«---Quincena 10 ª-. El Barroco---»

El marco histórico del Barroco. La crisis del siglo XVII y la ruina del Imperio español

Se suele decir que la Casa de Austria pasó por España como un cometa, primero iluminando y luego arrasándolo todo con su estela. Efectivamente, los reinados de Carlos I (1516-1556) y Felipe II (1556-1598), que llenan el siglo XVI dividiéndolo en dos mitades, la de la expansión y la de la hegemonía del Imperio, fueron un momento de esplendor que se extingue por completo en la centuria siguiente dejando una sobrecogedora oscuridad. Sus sucesores, Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700), a quienes conocemos con el sobrenombre de Austrias menores, tienen que administrar unos inmensos dominios territoriales con un país empobrecido y una hacienda en quiebra. Los conflictos con Inglaterra, Francia y los Países Bajos, así como las revueltas y levantamientos internos (guerra de las Alpujarras, guerra de Cataluña, rebelión de Portugal, movimientos de independencia en Andalucía, Aragón y Navarra) ponen al país al borde del abismo.

La miseria se extiende por el reino. El aumento de los impuestos y tributos para sufragar las campañas militares arruina a la burguesía y condena al hambre a las clases populares. Hay malas cosechas, el trigo sube, la ganadería retrocede, aumenta el bandidaje y la mendicidad. Las enfermedades se ceban con los más débiles, las guerras se cobran la vida de miles de jóvenes, muchas familias emigran a América, lo que se traduce en un acusado descenso demográfico que agrava los problemas sociales y económicos. La Corona se ha endeudado pidiendo préstamos que ya no se pueden pagar y provocan sucesivas bancarrotas en 1607, 1627, 1647 y 1656.

La administración del Estado es errática. Los reyes dejan el gobierno en manos de privados y validos: Felipe III entrega las riendas del país al duque de Lerma y, cuando éste fracasa, al duque de Uceda; Felipe IV, al conde duque de Olivares y, tras su dimisión, a Luis de Haro; en el reinado de Carlos II, un hombre débil y enfermizo, que da claras muestras de incapacidad mental, la Corte está llena de vanidosos advenedizos que codician el poder para enriquecerse personalmente y distribuir prebendas y altos cargos entre sus amigos y parientes. Uno tras otro pasan por el gobierno el jesuita Nithard, Valenzuela, Juan José de Austria, el duque de Medinaceli, el conde de Oropesa y, en los últimos años, la segunda esposa de Carlos, Mariana de Neoburgo, rodeada de una camarilla de intrigantes que se prepara para el inminente cambio político que va a producirse cuando el rey muera sin hijos, circunstancia que desatará la guerra de Sucesión (1701-1714), el primer conflicto europeo de la era moderna, que se extiende por Francia, Alemania y los Países Bajos hasta el mar del Norte.

Si hiciéramos un balance del período, no dudaríamos en hablar de decadencia y también de desequilibrios y desigualdades: la suntuosidad y el lujo de la Corte, el orgullo de clase al que se aferra la nobleza, contrastan con la crisis de autoridad, la corrupción política y la pobreza que domina la vida de campesinos y artesanos.

La mentalidad de una nueva época marcada por la derrota del ideal humanista

El hombre del siglo XVII sufre un duro desengaño. La vitalidad y el optimismo que trajo consigo el Renacimiento se desvanecen. La guerra, el hambre, las enfermedades y la muerte se encargan de desmentir el sueño del humanismo. La realidad está dominada por la violencia y el cambio, y cubierta con un grueso manto de apariencias que disfrazan su auténtico carácter. El sentimiento que domina es la inquietud, que se proyecta en distintos aspectos:

