La Edad Media. Diez siglos de historia Se suele citar como inicio de la Edad Media el año 476, fecha en que Roma, y con ella Occidente, sucumbe al empuje de los pueblos germanos, eslavos y esteparios. El Imperio se disuelve y es sustituido por un mosaico de reinos que rompen la unidad que hasta entonces había identificado a Europa. Se abre así una nueva era que alcanza hasta 1453, año de la caída de Constantinopla, un hito histórico cuya consecuencia inmediata será la aparición de un nuevo Imperio, el Turco Otomano, que rivalizará con el viejo continente. Se trata, por lo tanto, de un período de unos 1.000 años, en el que, como es natural, se advierte una evolución. De entrada, es habitual distinguir entre Alta Edad Media y Baja Edad Media, divididas por la frontera que marca el inicio de las cruzadas (la primera se desarrolla entre los años 1096 y 1099).
|
|
Las lenguas hispánicas de la Edad Media y sus literaturas Como se ha dicho, la caída del Imperio Romano supuso que Europa perdiera su unidad política y, a la larga, también la lingüística. Si nos fijamos en la situación de la Península Ibérica a finales del siglo V, momento en que se crea el reino visigodo, observamos que, sobre una población de unos seis millones de hispanorromanos, cuya lengua es el latín, los gothi, de origen germano, representan un 5 % (unos 200.000 visigodos y alrededor de 100.000 suevos). No hay que olvidar, desde luego, los numerosos núcleos judíos distribuidos por Levante y Andalucía. Aunque al principio se mantiene una rigurosa separación entre la población peninsular, romani, y la minoría dominante visigoda, la segregación desaparece durante el siglo VI y los dominadores adoptan la lengua, la cultura y la religión católica que practicaban los dominados, un hecho verdaderamente singular en la historia. Así pues, en la Hispania visigoda, la lengua de cultura siguió siendo el latín, un latín hispánico que, a juzgar por la evolución que se produjo en otros lugares, podría haber derivado en una lengua peninsular común. No fue así y ello se debe a la invasión musulmana del año 711 y, sobre todo, a la penosa reconquista militar que se realizó valle a valle, región a región, durante casi ochocientos años. A partir del siglo VIII (y al menos hasta el siglo X, en el que se impone definitivamente el árabe), la lengua popular en los territorios dominados por los musulmanes fue el mozárabe, mientras que en los reconquistados se desarrollaron cuatro lenguas distintas: gallego-portugués, astur-leonés-castellano, navarro-aragonés y catalán (además del vasco, naturalmente). El auge del pequeño condado de Castilla, a partir de su independencia de León en el año 1037, explica que su lengua se impusiera al resto y, desde la conquista de Toledo en 1080, gozara de una cierta hegemonía que poco a poco se iría ampliando, gracias al impulso que experimenta durante el reinado de Alfonso X el Sabio (entre 1252 y 1284), y quedaría confirmada definitivamente en 1474 y 1479, años en los que Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los Reyes Católicos, acceden al trono y, en virtud de su matrimonio, unen ambos reinos en una sola dinastía. El peso específico de sus ocho millones de habitantes hace que el castellano se imponga como lengua común en toda la Meseta, en Galicia, en Navarra, en Aragón y, más tarde, en Cataluña y Valencia. En suma, durante la Edad Media, el lento proceso de creación, fusión y sustitución de lenguas, se reflejará en la aparición de, al menos, cuatro literaturas hispánicas con entidad propia: mozárabe, galaico-portuguesa, catalano-provenzal y castellana. |
|
