El marco histórico del Barroco. La crisis del siglo XVII y la ruina del Imperio español Se suele decir que la Casa de Austria pasó por España como un cometa, primero iluminando y luego arrasándolo todo con su estela. Efectivamente, los reinados de Carlos I (1516-1556) y Felipe II (1556-1598), que llenan el siglo XVI dividiéndolo en dos mitades, la de la expansión y la de la hegemonía del Imperio, fueron un momento de esplendor que se extingue por completo en la centuria siguiente dejando una sobrecogedora oscuridad. Sus sucesores, Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700), a quienes conocemos con el sobrenombre de Austrias menores, tienen que administrar unos inmensos dominios territoriales con un país empobrecido y una hacienda en quiebra. Los conflictos con Inglaterra, Francia y los Países Bajos, así como las revueltas y levantamientos internos (guerra de las Alpujarras, guerra de Cataluña, rebelión de Portugal, movimientos de independencia en Andalucía, Aragón y Navarra) ponen al país al borde del abismo. La miseria se extiende por el reino. El aumento de los impuestos y tributos para sufragar las campañas militares arruina a la burguesía y condena al hambre a las clases populares. Hay malas cosechas, el trigo sube, la ganadería retrocede, aumenta el bandidaje y la mendicidad. Las enfermedades se ceban con los más débiles, las guerras se cobran la vida de miles de jóvenes, muchas familias emigran a América, lo que se traduce en un acusado descenso demográfico que agrava los problemas sociales y económicos. La Corona se ha endeudado pidiendo préstamos que ya no se pueden pagar y provocan sucesivas bancarrotas en 1607, 1627, 1647 y 1656. La administración del Estado es errática. Los reyes dejan el gobierno en manos de privados y validos: Felipe III entrega las riendas del país al duque de Lerma y, cuando éste fracasa, al duque de Uceda; Felipe IV, al conde duque de Olivares y, tras su dimisión, a Luis de Haro; en el reinado de Carlos II, un hombre débil y enfermizo, que da claras muestras de incapacidad mental, la Corte está llena de vanidosos advenedizos que codician el poder para enriquecerse personalmente y distribuir prebendas y altos cargos entre sus amigos y parientes. Uno tras otro pasan por el gobierno el jesuita Nithard, Valenzuela, Juan José de Austria, el duque de Medinaceli, el conde de Oropesa y, en los últimos años, la segunda esposa de Carlos, Mariana de Neoburgo, rodeada de una camarilla de intrigantes que se prepara para el inminente cambio político que va a producirse cuando el rey muera sin hijos, circunstancia que desatará la guerra de Sucesión (1701-1714), el primer conflicto europeo de la era moderna, que se extiende por Francia, Alemania y los Países Bajos hasta el mar del Norte. Si hiciéramos un balance del período, no dudaríamos en hablar de decadencia y también de desequilibrios y desigualdades: la suntuosidad y el lujo de la Corte, el orgullo de clase al que se aferra la nobleza, contrastan con la crisis de autoridad, la corrupción política y la pobreza que domina la vida de campesinos y artesanos. |
La mentalidad de una nueva época marcada por la derrota del ideal humanista El hombre del siglo XVII sufre un duro desengaño. La vitalidad y el optimismo que trajo consigo el Renacimiento se desvanecen. La guerra, el hambre, las enfermedades y la muerte se encargan de desmentir el sueño del humanismo. La realidad está dominada por la violencia y el cambio, y cubierta con un grueso manto de apariencias que disfrazan su auténtico carácter. El sentimiento que domina es la inquietud, que se proyecta en distintos aspectos:
En el fondo, el Barroco nace de la melancolía, de esa tristeza vaga e indefinida que domina a aquel que sabe que, haga lo que haga, tiene perdida la batalla antes de empezar a luchar. En estas condiciones, la ansiedad de disfrutar, de apurar las escasas alegrías que la vida nos ofrece, se mezcla con el hastío, el "taedium vitae", que surge cuando se tiene la certeza de que esos goces no conducen a nada y se agotan en sí mismos. |