  • La naturaleza deja de ser un hogar para el hombre, es un ámbito hostil, caótico, erizado de peligros, por eso es preciso construir una estructura artificial que nos ofrezca cobijo. Es la época de los grandes sistemas, no sólo en el campo científico (Newton, Kepler, Galileo), sino también en la sociedad (pasión por el ceremonial), en la política (auge del absolutismo) y en el arte (exuberancia de las fachadas en la arquitectura, triunfo de las preceptivas poéticas, desarrollo de la música como arte puramente formal, aritmético).
  • El ser humano inspira desconfianza, se ha dejado de creer en su bondad, se piensa más bien que "el hombre es un lobo para el hombre", triunfa una visión escéptica y pesimista de la sociedad.
  • La vida se entiende como tránsito hacia la muerte, ya no es el ámbito donde el hombre se realiza a través de sus obras, es un sueño fugaz, irreal y vano. Lo que somos y lo que hacemos está condenado a la destrucción según la ley del tiempo, que devora al hombre, arrastrándolo "de la cuna a la sepultura" sin que pueda hacer nada para evitarlo. Ante este hecho cabe reaccionar con una actitud ascética, estoica (desprecio del mundo, aceptación serena del dolor y la muerte) o disfrutando del momento presente antes de que pase definitivamente (el tópico del "carpe diem").
  • Dios y la religión se convierten en la única respuesta a la angustia de vivir. El hombre es el único ser de la creación que conoce el hecho cierto de su muerte, y una muerte conocida es una muerte adelantada. Vivir es "ir muriendo cada día"; desde este punto de vista, la trascendencia es el último refugio donde cabe encontrar amparo.
  • La libertad queda oscurecida, parece que la historia de los pueblos y el destino individual de las personas se deciden al margen de su voluntad. El mundo se asimila a una representación teatral, en la que Dios es el autor y los hombres los actores que representan el papel que les ha tocado en suerte. Sería ingenuo pensar que tienen algo que decir sobre su argumento o su desenlace. La única actitud sensata es adaptarse a las circunstancias, cumpliendo con la función que cada cual tiene encomendada, para ser recompensado después de abandonar el escenario.

En el fondo, el Barroco nace de la melancolía, de esa tristeza vaga e indefinida que domina a aquel que sabe que, haga lo que haga, tiene perdida la batalla antes de empezar a luchar. En estas condiciones, la ansiedad de disfrutar, de apurar las escasas alegrías que la vida nos ofrece, se mezcla con el hastío, el "taedium vitae", que surge cuando se tiene la certeza de que esos goces no conducen a nada y se agotan en sí mismos.

Los rasgos generales de la estética barroca y su reflejo en la literatura

La literatura barroca se caracteriza por su enorme complejidad y su gran variedad de temas, tonos y estilos. Sus principales aspectos quedan resumidos en el siguiente cuadro:

Aspectos formales Aspectos temáticos Géneros y subgéneros
Complicación y retorcimiento de formas y conceptos.

Oscuridad del lenguaje debido a la abundancia de neologismos, cultismos y condensación de figuras literarias.

Se acentúan los contrastes: la deformación grotesca, satírica, caricaturesca, profana, convive con la idealización embellecedora, sublime, espiritual.

Tendencia a la exageración, a la hipérbole, a lo extremo.

La literatura persigue la originalidad y se aparta de las normas clásicas para buscar lo inaudito, lo diferente y sorprender al público.

Temas amorosos: pervive el tópico del amor cortés con la introducción de elementos sensuales, incluso eróticos.

Temas morales y filosóficos: la naturaleza humana, la fugacidad de las cosas y de la vida, la muerte, la confusión entre apariencia y realidad.

Temas religiosos y doctrinales: la fe en Dios, la salvación.

Temas satíricos (censura, crítica) y burlescos (jocosos, festivos, incluso tabernarios): expresión del descontento social.

Temas históricos y patrióticos: muchas veces se mezclan con consideraciones políticas.

Temas mitológicos y legendarios.

Temática de circunstancias: panegíricos, elegías, descripciones de paisajes, jardines, objetos.

La poesía se desarrolla en varias direcciones: lírica en versos italianos (endecasílabos y sus combinaciones), poemas en verso castellano (octosílabos y afines), desarrollo del Romancero Nuevo, y canciones de tipo tradicional y popular.

Novela picaresca (continúa la vía abierta por el Lazarillo).