Los mitos de una época oscura La noción de Edad Media comienza a fraguarse a partir del siglo XV, de la mano de los humanistas del primer Renacimiento. Estos autores admiran la cultura de Grecia y Roma y se fijan como objetivo recuperar el esplendor de la gloriosa Antigüedad Clásica. Desde este punto de vista, los siglos intermedios, a los que se refieren en tono peyorativo como media aetas o medium aevum, habrían sido una época de tinieblas, en la que la civilización desaparece, víctima de la barbarie, y el progreso de la humanidad se interrumpe por las supersticiones, el fanatismo religioso, el inmovilismo social, los abusos, la crueldad y la violencia de todo tipo. El arte se empobrece y la literatura queda en manos de teólogos o bien de cronistas, cuentistas y poetas, muchos de ellos anónimos, que han olvidado el latín en favor de las lenguas locales y son incapaces de reflejar la verdad del ser humano, sus ideas y sentimientos, la belleza artística de la forma. Esta visión, que en muchos sentidos ha perdurado hasta la actualidad convertida ya en un mito, hace que muchos contemplen la Edad Media como un período arcaico, oscurantista y detestable, cuando, en realidad, es el fundamento sobre el que se asienta buena parte de nuestra cultura: el mapa de Europa con sus paisajes y formas urbanas, nuestro sistema social basado en la familia, la estructura política articulada sobre el concepto de nación, las relaciones económicas, la organización profesional y corporativa, la reflexión cristiana sobre el poder y la defensa de valores como la justicia, la paz o el bien común... son aspectos capitales que hunden sus raíces en la Edad Media. El arte, el pensamiento y la vida espiritual tampoco responden a este estereotipo: la labor de las escuelas monacales, como depositarias y difusoras del saber; el desarrollo del arte con los estilos románico y gótico; el prestigio del canto gregoriano; la visión trascendente del mundo que exploran los filósofos, buscando un sentido profundo, simbólico para la realidad; el salto de gigante que supone la adopción de lenguas vernáculas para hacer una literatura que llegue al pueblo; las peregrinaciones a Roma, Jerusalén o Santiago de Compostela, que abren rutas de intercambio y convivencia; ponen de manifiesto el verdadero nivel que alcanzó la cultura medieval. |
|
La poesía lírica medieval La lírica hispánica de la Edad Media se caracteriza por la coexistencia de cuatro corrientes bien definidas: la arábigo andaluza, en lengua mozárabe; la lírica culta catalano-provenzal; las cantigas galaico-portuguesas; y los villancicos castellanos. Sus características generales quedan resumidas en el siguiente cuadro:
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Las jarchas mozárabes y la lírica culta catalano-provenzal Las jarchas son los textos más antiguos de nuestra literatura. Se trata de breves composiciones en lengua mozárabe que se utilizaban para cerrar poemas conocidos como moaxajas, escritos en árabe o hebreo. Observa:
|
|||||||
La lírica galaico-portuguesa y los villancicos castellanos Las cantigas de amigo son el género más característico de la poesía galaico-portuguesa. En ellas, muchachas jóvenes se lamentan por la ausencia o el olvido de su amado, el amigo, en medio de un paisaje natural (el mar, los árboles, las fuentes, las avecillas). Suele aludirse al encuentro amoroso mediante acciones simbólicas como lavarse la camisa o el cabello, ir al agua, de romería, ver ciervos, etc.
|
||||||||
La poesía épica. El mester de juglaría y los cantares de gesta El adjetivo "épico" deriva del nombre griego épos, que significa relato, narración; así pues, cuando hablamos de poesía épica, nos referimos a un género de poesía narrativa, que se centra en relatar las hazañas de un héroe. Hacia el siglo XII, la literatura castellana comienza a ofrecer este tipo de obras, a las que se les dio el nombre de cantares de gesta. Se trata de composiciones anónimas, con versos asonantes, de medida irregular, que se agrupan en series o tiradas con una misma rima, y desarrollan temas heroicos basados en la historia de un pueblo, en este caso el castellano, que se identifica con el protagonista como símbolo de sus ideales colectivos. Los cantares de gesta fueron transmitidos oralmente por los juglares, lo