cosa que no les aconsejo) quisieren usar del loco amor, aquí hallarán algunas maneras para ello". De esta forma, el autor se instala en la ambigüedad y deja a la discreción del lector cómo usar los conocimientos que le ofrece: gozar de la vida y transgredir las normas o llevar una vida sobria y respetable, optar por lo mundano o por lo divino, e incluso, con ese espíritu alegre y burlón que caracteriza al protagonista, por ambos a un tiempo, convirtiendo la vida en una especie de carnaval, donde todo se confunde y se pone en duda (algo muy propio del siglo XIV, cuando la peste asola Europa, y el hombre vacila entre poner su esperanza en Dios o disfrutar sin ningún reparo del momento presente).

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Los amores de don Melón y doña Endrina en el Libro de buen amor

¡Ay Dios! ¡Y qué hermosa   viene doña Endrina por la plaza!
¡Qué talle, qué donaire,   qué alto cuello de garza!
¡Qué cabellos, qué boquita,   qué color, qué buenandanza!
Con dardos de amor hiere   cuando sus ojos alza.
Pero tal lugar no era para hablar en amores; a mí luego me vinieron muchos miedos y temblores; los mis pies y las mis manos no eran de mí señores: perdí seso, perdí fuerza, mudáronse mis colores.
Busqué Trotaconventos, cual me manda el Amor; de todas las maestras escogí la mejor; ¡Dios e la mi ventura, que fue mi guiador! Acerté en la tienda del sabio corredor.
Entró la vieja en su casa; díjole: "Mi señora, hija, para esa mano bendita, aceptad esta sortija. Dejadme que, en secreto, una ocurrencia os diga que he pensado esta noche". Poco a poco la aguija.
"En esta villa vive gallarda mancebía, muy apuestos mancebos de mucha lozanía, en todas las costumbres mejoran cada día, nunca se ha reunido tan buena compañía.
Aunque soy pobre,   me acogen con cordialidad;
el mejor y el más noble   de linaje y de beldad
es don Melón de la Huerta,   buen chico de verdad:
a los demás supera   en hermosura y bondad".
Después fue de Santiago, otro día siguiente, a la hora del medio día, cuando yantaba la gente, vínose doña Endrina con la mi vieja sabiente. Entró con ella en su casa bien asosegadamente.
Como la mi viejezuela me había apercibido, no me detuve mucho, para allá fui ido. Hallé la puerta cerrada; mas la vieja bien me vido: "¡Oye!, dijo, "¿qué es aquello que hace aquel ruido?"
"¡Señora doña Endrina! ¡Vos, mi enamorada! ¡Vieja! ¿Por eso me teníais la puerta cerrada? ¡Tan buen día es hoy éste, que hallé tal celada! ¡Dios y mi buena ventura me la tuvieron guardada!"
Doña Endrina y don Melón, mujer y marido son; en la boda, los amigos, se alegran con razón. Si es malo lo contado, otorgadme perdón, que lo feo de esta historia es de Pánfilo y Nasón.

La prosa medieval. El siglo XIII: Alfonso X el Sabio (1221-1284)

Con Alfonso X el Sabio culmina un largo período de maduración en el que el castellano se consolida como lengua de cultura. La enorme curiosidad que manifiesta el rey por las disciplinas más dispares (filosóficas, históricas, científicas, jurídicas) le animó a impulsar la traducción de las obras más importantes de la antigüedad (indias, persas, griegas...) a partir del latín, del árabe y del hebreo: "porque los hombres las entendiesen mejor y supiesen aprovecharse de ellas". Para realizar esta labor, se apoya en la Escuela de Traductores de Toledo, la institución cultural europea más importante de la Edad Media. Como es lógico, para incorporar a nuestra lengua el saber de otros pueblos, lejanos en el espacio y en el tiempo, hubo que "ensanchar" el idioma ampliando su vocabulario con neologismos y tecnicismos, perfeccionando la sintaxis y desarrollando un estilo nuevo, en prosa (hasta entonces los autores se habían servido del verso para sus relatos), el "castellano drecho", como lo llamaba el monarca, que se enriquece y gana en soltura y precisión. Sus esfuerzos fructifican en una obra muy variada en la que destacan:   

  • Las siete partidas, el código jurídico más importante de la Edad Media..
  • Crónica general, primera historia de España escrita en castellano.
  • Grande y general Historia, primera historia universal escrita en una lengua romance.
  • Libros del saber de Astronomía, estudian las estrellas, el movimiento de los planetas y la construcción y uso de diversos instrumentos astronómicos..
  • Lapidario, sobre las cualidades de las piedras preciosas.
  • Libros de ajedrez, dados y tablas, exposición de las reglas y estrategia de dichos juegos.