Novela corta (ejemplar, amorosa, satírica, anecdótica).

Prosa didáctica y moralizante (reflexiones éticas, políticas, religiosas, artísticas).

El gran teatro clásico, creación de la comedia nueva, representada en los corrales, un fenómeno social que sirvió a la difusión de los ideales monárquicos y religiosos, también desde una perspectiva simbólica o alegórica, como en el caso del auto sacramental.

Culteranismo y conceptismo, dos tendencias opuestas, pero relacionadas entre sí

Ya hemos dicho que la literatura barroca busca la belleza y la sorpresa complicando y retorciendo tanto la forma como el contenido de las obras. Partiendo de esta base, dentro del estilo barroco, se distinguen dos corrientes:

El culteranismo

  • Prevalecería la forma sobre el contenido; lo importante no está en lo que se dice, sino en cómo se expresa; el tema es mínimo, lo que cuenta es la belleza formal.
  • Multiplica y retuerce las palabras, alterando su orden, recurre a un léxico culto con numerosos latinismos.
  • Los autores se dirigen a los sentidos, se presta especial atención al color, a la luz, al sonido, al tacto...
  • Los recursos expresivos más habituales son: cultismos, hipérboles, hipérbatos, metáforas, perífrasis y encabalgamientos abruptos.
  • Su principal representante es Góngora.

El conceptismo

  • Prevalecería el contenido sobre la forma; lo importante está en lo que se dice y en poder expresar muchas ideas con pocas palabras, asociando con ingenio distintos conceptos.
  • Utiliza las palabras justas y con sumo rigor, se preocupa por encontrar el término exacto y cargarlo de intención.
  • Los autores se dirigen a la inteligencia, se presta especial atención al sentido de los términos y a la combinación de sus significados.
  • Los recursos expresivos más habituales son: antítesis, paralelismos, paradojas, elipsis, paronomasias, equívocos y juegos de palabras.
  • Sus principales representantes son Quevedo y Gracián.

Visto así, parecería que se trata de tendencias opuestas, cuando, en realidad, ambas responden a un mismo principio, reflejar la complejidad del mundo rompiendo el equilibrio de la expresión en sus dos vertientes.

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La poesía barroca

El contraste, el retorcimiento y la artificiosidad dominan en todos los órdenes. Si la lírica renacentista se caracterizó por la naturalidad y el equilibrio dentro de una actitud contemplativa, de admiración por aquello que amamos (el ideal femenino o el propio Dios), la barroca se distingue por lo contrario. Ya no existen formas ni vías prefijadas, el poeta se encuentra ante una realidad caótica y desarticulada, que exige un esfuerzo de interpretación para comprenderla racionalmente.

Temas y motivos literarios

La poesía barroca se orienta en dos direcciones. 1) Hacia lo exterior, hacia el disfrute de los goces terrenales ("carpe diem"), que conducen al idilio amoroso, erótico, al placer, a las formas exuberantes; sus motivos cubren un arco muy amplio, que va desde lo más sublime a lo más vulgar: la juventud, la fuerza, el amor, el deseo, el lujo, el capricho, el juego, el vino, la embriaguez, el carnaval, la fortuna, con una serie de símbolos recurrentes: el oro, las piedras preciosas como rubíes y zafiros, los tonos suaves, nacarados, el fuego de la pasión o el hielo de la indiferencia. 2) Hacia lo interior, denunciando la vanidad del mundo ("sic transit gloria mundi") con formas doloridas, que se centran en el paso del tiempo, la finitud de la vida y la certeza de la muerte; sus motivos predilectos son la decadencia, el pecado, la vejez, la muerte, expresados mediante símbolos como el reloj, las ruinas, las flores, el arte, el sueño, el teatro o el viaje como itinerario del hombre hacia Dios o como exploración interior.