Los rasgos generales de la estética barroca y su reflejo en la literatura La literatura barroca se caracteriza por su enorme complejidad y su gran variedad de temas, tonos y estilos. Sus principales aspectos quedan resumidos en el siguiente cuadro:
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Culteranismo y conceptismo, dos tendencias opuestas, pero relacionadas entre sí Ya hemos dicho que la literatura barroca busca la belleza y la sorpresa complicando y retorciendo tanto la forma como el contenido de las obras. Partiendo de esta base, dentro del estilo barroco, se distinguen dos corrientes: El culteranismo
El conceptismo
Visto así, parecería que se trata de tendencias opuestas, cuando, en realidad, ambas responden a un mismo principio, reflejar la complejidad del mundo rompiendo el equilibrio de la expresión en sus dos vertientes. |
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La poesía barroca El contraste, el retorcimiento y la artificiosidad dominan en todos los órdenes. Si la lírica renacentista se caracterizó por la naturalidad y el equilibrio dentro de una actitud contemplativa, de admiración por aquello que amamos (el ideal femenino o el propio Dios), la barroca se distingue por lo contrario. Ya no existen formas ni vías prefijadas, el poeta se encuentra ante una realidad caótica y desarticulada, que exige un esfuerzo de interpretación para comprenderla racionalmente. Temas y motivos literarios La poesía barroca se orienta en dos direcciones. 1) Hacia lo exterior, hacia el disfrute de los goces terrenales ("carpe diem"), que conducen al idilio amoroso, erótico, al placer, a las formas exuberantes; sus motivos cubren un arco muy amplio, que va desde lo más sublime a lo más vulgar: la juventud, la fuerza, el amor, el deseo, el lujo, el capricho, el juego, el vino, la embriaguez, el carnaval, la fortuna, con una serie de símbolos recurrentes: el oro, las piedras preciosas como rubíes y zafiros, los tonos suaves, nacarados, el fuego de la pasión o el hielo de la indiferencia. 2) Hacia lo interior, denunciando la vanidad del mundo ("sic transit gloria mundi") con formas doloridas, que se centran en el paso del tiempo, la finitud de la vida y la certeza de la muerte; sus motivos predilectos son la decadencia, el pecado, la vejez, la muerte, expresados mediante símbolos como el reloj, las ruinas, las flores, el arte, el sueño, el teatro o el viaje como itinerario del hombre hacia Dios o como exploración interior. Formas y géneros Se suelen distinguir hasta cuatro estilos distintos. 1) Una lírica culta basada en el endecasílabo, sonetos, o en su combinación con el heptasílabo, liras y silvas, para tratar temas elevados (amorosos, mitológicos, morales o filosóficos). 2) La poesía en verso castellano, octosílabo, redondillas, quintillas, décimas, muy adecuadas para los juegos conceptistas. 3) El Romancero Nuevo, que incorpora temas moriscos, pastoriles, mitológicos, morales. 4) Canciones de tipo tradicional y popular, letrillas, villancicos y seguidillas, con temas costumbristas, satíricos o religiosos. Recursos expresivos Se crea un lenguaje literario que se aparta del usual en todos los niveles. 1) Fónico: cultismos, sobre todo los esdrújulos por su sonoridad ("púrpura", "aéreo", "émulo", "cándido"). 2) Morfosintáctico: sintaxis latinizante y de gran complicación (hipérbaton, perífrasis, encabalgamiento). 3) Léxico-semántico: vocabulario colorista y sensorial ("oro", "plata", "nácar", "cristal", "lilio", "rosas"), neologismos, latinismos, helenismos, derivados sorprendentes ("pretenmuela", no llega a pretendiente, "archipobre", "protomiseria"), metáforas audaces, hipérboles, paradojas, antítesis ("ayer naciste y morirás mañana"). 4) Pragmático: citas de otras obras, alusiones mitológicas. | |
Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635) La vida y la obra de Lope de Vega están íntimamente ligadas. Nace en Madrid en el seno de una familia modesta. Pronto revela un talento prodigioso: escribe poemas a los cinco años y piezas de teatro a los diez. Se educa con los jesuitas y estudia en las universidades de Alcalá y Salamanca. A los veintiún años participa en la conquista de las Azores, y se alista luego en la Armada Invencible. Vinculado a la Corte, sirve como secretario a varios nobles, como el duque de Alba, aunque su principal ocupación sea la literatura, particularmente el teatro. Su vida sentimental será muy agitada. Se enamora de Elena Osorio, pero ella le abandona por un hombre más rico, así que se casa con Isabel Urbina y, cuando ésta fallece, con Juana de Guardo, aunque, al mismo tiempo, tiene amores con Micaela Luján. A los cincuenta años, sufre una fuerte crisis por la muerte de Juana y, sobre todo, de su hijo predilecto, Carlos Félix. Entonces se ordena sacerdote, pero el amor vuelve a tentarle: conoce a Marta Nevares, casada y a la que dobla la edad, y vive un amor adúltero y sacrílego con ella. Sus últimos años están marcados por la enfermedad y las dificultades económicas. Su entierro se recuerda como una de las manifestaciones de duelo más multitudinarias que ha visto la historia de Madrid. Lope tiene fama de ser un poeta claro y moderno, que refleja en sus versos las cuatro pasiones que marcaron su vida: la mujer, la literatura, la patria y Dios. Su obra se suele dividir en cuatro bloques:
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Dos sonetos de Lope de Vega |
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Soneto definiendo el amor |
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Amor humano, amor divino |
Luis de Góngora y Argote (1561-1627) Nace en Córdoba, en una familia acomodada, que le proporcionó una excelente formación, se dice que a los nueve años ya dominaba el latín y el griego. Estudia con los jesuitas y, más tarde, en la Universidad de Salamanca, donde lleva una vida ociosa y despreocupada, hasta que decide seguir la carrera eclesiástica y se ordena sacerdote. Amante del lujo, escandaliza por su afición a los naipes, a los toros, a las comedias y a las tertulias. Frecuenta la Corte buscando el favor de los poderosos para mejorar su posición social y económica. Llega a ser capellán de Felipe III, lo que abona su fama y reputación. Entra en contacto con otros escritores, como Lope y Quevedo, granjeándose su feroz enemistad. En los últimos años de su vida, pierde apoyos en el entorno del rey y pasa serios apuros económicos. Enfermo y arruinado, regresa a Córdoba, donde muere. La obra de Góngora, breve, aunque oscura y compleja, cae en el olvido hasta que los poetas de la Generación del 27 la recuperan en el tercer centenario de la muerte del autor. Comprende romances, letrillas y sonetos (entre todos suman unos trescientos), así como dos poemas mayores:
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Un romance y una letrilla de Góngora
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Romance de cautivo Amarrado al duro banco de una galera turquesa, ambas manos en el remo y ambos ojos en la tierra, un forzado de Dragut en la playa de Marbella se quejaba al ronco son del remo y de la cadena: "¡Oh sagrado mar de España, famosa playa serena, teatro donde se han hecho cien mil navales tragedias!, pues eres tú el mismo mar que con tus crecientes besas las murallas de mi patria, coronadas y soberbias, tráeme nuevas de mi esposa y dime si han sido ciertas |
las lágrimas y suspiros que me dice por sus letras, porque si es verdad que llora mi cautiverio en tu arena, bien puedes al mar del Sur vencer en lucientes perlas. Dame ya, sagrado mar, a mis demandas respuesta, que bien puedes, si es verdad que las aguas tienen lengua, pero, pues no me respondes, sin duda alguna que es muerta, aunque no lo debe ser, pues que vivo yo en su ausencia. ¡Pues he vivido diez años sin libertad y sin ella, siempre al remo condenado a nadie matarán penas!" En esto se descubrieron de la Religión seis velas, y el cómitre mandó usar al forzado de su fuerza. |
Letrilla satírica Ándeme yo caliente y ríase la gente. Traten otros del gobierno del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno, y las mañanas de invierno naranjada y agua ardiente, y ríase la gente. Coma en dorada vajilla el príncipe mil cuidados, como píldoras dorados; que yo en mi pobre mesilla quiero más una morcilla que en el asador reviente, y ríase la gente. Cuando cubra las montañas de blanca nieve el enero, tenga yo lleno el brasero de bellotas y castañas, y quien las dulces patrañas del Rey que rabió me cuente, y ríase la gente. |