que explica que la mayoría de estos textos se hayan perdido (sólo conservamos el Cantar de Mio Cid y un fragmento del Cantar de Roncesvalles). La palabra juglar procede del latín jocularis, "el que divierte haciendo juegos", y, en efecto, se trataba de artistas dedicados a recorrer pueblos y castillos para entretener a la gente con actuaciones en las que mezclaban acrobacias, bailes, música, mímica y, obviamente, el relato de hazañas y gestas. Su labor como transmisores de un conjunto de tradiciones entre lo histórico y lo legendario los convierte en una verdadera institución, se habla del mester de juglaría (la palabra "mester", procede de ministerium, que significa servicio, oficio o profesión), con un talento extraordinario para transformar la obra literaria en un acontecimiento festivo de naturaleza singular: los textos que recitan (con una memoria prodigiosa, si tenemos en cuenta que muchos se acercan a los cuatro mil versos) están vivos, en el más riguroso sentido de la palabra, ya que se encuentran en un proceso de permanente creación, pues cada juglar canta a su modo y cada vez que se canta se hace de una manera distinta, para conectar con el público y satisfacer sus expectativas. La poesía épica castellana se agota en el siglo XIII; sin embargo, su contenido pasará a las crónicas de los historiadores medievales, a la obra de poetas cultos que la recrean en nuevas versiones y, por supuesto, al romancero de los siglos XIV y XV. |
|
Cantar de Mio Cid Se trata del principal cantar de la épica castellana y el único que ha llegado hasta nosotros en un manuscrito prácticamente completo (conservamos 3730 versos, han debido de perderse alrededor de 150), firmado en 1207 por un tal Per Abbat, su copista; aunque el texto original habría sido compuesto hacia 1140 por dos juglares sorianos, uno de Medinaceli y otro de San Esteban de Gormaz. El protagonista de la obra es un personaje histórico, Rodrigo Díaz de Vivar (1040-1099), conocido con el sobrenombre del Cid Campeador, un infanzón castellano, miembro de la baja nobleza, que gracias a su esfuerzo, su perseverancia y su valentía logra ascender socialmente y llega a convertirse en señor de Valencia. En el cantar, el Cid se desenvuelve en un mundo injusto que lo castiga una y otra vez, poniendo en tela de juicio su honor. La obra se divide en tres partes:
El Cantar de Mio Cid destaca por su realismo, su sencillez y su sobriedad. Está escrito pensando en el público que va a escucharlo, por lo que abundan las fórmulas del tipo: "allí veríais", "sabed", las preguntas y exclamaciones retóricas dirigidas al auditorio y los epítetos épicos para referirse al héroe: "el que en buena hora nació", "el que en buena hora ciñó espada", "el de la barba cumplida". El narrador cede la voz a los personajes constantemente, por lo que el peso del diálogo es muy importante. Son habituales los paralelismos y geminaciones: "mujeres y varones", "moros y cristianos", que dotan de ritmo al poema, al igual que la alternancia de tonos gracias a la combinación de pasajes bélicos, sentimentales e incluso humorísticos. |
|
Selección de fragmentos del Cantar de Mio Cid |
|
1. El Cid deja sus casas y tierras |
por la loriga abajo la sangre goteando, volvió la rienda, para huírsele del campo. Por aquel golpe el combate ha terminado. |
El mester de clerecía En el siglo XIII, algunos autores cultos, normalmente monjes, crean una escuela poética que recibirá el nombre de mester de clerecía ("oficio de clérigos"). A diferencia de los juglares, su objetivo es moralizante y didáctico (predominan los temas religiosos e históricos), y la forma que adoptan no es el verso irregular con rima asonante distribuido en tiradas, sino la cuadernavía: estrofas de cuatro versos alejandrinos (14 sílabas) con rima consonante, divididos en dos hemistiquios por una cesura central. Así lo manifiesta el autor del Libro de Alexandre, uno de los primeros textos de esta escuela poética.