Formas y géneros

Se suelen distinguir hasta cuatro estilos distintos. 1) Una lírica culta basada en el endecasílabo, sonetos, o en su combinación con el heptasílabo, liras y silvas, para tratar temas elevados (amorosos, mitológicos, morales o filosóficos). 2) La poesía en verso castellano, octosílabo, redondillas, quintillas, décimas, muy adecuadas para los juegos conceptistas. 3) El Romancero Nuevo, que incorpora temas moriscos, pastoriles, mitológicos, morales. 4) Canciones de tipo tradicional y popular, letrillas, villancicos y seguidillas, con temas costumbristas, satíricos o religiosos.

Recursos expresivos

Se crea un lenguaje literario que se aparta del usual en todos los niveles. 1) Fónico: cultismos, sobre todo los esdrújulos por su sonoridad ("púrpura", "aéreo", "émulo", "cándido"). 2) Morfosintáctico: sintaxis latinizante y de gran complicación (hipérbaton, perífrasis, encabalgamiento). 3) Léxico-semántico: vocabulario colorista y sensorial ("oro", "plata", "nácar", "cristal", "lilio", "rosas"), neologismos, latinismos, helenismos, derivados sorprendentes ("pretenmuela", no llega a pretendiente, "archipobre", "protomiseria"), metáforas audaces, hipérboles, paradojas, antítesis ("ayer naciste y morirás mañana"). 4) Pragmático: citas de otras obras, alusiones mitológicas.

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Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635)

La vida y la obra de Lope de Vega están íntimamente ligadas. Nace en Madrid en el seno de una familia modesta. Pronto revela un talento prodigioso: escribe poemas a los cinco años y piezas de teatro a los diez. Se educa con los jesuitas y estudia en las universidades de Alcalá y Salamanca. A los veintiún años participa en la conquista de las Azores, y se alista luego en la Armada Invencible. Vinculado a la Corte, sirve como secretario a varios nobles, como el duque de Alba, aunque su principal ocupación sea la literatura, particularmente el teatro. Su vida sentimental será muy agitada. Se enamora de Elena Osorio, pero ella le abandona por un hombre más rico, así que se casa con Isabel Urbina y, cuando ésta fallece, con Juana de Guardo, aunque, al mismo tiempo, tiene amores con Micaela Luján. A los cincuenta años, sufre una fuerte crisis por la muerte de Juana y, sobre todo, de su hijo predilecto, Carlos Félix. Entonces se ordena sacerdote, pero el amor vuelve a tentarle: conoce a Marta Nevares, casada y a la que dobla la edad, y vive un amor adúltero y sacrílego con ella. Sus últimos años están marcados por la enfermedad y las dificultades económicas. Su entierro se recuerda como una de las manifestaciones de duelo más multitudinarias que ha visto la historia de Madrid.

Lope tiene fama de ser un poeta claro y moderno, que refleja en sus versos las cuatro pasiones que marcaron su vida: la mujer, la literatura, la patria y Dios. Su obra se suele dividir en cuatro bloques:

  • Poesía épica: La Dragontea, cuenta la historia del famoso corsario Francis Drake; El Isidro, sobre la vida del santo madrileño; La hermosura de Angélica, mezcla episodios históricos, legendarios y amorosos en las luchas con los musulmanes en España y Francia; La Jerusalén conquistada, sobre la tercera cruzada de Ricardo Corazón de León; La corona trágica, trata de la prisión y muerte de María Estuardo; y La Gatomaquia, un poema burlesco con celos, raptos y luchas que cuenta los amores de tres gatos, Marramaquiz y Micifuz, que pretenden a Zapaquilda.
  • Poemas didácticos sobre preceptiva literaria: El Arte nuevo de hacer comedias.
  • Poesía popular: Integrada por romances, sobre todo de tipo pastoril y morisco, en los que recuerda episodios sentimentales de su juventud con Elena Osorio. Al margen de ellos, encontramos un Romancero espiritual, testimonio de su crisis.
  • Poesía lírica culta: Especialmente sonetos, más de tres mil, de inspiración petrarquista y temática muy variada: amorosos, religiosos, mitológicos, burlescos... Destacan tres libros: Rimas, Rimas sacras y Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos.
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Dos sonetos de Lope de Vega

Soneto definiendo el amor
Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde, animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor süave, olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor: quien lo probó lo sabe.