Busque muy en buena hora el mercader nuevos soles; yo conchas y caracoles entre la menuda arena, escuchando a Filomena sobre el chopo de la fuente, y ríase la gente. Pase a media noche el mar y arda en amorosa llama Leandro por ver su dama; que yo más quiero pasar del golfo de mi lagar la blanca o roja corriente, y ríase la gente. Pues Amor es tan cruel, que de Píramo y su amada hace tálamo una espada do se junten ella y él, sea mi Tisbe un pastel, y la espada sea mi diente, y ríase la gente. |
Fábula de Polifemo y Galatea |
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Descripción de Polifemo |
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Descripción de Galatea |
Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) Nace en Madrid. Su padre era secretario personal de la reina y su madre, dama de honor, por lo que, desde la infancia, conoce bien la vida palaciega. Estudió con los jesuitas y en las Universidades de Alcalá y Valladolid. Comienza una brillante carrera en la Corte, que le lleva hasta Italia, donde participa en arriesgadas misiones diplomáticas. Sin embargo, cae en desgracia y sufre destierro en su señorío de la Torre de Juan Abad, en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real). Es una etapa oscura y desgraciada que marcó su carácter escéptico y decepcionado. La subida al trono de Felipe IV le devuelve a la vida pública, el rey lo perdona y le convierte en su secretario. Sin embargo, nuevas intrigas le llevan a la cárcel acusado de conspiración. Cuando queda en libertad, Quevedo es un hombre acabado; se retira y muere dos años más tarde. Fascinado por la crudeza de la vida, conmocionado por los súbitos cambios de la fortuna, su obra poética suele dividirse en cinco bloques, atendiendo a su temática:
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Tres sonetos de Quevedo |
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Represéntase la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió |
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Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas de humor a tanto fuego han dado, medulas que han gloriosamente ardido, |
Letrilla satírica ponderando las cualidades del dinero |
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Madre, yo al oro me humillo; él es mi amante y mi amado, pues, de puro enamorado, de contino anda amarillo. Que pues, doblón o sencillo, hace todo cuanto quiero, poderoso caballero es don Dinero. |
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Y es tanta su majestad (aunque son sus duelos hartos), que con haberle hecho cuartos, no pierde su autoridad. Pero pues da calidad al noble y al pordiosero, poderoso caballero es don Dinero. |
La prosa barroca El siglo XVII supone la liquidación de la prosa idealista que había triunfado durante el Renacimiento. Los libros de caballerías, la novela bizantina, pastoril o morisca pierden terreno ante nuevos géneros que reflejan las preocupaciones inmediatas de la época desde un punto de vista crítico. La prosa de ficción se desarrolla en cuatro direcciones:
La prosa de ideas aborda temas muy diversos: literatura, moral, política, religión, filosofía. Los autores más representativos son Baltasar Gracián y Quevedo (La cuna y la sepultura). |