Gran parte de las composiciones del mester se apoyan en fuentes clásicas (también bíblicas) a las que los monjes tenían acceso directo gracias a sus bibliotecas. El objetivo es poner al alcance de cualquiera una serie de textos cultos adaptándolos a los gustos del pueblo y a la lengua que habla, el castellano. Con el paso del tiempo, el mester de clerecía experimenta una evolución, las primeras obras están marcadas por una fuerte religiosidad y su métrica es perfectamente regular, más tarde se introducen temas profanos y una mayor variedad en metros y estrofas, lo que contribuye a que la corriente pierda carácter y acabe por desaparecer. Su cronología es la siguiente:
|
||
Gonzalo de Berceo. Milagros de Nuestra Señora Gonzalo de Berceo es el primer autor castellano de nombre conocido. Nació a finales del siglo XII y murió a mediados del XIII. Es probable que se formara en el Estudio General de Palencia, donde debió de entrar en contacto con el nuevo arte de la clerecía. Su vida transcurrió entre los monasterios de San Millán de la Cogolla (La Rioja) y Santo Domingo de Silos (Burgos), donde ejerció como sacerdote y desempeñó diversas tareas administrativas. Su obra, exclusivamente religiosa y de carácter predominantemente narrativo (aunque no faltan rasgos líricos y algunos elementos dramáticos), suele dividirse en tres bloques:
De entre todas, tal vez la más importante sea los Milagros de Nuestra Señora. Se trata de una colección de veinticinco milagros obrados por la Virgen, con los que Berceo pretende inspirar y aumentar la devoción por María. Los relatos se apoyan en fuentes latinas, que el autor reelabora para darles espontaneidad y aproximarlas a la realidad del pueblo: se detiene en la caracterización de personajes, emplea giros de la lengua popular (él mismo lo manifiesta en la Vida de Santo Domingo: "Quiero hacer una prosa en román paladino / en el cual suele el pueblo hablar con su vecino"), procura localizar los milagros en épocas próximas y lugares conocidos, recurre al humor, selecciona y organiza cuidadosamente los contenidos para sorprender al público (la Virgen salva a ladrones y borrachos; compite con otra mujer por el amor de uno de sus fieles; resucita a los que no murieron en gracia de Dios, para que se arrepientan; castiga a los sacrílegos o a los que hacen algún mal a sus protegidos). El conjunto viene precedido por una introducción alegórica de gran interés: el poeta se presenta como un peregrino (el hombre que se dirige a Dios) cansado de caminar (vencer las dificultades de la vida) que llega a un hermoso prado (la Virgen) en el que puede descansar (alcanzar la gloria) entre multitud de flores (los nombres que se han aplicado a Santa María) y refrescarse en cuatro fuentes (los Evangelistas). Es un excelente ejemplo de cómo se adaptó el tópico literario del jardín de las delicias, propio de la literatura amorosa, para fines religiosos. |
|
Un ejemplo de los Milagros de Nuestra Señora: "El ladrón devoto" |
|
Era un ladrón malo que prefería robar, a ir a la iglesia o ponerse a trabajar: sabía malamente su casa gobernar, cogió mala costumbre y no la podía dejar. |
Le metió bajo los pies mientras estaba colgado, las sus manos preciosas: lo sostuvo aliviado, no se sintió de cosa ninguna embargado, nunca se sintió más dichoso ni más agradado. |
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita. Libro de buen amor Juan Ruiz nació a finales del siglo XIII, probablemente en Alcalá de Henares, y murió a mediados del XIV. Vivió en Madrid y en Hita (Guadalajara), donde ocupó el cargo de Arcipreste. Pasó trece años en la cárcel por orden de su arzobispo y allí escribió su única obra, el Libro de buen amor, que tuvo dos ediciones, en 1330 y 1343. Consta de 1728 estrofas (más de siete mil versos) de métrica variada, aunque predominan los alejandrinos, y desarrolla la autobiografía ficticia de Juan Ruiz, que se presenta como un experto amador dispuesto a enseñar a sus lectores las artes de seducción con las que ha logrado rendir a todo tipo de mujeres: damas nobles, virtuosas, casquivanas, bellas viudas, pastoras, beatas, monjas, moras, villanas... El relato de estas aventuras amorosas constituye el eje central del libro, sobre el que se desarrollan otros elementos relacionados con él:
En el prólogo de la obra, Juan Ruiz declara que su intención al escribir el libro fue combatir el "loco amor del mundo" y apartar a los hombres del pecado; sin embargo se apresura a añadir que: "como pecar es humano, si algunos (cosa que no les aconsejo) quisieren usar del loco amor, aquí hallarán algunas maneras para ello". De esta forma, el autor se instala en la ambigüedad y deja a la discreción del lector cómo usar los conocimientos que le ofrece: gozar de la vida y transgredir las normas o llevar una vida sobria y respetable, optar por lo mundano o por lo divino, e incluso, con ese espíritu alegre y burlón que caracteriza al protagonista, por ambos a un tiempo, convirtiendo la vida en una especie de carnaval, donde todo se confunde y se pone en duda (algo muy propio del siglo XIV, cuando la peste asola Europa, y el hombre vacila entre poner su esperanza en Dios o disfrutar sin ningún reparo del momento presente). |
|
Los amores de don Melón y doña Endrina en el Libro de buen amor |
|
¡Ay Dios! ¡Y qué hermosa viene doña Endrina por la plaza! ¡Qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garza! ¡Qué cabellos, qué boquita, qué color, qué buenandanza! Con dardos de amor hiere cuando sus ojos alza. |
Aunque soy pobre, me acogen con cordialidad; el mejor y el más noble de linaje y de beldad es don Melón de la Huerta, buen chico de verdad: a los demás supera en hermosura y bondad". |
La prosa medieval. El siglo XIII: Alfonso X el Sabio (1221-1284) Con Alfonso X el Sabio culmina un largo período de maduración en el que el castellano se consolida como lengua de cultura. La enorme curiosidad que manifiesta el rey por las disciplinas más dispares (filosóficas, históricas, científicas, jurídicas) le animó a impulsar la traducción de las obras más importantes de la antigüedad (indias, persas, griegas...) a partir del latín, del árabe y del hebreo: "porque los hombres las entendiesen mejor y supiesen aprovecharse de ellas". Para realizar esta labor, se apoya en la Escuela de Traductores de Toledo, la institución cultural europea más importante de la Edad Media. Como es lógico, para incorporar a nuestra lengua el saber de otros pueblos, lejanos en el espacio y en el tiempo, hubo que "ensanchar" el idioma ampliando su vocabulario con neologismos y tecnicismos, perfeccionando la sintaxis y desarrollando un estilo nuevo, en prosa (hasta entonces los autores se habían servido del verso para sus relatos), el "castellano drecho", como lo llamaba el monarca, que se enriquece y gana en soltura y precisión. Sus esfuerzos fructifican en una obra muy variada en la que destacan:
Al margen de esta actividad, Alfonso X también cultivó la lírica y es autor de una colección de 427 poemas en galaico-portugués escritos en honor de la Virgen, las Cantigas de Santa María. |
|
La prosa medieval. El siglo XIV: Don Juan Manuel (1282-1348). El conde Lucanor El infante Don Juan Manuel, sobrino de Alfonso X el Sabio, es el primer autor castellano que escribe prosa de ficción siendo plenamente consciente de la importancia de cuidar el estilo y observar una escrupulosa corrección lingüística. En el prólogo a su libro más importante, El conde Lucanor, "compuesto de las más bellas palabras que yo pude", advierte que si alguien encuentra algún error en sus escritos: "que no pongan la culpa a él hasta que no vean el libro mismo que don Juan hizo, que es enmendado, en muchos lugares, con su letra". Pero su celo no queda ahí; orgulloso de su obra y preocupado por su conservación, deposita todos sus libros: "en el monasterio de los frailes predicadores que él hizo en Peñafiel". Paradójicamente, un incendió arrasó el edificio destruyendo todos los originales. Los textos de Don Juan Manuel tienen un carácter didáctico y moralizante, pero con un rasgo original: su voluntad de enseñar entreteniendo. La doctrina clásica sostenía que estos términos eran incompatibles: "prodesse aut delectare", o enseñar o entretener; sin embargo, Don Juan Manuel actúa: "según la manera que hacen los médicos, que, cuando quieren hacer alguna medicina que aproveche al hígado, por razón que, naturalmente, el hígado gusta de las cosas dulces, mezclan con aquella medicina azúcar o miel, que el hígado recibe llevándose con ella la medicina que le ha de aprovechar". Así, las enseñanzas morales se mezclan con sabrosos relatos que, a la vez que agradan, instruyen. El conde Lucanor es una colección de cincuenta y un cuentos de diversa procedencia (clásicos, orientales, bíblicos), con los que se pretende dar ejemplo de cómo resolver los problemas más habituales a los que se enfrenta una persona en su vida: "Sería maravilla si, de cualquier cosa que acaezca a cualquier hombre no hallare en este libro su semejanza en lo que acaeció a otro". Todos siguen la misma estructura: el conde Lucanor consulta un problema a su consejero Patronio y éste compara su caso con otro semejante del que tiene noticia; el conde le ruega que se lo cuente y Patronio accede; al concluir el relato, Patronio ofrece al conde el consejo que le había pedido deduciéndolo del cuento; el conde lo pone en práctica con éxito, por lo que Don Juan Manuel lo recoge en el libro, resumiendo su enseñanza en un pareado final que sirve de moraleja. |