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Amor humano, amor divino
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta cubierto de rocío pasas las noches del invierno escuras?
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío, si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía: "Alma, asómate agora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía"!
¡Y cuántas, hermosura soberana, "Mañana le abriremos", respondía, para lo mismo responder mañana!

Luis de Góngora y Argote (1561-1627)

Nace en Córdoba, en una familia acomodada, que le proporcionó una excelente formación, se dice que a los nueve años ya dominaba el latín y el griego. Estudia con los jesuitas y, más tarde, en la Universidad de Salamanca, donde lleva una vida ociosa y despreocupada, hasta que decide seguir la carrera eclesiástica y se ordena sacerdote. Amante del lujo, escandaliza por su afición a los naipes, a los toros, a las comedias y a las tertulias. Frecuenta la Corte buscando el favor de los poderosos para mejorar su posición social y económica. Llega a ser capellán de Felipe III, lo que abona su fama y reputación. Entra en contacto con otros escritores, como Lope y Quevedo, granjeándose su feroz enemistad. En los últimos años de su vida, pierde apoyos en el entorno del rey y pasa serios apuros económicos. Enfermo y arruinado, regresa a Córdoba, donde muere.

La obra de Góngora, breve, aunque oscura y compleja, cae en el olvido hasta que los poetas de la Generación del 27 la recuperan en el tercer centenario de la muerte del autor. Comprende romances, letrillas y sonetos (entre todos suman unos trescientos), así como dos poemas mayores:

  • Romances: Fueron muy famosos en su tiempo, se cantaban e incluso se representaban en las calles. Los hay caballerescos, moriscos, de cautivos, mitológicos, burlescos, humorísticos, costumbristas, amorosos.
  • Letrillas: Son composiciones de arte menor, con un estribillo al final de cada estrofa, que tocan temas amorosos, religiosos y, sobre todo, satíricos y burlescos.
  • Sonetos: Dedicatorios, amorosos, satírico-burlescos, fúnebres, morales, sacros, patrióticos.
  • Fábula de Polifemo y Galatea: Consta de sesenta y tres octavas reales. De tema mitológico, narra el amor del cíclope Polifemo por Galatea, una ninfa, que a su vez está enamorada de un joven pastor, Acis; el gigante, despechado, decide vengarse de ella y mata a Acis arrojándole un enorme peñasco; del cadáver del joven brotará un río, cuyas aguas llegarán al mar, morada de la ninfa Galatea, una hermosa imagen que renueva el tópico del "amor post mortem".
  • Soledades: Se trata de una obra inacabada, concebida en cuatro partes, de las que sólo llegó a escribir la primera (1098 versos) y un fragmento de la segunda (979 versos). Un joven náufrago llega a una playa, donde es recogido por unos cabreros con los que participa en una boda aldeana; más tarde pasa unos días viviendo con unos pescadores y sus bellas hermanas hasta que decide proseguir su camino. En realidad, el argumento no es más que una excusa para exhibir el estilo culterano en una descripción idealizada de la naturaleza a través de la soledad de los campos, de las riberas, de las selvas y del yermo.
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Un romance y una letrilla de Góngora
Romance de cautivo
   
   
Amarrado al duro banco
de una galera turquesa,
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,
un forzado de Dragut
en la playa de Marbella
se quejaba al ronco son
del remo y de la cadena:
"¡Oh sagrado mar de España,
famosa playa serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales tragedias!,
pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
tráeme nuevas de mi esposa
y dime si han sido ciertas

las lágrimas y suspiros
que me dice por sus letras,
porque si es verdad que llora
mi cautiverio en tu arena,
bien puedes al mar del Sur
vencer en lucientes perlas.
Dame ya, sagrado mar,
a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es verdad
que las aguas tienen lengua,
pero, pues no me respondes,
sin duda alguna que es muerta,
aunque no lo debe ser,
pues que vivo yo en su ausencia.
¡Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
siempre al remo condenado
a nadie matarán penas!"
En esto se descubrieron
de la Religión seis velas,
y el cómitre mandó usar
al forzado de su fuerza.