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La novela picaresca: Guzmán de Alfarache y El Buscón La vida del pícaro Guzmán de Alfarache se publicó en dos partes, la primera en 1599 y la segunda en 1604. Su autor, el sevillano Mateo Alemán, estudió Medicina y Leyes en Salamanca y Alcalá, y trabajó durante años como funcionario de Hacienda. Acuciado por los problemas económicos, pasó por la cárcel en distintas ocasiones, hasta que, por fin, huyó con sus dos hijas y su amante a Méjico, donde murió. El protagonista de la novela, Guzmanillo, es hijo de un mercader genovés, tramposo y afeminado, y de una sevillana, a la que todo el mundo conoce por ser adúltera. Al quedar huérfano, decide trabajar para huir de la miseria y así se convierte en mozo de una venta, ayudante de cocinero, criado de un cardenal, sirviente del embajador de Francia. Con el paso de los años llega a ser un consumado ladrón, experto en todo tipo de trampas, estafas y fraudes. Detenido y condenado a galeras, se arrepiente y comienza a escribir su vida como ejemplo de lo que no debe hacerse. La historia de la vida del Buscón llamado don Pablos apareció en el año 1626. Quevedo escoge como protagonista de su novela al hijo de un ladrón y de una bruja. Abandonado por sus padres, entra al servicio de un hidalgo, don Diego Coronel, para estudiar en casa del licenciado Cabra, que mata de hambre a sus pupilos, por lo que deciden pasar a Alcalá, donde Pablos es objeto de las crueles burlas de los estudiantes. Permanece allí hasta que se entera de que su padre ha muerto ajusticiado, vuelve a Segovia para recoger su herencia y luego marcha a Madrid, donde aprende a vivir en la Corte a costa del prójimo, sacando partido de las apariencias. Contacta con una cofradía de pícaros dedicados a los timos y acaba en la cárcel, que visitará en varias ocasiones. Azotado y apaleado, recala en Toledo, trabaja una temporada como cómico, y luego llega a Sevilla, desde donde pretende pasar a las Indias, pero nunca mejora su estado, porque se limita a cambiar de lugar, pero no de vida ni de costumbres. La novela destaca por su estilo espontáneo y un humor amargo, combinado con un realismo crudo y violento. Los personajes aparecen deformados, caricaturizados en retratos donde brilla el estilo conceptista del autor. |
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Un fragmento de El Buscón: El retrato del dómine Cabra Entramos, primer domingo después de Cuaresma, en poder de la hambre viva, porque tal laceria no admite encarecimiento. Él era un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo (no hay más que decir para quien sabe el refrán), los ojos, avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos; tan hundidos y oscuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aun no fueron de vicio, porque cuestan dinero; las barbas, descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate, largo como avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar de comer forzada de la necesidad; los brazos, secos; las manos, como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo, parecía tenedor o compás, con dos piernas largas y flacas. Su andar muy espacioso; si se descomponía algo, le sonaban los huesos como tablillas de San Lázaro. La habla ética; la barba grande, que nunca se la cortaba por no gastar, y él decía que era tanto el asco que le daba ver la mano del babero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de nosotros. Traía un bonete los días de sol, ratonado, con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos de caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra, y desde lejos, entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños. Parecía, con los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo. Pues su aposento, aun arañas no había en él. Conjuraba los ratones, de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba. La cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado, por no gastar las sábanas. Al fin, era archipobre y protomiseria. |
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Baltasar Gracián (1601-1658) Lo primero que llama la atención cuando nos acercamos a Gracián es la enorme influencia que el jesuita aragonés ha tenido fuera de nuestras fronteras ("Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza moral", escribe el filósofo alemán Nietzsche) y lo desapercibido que pasa en su patria. Estudia Teología en Toledo y enseña en los colegios de la Compañía de Jesús en Calatayud, Zaragoza y Tarragona. Pasa por Madrid y Valencia, donde alcanza una enorme fama como predicador (en cierta ocasión, para atraer a la gente a sus sermones, anuncia que va a dar lectura a una carta remitida desde el Infierno, lo que le acarrea problemas con la censura). En 1646, participa como capellán en la batalla de Lérida contra los franceses. Continúa su vida de profesor y escritor, hasta que en 1658, el general de la Compañía le sanciona (los jesuitas tenían prohibido escribir sobre asuntos no religiosos) y ordena que se le encierre. Gracián solicita hacerse franciscano, pero muere ese mismo año. Su obra, de carácter filosófico y moral, se centra en la formación humana y espiritual de la persona. Entre sus libros destacan:
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Una guerra entre dos enemigos irreconciliables: Góngora y Quevedo. En la España del siglo XVII, cuando pícaros, hidalgos, cortesanos y validos luchaban a diario para defender sus intereses, los enfrentamientos que protagonizaron Góngora y Quevedo alcanzaron una resonancia tan grande que su fama ha llegado hasta nuestros días. Los dos eran poetas, los dos desempeñaban altos cargos en la Corte, Góngora, como capellán de Felipe III, y Quevedo, como secretario real; sin embargo, el rencor y el resentimiento marcaron la relación entre ambos provocando violentas escenas y ataques feroces. Contra lo que se ha dicho en ocasiones, su rivalidad fue más personal que literaria: Góngora procedía de una familia acomodada, pero, en el fondo, era un recién llegado a la Corte, mientras que Quevedo había crecido en Palacio y lo veía como un arribista; la estricta moral de éste, su pasión cristiana, su concepto de la justicia, su visión de la vida y de la muerte, chocaron frontalmente con la mentalidad del cordobés, que, a pesar de ser sacerdote, no se distinguía precisamente por una vida austera y espiritual, al contrario, gustaba del juego, los espectáculos y la diversión. Se cuentan multitud de anécdotas, como la que se produjo durante una cena en la que Góngora retó a Quevedo a plantarse delante de la reina y llamarla coja (pues, en verdad, lo era). Quevedo, haciendo gala de su ingenio, se levantó con toda naturalidad, tomó unas flores, se acercó a ella y le dijo cortésmente: "Entre el clavel y la rosa, su majestad es... coja". La enemistad de los dos escritores continuó a lo largo de toda su vida. Poco antes de fallecer Góngora, sabiendo Quevedo que su enemigo estaba enfermo y arruinado, decidió comprar la casa que éste tenía en Madrid, lo que forzó su regreso a Córdoba, donde muere al año siguiente. Como es natural, muchas de las batallas de esta guerra se libraron en el terreno literario. Son conocidos los poemas en los que uno y otro satirizan al adversario intentado humillarlo. |
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Góngora se burla de las sutilezas de Quevedo, de su estilo grave y sentencioso: Anacreonte español, no hay quien os tope, Según él, Quevedo es un ignorante presuntuoso, que alardea de su ingenio y de su estilo, cuando ni siquiera se ha molestado en aprender latín y griego para leer a los clásicos: Con cuidado especial vuestros antojos La reacción de Quevedo es terrible: carga contra su origen judío, pone en duda su educación y su categoría social, siembra la duda sobre su hombría y le desprecia como sacerdote y erudito: Yo te untaré mis obras con tocino |
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¿Por qué censuras tú la lengua griega Góngora defiende su obra y su posición en Palacio, apelando a la fama que alcanzarán los versos de sus Soledades, a pesar de las críticas de incultos envidiosos como Quevedo: Con poca luz y menos disciplina Si la disputa ha despertado tu curiosidad, tal vez te apetezca seguir investigando. Encontrarás divertidísimos poemas en los que Quevedo critica la afición de Góngora a los naipes, como el famoso "Tantos años y tantos todo el día", u otros en los que ridiculiza su aspecto: "Érase un hombre a una nariz pegado"; también descubrirás que el mismo Lope de Vega participó en la querella despertando las iras de Góngora, que también se defendió de él escribiendo versos furibundos: Dicen que ha hecho Lopico |
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