|
El conde Lucanor. Ejemplo XXXV. "De lo que aconteció a un mancebo que casó con una mujer muy fuerte y muy brava" –Patronio, un mío criado me dijo
que le ofrecen casarse con una mujer muy rica, pero que es la más fuerte y brava
del mundo. |
|
Las peregrinaciones medievales. El camino de Santiago La palabra peregrino procede del latín y alude al hombre que va "per agrum", es decir, por los campos, en un "destierro" voluntario en busca de la sabiduría y de la virtud. Es importante tener en cuenta que el peregrino no es un nómada: no se opone al habitante, sino que mantiene una relación diferente con él; de pueblo en pueblo, su camino es una serie ordenada de lugares, un itinerario con un destino fijado de antemano, una meta física, pero también espiritual, ya que, cuando la alcance, se habrá convertido en alguien distinto, purificado y enriquecido por el contacto con los otros. La experiencia – otra palabra latina, ex-per-iencia es lo que saco (ex) yendo (iencia) por (per) uno u otro lugar – de la peregrinación se celebra en el santuario, un referente religioso, pero también artístico y cultural, donde el esfuerzo realizado adquiere su sentido definitivo (en la doble acepción de la palabra, como meta y como razón de ser). Las peregrinaciones fueron una práctica muy arraigada en la cristiandad; ya en el siglo II d. J.C., Belén y Jerusalén recibían un importante número de peregrinos, tradición que se mantuvo hasta el año 1078, cuando los Santos Lugares cayeron en poder de los turcos, hecho que marcará el comienzo de las Cruzadas. Durante la Edad Media fueron habituales las peregrinaciones a Roma, a veces con un rigor excesivo: penitentes cargados de cadenas forjadas con el arma de su crimen erraban de santuario en santuario hasta que la herrumbre rompía sus eslabones y, de este modo, quedaban absueltos. El otro gran centro de peregrinación fue Santiago de Compostela. A finales del s. VIII, se extendió por Occidente la noticia de que un monje había encontrado la tumba del Apóstol Santiago en el extremo más remoto de la Península Ibérica, en tierras de Galicia. Sobre el sepulcro se construyó una ermita, que muy pronto se convertirá en basílica. Para proteger y guiar a los peregrinos se creó la Orden de Santiago y se dispuso la construcción de calzadas, puentes, hospederías y hospitales. El zurrón de piel de ciervo, siempre abierto en señal de buena fe, la concha de vieira y el bordón (bastón que servía de ayudar al caminar) se convirtieron, junto con la calabaza, en símbolos del peregrino. |
|
En el siglo X, cuando el castellano empieza a despuntar entre los romances hispánicos, los monasterios de Santo Domingo de Silos (Burgos) y de San Millán de la Cogolla (La Rioja), donde se han encontrado los primeros testimonios escritos de nuestra lengua (las célebres Glosas silenses y emilianenses), son paso obligado de la ruta jacobea. No sólo eso, en el siglo XI, la Primera Crónica Anónima de Sahagún, un enclave capital en el tramo en que el Camino de Santiago discurre por la provincia de León, refiere la llegada de gentes: "de todas partes del universo... personas de diversas y extrañas provincias y reinos: gascones, bretones, alemanes, ingleses, borgoñones, normandos, tolosanos, provenzales, lombardos, y muchos otros negociadores de diversas naciones y extrañas lenguas". Esta inmigración se prolonga hasta principios del siglo XIII y constituye uno de los fenómenos más transcendentales de nuestra Edad Media: los territorios hispanos se abren a la influencia europea, particularmente francesa y provenzal, que tendrá un importante reflejo en la lengua (incorporación a nuestro léxico de galicismos y occitanismos; apócope de -e final, que más tarde se recupera parcialmente), en la literatura (los temas carolingios pasan a la epopeya castellana) o en las ideas religiosas y estéticas (la reforma que impulsan los monjes de Cluny, el arte románico, etc.). Si el tema ha despertado tu curiosidad, puedes ampliar esta información investigando en Internet cómo se fue desarrollando el Camino de Santiago a lo largo de los siglos y cuál es su importancia en la actualidad.
|