Letrilla satírica

Ándeme yo caliente
y ríase la gente.

Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y agua ardiente,
y ríase la gente.
  
Coma en dorada vajilla
el príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados;
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.
  
Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió me cuente,
y ríase la gente.


Busque muy en buena hora
el mercader nuevos soles;
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena 
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.

Pase a media noche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama;
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.

Pues Amor es tan cruel,
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel,
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.

Fábula de Polifemo y Galatea

Descripción de Polifemo
Un monte era de miembros eminente este (que, de Neptuno hijo fiero, que un ojo ilustra el orbe de su frente, émulo casi del mayor lucero) cíclope, a quien el pino más valiente, bastón, le obedecía, tan ligero, y al grave peso junco tan delgado, que un día era bastón y otro cayado.
Negro el cabello, imitador undoso de las obscuras aguas del Leteo, al viento que lo peina proceloso, vuela sin orden, pende sin aseo un torrente es su barba impetuoso, que (adusto hijo de este Pirineo) su pecho inunda, o tarde, o mal, o en vano surcada aun de los dedos de su mano.

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Descripción de Galatea
Ninfa, de Doris hija, la más bella, adora, que vio el reino de la espuma. Galatea es su nombre, y dulce en ella el terno Venus de sus Gracias suma. Son una y otra luminosa estrella lucientes ojos de su blanca pluma: si roca de cristal no es de Neptuno, pavón de Venus es, cisne de Juno.
Purpúreas rosas sobre Galatea la Alba entre lilios cándidos deshoja: duda el Amor cuál más su color sea, o púrpura nevada, o nieve roja. De su frente la perla es, eritrea, émula vana; el ciego dios se enoja, y, condenado su esplendor, la deja perder en oro al nácar de su oreja.

Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)

Nace en Madrid. Su padre era secretario personal de la reina y su madre, dama de honor, por lo que, desde la infancia, conoce bien la vida palaciega. Estudió con los jesuitas y en las Universidades de Alcalá y Valladolid. Comienza una brillante carrera en la Corte, que le lleva hasta Italia, donde participa en arriesgadas misiones diplomáticas. Sin embargo, cae en desgracia y sufre destierro en su señorío de la Torre de Juan Abad, en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real). Es una etapa oscura y desgraciada que marcó su carácter escéptico y decepcionado. La subida al trono de Felipe IV le devuelve a la vida pública, el rey lo perdona y le convierte en su secretario. Sin embargo, nuevas intrigas le llevan a la cárcel acusado de conspiración. Cuando queda en libertad, Quevedo es un hombre acabado; se retira y muere dos años más tarde.

Fascinado por la crudeza de la vida, conmocionado por los súbitos cambios de la fortuna, su obra poética suele dividirse en cinco bloques, atendiendo a su temática:

  • Poesía satírica y burlesca: Sonetos y romances donde critica con ingenio y mordacidad a sus rivales literarios, a los pícaros, a los mendigos, a las mujeres, a los matrimonios, a los médicos, a las viejas... prácticamente no hay tipo humano que salga bien parado.
  • Poesía metafísica y moral: Se centra en la vanidad de la vida y en la fragilidad de nuestras obras. La existencia del hombre está condenada de raíz, todos cumplimos un destino fatal que nos lleva de la cuna a la sepultura, y ser conscientes de ello nos convierte en la más infeliz de las criaturas, ya que una muerte conocida es una muerte adelantada.
  • Poesía religiosa: Trata de la relación con Dios, el juez supremo de quien depende la salvación eterna.
  • Poesía política: Expresa el dolor por la decadencia de España.
  • Poesía amorosa: Parece ser que Quevedo pasó veinte años enamorado de una dama de la familia de Medinaceli, Luisa de la Cerda, sin ser correspondido. Sus primeras composiciones se atienen a los tópicos petrarquistas (mujer de cabellos de oro, labios rojos y dientes nacarados), aunque luego ese amor se personaliza y aparecen los desprecios de la amada y los reproches por la dureza de su corazón. La obsesión de Quevedo por la caducidad de todas las cosas afecta también al amor, aunque la pureza de este sentimiento parece trascender la muerte.
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Tres sonetos de Quevedo