Al margen de esta actividad, Alfonso X también cultivó la lírica y es autor de una colección de 427 poemas en galaico-portugués escritos en honor de la Virgen, las Cantigas de Santa María.

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La prosa medieval. El siglo XIV: Don Juan Manuel (1282-1348). El conde Lucanor

El infante Don Juan Manuel, sobrino de Alfonso X el Sabio, es el primer autor castellano que escribe prosa de ficción siendo plenamente consciente de la importancia de cuidar el estilo y observar una escrupulosa corrección lingüística. En el prólogo a su libro más importante, El conde Lucanor, "compuesto de las más bellas palabras que yo pude", advierte que si alguien encuentra algún error en sus escritos: "que no pongan la culpa a él hasta que no vean el libro mismo que don Juan hizo, que es enmendado, en muchos lugares, con su letra". Pero su celo no queda ahí; orgulloso de su obra y preocupado por su conservación, deposita todos sus libros: "en el monasterio de los frailes predicadores que él hizo en Peñafiel". Paradójicamente, un incendió arrasó el edificio destruyendo todos los originales.

Los textos de Don Juan Manuel tienen un carácter didáctico y moralizante, pero con un rasgo original: su voluntad de enseñar entreteniendo. La doctrina clásica sostenía que estos términos eran incompatibles: "prodesse aut delectare", o enseñar o entretener; sin embargo, Don Juan Manuel actúa: "según la manera que hacen los médicos, que, cuando quieren hacer alguna medicina que aproveche al hígado, por razón que, naturalmente, el hígado gusta de las cosas dulces, mezclan con aquella medicina azúcar o miel, que el hígado recibe llevándose con ella la medicina que le ha de aprovechar". Así, las enseñanzas morales se mezclan con sabrosos relatos que, a la vez que agradan, instruyen.

El conde Lucanor es una colección de cincuenta y un cuentos de diversa procedencia (clásicos, orientales, bíblicos), con los que se pretende dar ejemplo de cómo resolver los problemas más habituales a los que se enfrenta una persona en su vida: "Sería maravilla si, de cualquier cosa que acaezca a cualquier hombre no hallare en este libro su semejanza en lo que acaeció a otro". Todos siguen la misma estructura: el conde Lucanor consulta un problema a su consejero Patronio y éste compara su caso con otro semejante del que tiene noticia; el conde le ruega que se lo cuente y Patronio accede; al concluir el relato, Patronio ofrece al conde el consejo que le había pedido deduciéndolo del cuento; el conde lo pone en práctica con éxito, por lo que Don Juan Manuel lo recoge en el libro, resumiendo su enseñanza en un pareado final que sirve de moraleja.

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El conde Lucanor. Ejemplo XXXV. "De lo que aconteció a un mancebo que casó con una mujer muy fuerte y muy brava"

–Patronio, un mío criado me dijo que le ofrecen casarse con una mujer muy rica, pero que es la más fuerte y brava del mundo.
–Señor conde –dijo Patronio–, si él es como un hijo de un hombre bueno que era moro, aconsejadle que case con ella.
Y el conde le rogó que le dijera cómo fue aquello.
Patronio le dijo que en una villa había un hombre bueno que tenía un hijo y en aquella misma villa había otro hombre mucho más rico que tenía una hija con maneras tan malas y enrevesadas que nadie quería casarse con aquel diablo. Aquel mancebo vino un día a su padre y le pidió la mano de la muchacha. El casamiento se hizo y llevaron la novia a casa de su marido. Después de sentarse a la mesa, el novio miró alrededor, vio un perro y le dijo bravamente:
–¡Perro, danos agua a las manos!
Pero el perro no lo hizo. El mancebo metió mano a la espada y enderezó al perro, le cortó la cabeza, las piernas y los brazos, y lo hizo todo pedazos, ensangrentando toda la casa, la mesa y la ropa.
Volvió a sentarse a la mesa y vio un gato y le dijo que le diese agua en las manos. El gato no lo hizo. él se levantó, lo cogió por las piernas, dio con él a la pared e hizo de él más de cien pedazos.
Volvió a sentarse a la mesa y vio a su caballo y le dijo muy bravamente que les diese agua a las manos. Pero el caballo no lo hizo Fue a él y le cortó la cabeza con la mayor saña que podía mostrar y lo despedazó todo.
Volvió a sentarse a la mesa, miró a su mujer y le dijo:
–Levantaos e dadme agua a las manos.
Y la mujer, que no esperaba otra cosa si no que la despedazara toda, se levantó muy deprisa y le dio agua a las manos. Y, de aquel día en adelante, su mujer le obedeció en todo y tuvieron muy buena vida.
Y vos, señor conde, si aquel vuestro criado quiere casar con tal mujer, si fuere él tal como aquel mancebo, aconsejadle que se case.
Y el conde tuvo éste por buen consejo, y lo hizo así y salió con bien de ello.
Y, porque don Juan lo tuvo por buen ejemplo, lo hizo escribir en este libro e hizo estos versos, que dicen así:

         Si al comienzo no muestras quién eres,
         Nunca podrás después, cuando quisieres.

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Las peregrinaciones medievales. El camino de Santiago

La palabra peregrino procede del latín y alude al hombre que va "per agrum", es decir, por los campos, en un "destierro" voluntario en busca de la sabiduría y de la virtud. Es importante tener en cuenta que el peregrino no es un nómada: no se opone al habitante, sino que mantiene una relación diferente con él; de pueblo en pueblo, su camino es una serie ordenada de lugares, un itinerario con un destino fijado de antemano, una meta física, pero también espiritual, ya que, cuando la alcance, se habrá convertido en alguien distinto, purificado y enriquecido por el contacto con los otros. La experiencia  – otra palabra latina, ex-per-iencia es lo que saco (ex) yendo (iencia) por (per) uno u otro lugar – de la peregrinación se celebra en el santuario, un referente religioso, pero también artístico y cultural, donde el esfuerzo realizado adquiere su sentido definitivo (en la doble acepción de la palabra, como meta y como razón de ser).

Las peregrinaciones fueron una práctica muy arraigada en la cristiandad; ya en el siglo II d. J.C., Belén y Jerusalén recibían un importante número de peregrinos, tradición que se mantuvo hasta el año 1078, cuando los Santos Lugares cayeron en poder de los turcos, hecho que marcará el comienzo de las Cruzadas.

Durante la Edad Media fueron habituales las peregrinaciones a Roma, a veces con un rigor excesivo: penitentes cargados de cadenas forjadas con el arma de su crimen erraban de santuario en santuario hasta que la herrumbre rompía sus eslabones y, de este modo, quedaban absueltos.

El otro gran centro de peregrinación fue Santiago de Compostela. A finales del s. VIII, se extendió por Occidente la noticia de que un monje había encontrado la tumba del Apóstol Santiago en el extremo más remoto de la Península Ibérica, en tierras de Galicia. Sobre el sepulcro se construyó una ermita, que muy pronto se convertirá en basílica. Para proteger y guiar a los peregrinos se creó la Orden de Santiago y se dispuso la construcción de calzadas, puentes, hospederías y hospitales. El zurrón de piel de ciervo, siempre abierto en señal de buena fe, la concha de vieira y el bordón (bastón que servía de ayudar al caminar) se convirtieron, junto con la calabaza, en símbolos del peregrino.

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En el siglo X, cuando el castellano empieza a despuntar entre los romances hispánicos, los monasterios de Santo Domingo de Silos (Burgos) y de San Millán de la Cogolla (La Rioja), donde se han encontrado los primeros testimonios escritos de nuestra lengua (las célebres Glosas silenses y emilianenses), son paso obligado de la ruta jacobea. No sólo eso, en el siglo XI, la Primera Crónica Anónima de Sahagún, un enclave capital en el tramo en que el Camino de Santiago discurre por la provincia de León, refiere la llegada de gentes: "de todas partes del universo... personas de diversas y extrañas provincias y reinos: gascones, bretones, alemanes, ingleses, borgoñones, normandos, tolosanos, provenzales, lombardos, y muchos otros negociadores de diversas naciones y extrañas lenguas". Esta inmigración se prolonga hasta principios del siglo XIII y constituye uno de los fenómenos más transcendentales de nuestra Edad Media: los territorios hispanos se abren a la influencia europea, particularmente francesa y provenzal, que tendrá un importante reflejo en la lengua (incorporación a nuestro léxico de galicismos y occitanismos; apócope de -e final, que más tarde se recupera parcialmente), en la literatura (los temas carolingios pasan a la epopeya castellana) o en las ideas religiosas y estéticas (la reforma que impulsan los monjes de Cluny, el arte románico, etc.).

Si el tema ha despertado tu curiosidad, puedes ampliar esta información investigando en Internet cómo se fue desarrollando el Camino de Santiago a lo largo de los siglos y cuál es su importancia en la actualidad.

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