Represéntase la brevedad de lo que se vive
y cuán nada parece lo que se vivió
"¡Ah de la vida!"... ¿Nadie me responde? ¡Aquí de los antaños que he vivido! La Fortuna mis tiempos ha mordido; las horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder sabe cómo ni adónde la salud y la edad se hayan huido! Falta la vida, asiste lo vivido, y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; mañana no ha llegado; hoy se está yendo sin parar un punto: soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto pañales y mortaja, y he quedado presentes sucesiones de difunto.
Amor constante más allá de la muerte
Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte, en la ribera, dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama la agua fría, y perder el respeto a la ley severa.

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Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas de humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejarán no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado.
Salmo XVII
Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados, de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo: vi que el sol bebía los arroyos del hielo desatados, y del monte quejosos los ganados, que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa; vi que, amancillada, de anciana habitación era despojos; mi báculo, más corvo y menos fuerte;
vencida de la edad sentí mi espada. Y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte.

Letrilla satírica ponderando las cualidades del dinero

Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues, de puro enamorado,
de contino anda amarillo.
Que pues, doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Nace en las Indias honrado, donde el mundo le acompaña; viene a morir en España, y es en Génova enterrado. Y pues quien le trae al lado es hermoso, aunque sea fiero, poderoso caballero es don Dinero.[...]
Son sus padres principales, y es de nobles descendiente, porque en las venas de Oriente todas las sangres son reales. Y pues es quien hace iguales al duque y al ganadero, poderoso caballero es don Dinero.[...]

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Y es tanta su majestad
(aunque son sus duelos hartos),
que con haberle hecho cuartos,
no pierde su autoridad.
Pero pues da calidad
al noble y al pordiosero,
poderoso caballero
es don Dinero.
Nunca vi damas ingratas a su gusto y afición, que a las caras de un doblón hacen sus caras baratas. Y pues las hace bravatas desde una bolsa de cuero, poderoso caballero es don Dinero.
Más valen en cualquier tierra (mirad si es harto sagaz) sus escudos en la paz que rodelas en la guerra. Y pues al pobre le entierra y hace propio al forastero, poderoso caballero es don Dinero.

La prosa barroca

El siglo XVII supone la liquidación de la prosa idealista que había triunfado durante el Renacimiento. Los libros de caballerías, la novela bizantina, pastoril o morisca pierden terreno ante nuevos géneros que reflejan las preocupaciones inmediatas de la época desde un punto de vista crítico.

La prosa de ficción se desarrolla en cuatro direcciones:

  • Novela picaresca: Es el género narrativo de mayor éxito. Mantiene los rasgos esenciales que quedaron fijados en el Lazarillo (narración autobiográfica, origen humilde del protagonista, servicio a varios amos, lucha por la subsistencia) y los consolida. Sin embargo, a diferencia de Lázaro, que partía de la ingenuidad e iba corrompiéndose por las circunstancias, el pícaro barroco no es una víctima: obra mal, porque ésa es su naturaleza. Pasamos de la resignación al desengaño y al escepticismo: la fe en la bondad del hombre se ha perdido definitivamente. Las obras más destacadas son Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, y El Buscón, de Quevedo.
  • Novela corta: Suele presentarse en un ambiente cortesano y sus temas predilectos son el amor y el honor. Hay que recordar las Novelas amorosas y ejemplares, de María de Zayas y Sotomayor, muy apreciadas en su momento por su refinamiento y sensualidad, y las Novelas a Marcia Leonarda, de Lope de Vega.
  • Novela dialogada: En la línea de La Celestina. Es el caso de La Dorotea, de Lope de Vega, una nostálgica evocación de sus años de juventud y sus amores con Elena Osorio.
  • Relatos satíricos y costumbristas: Se trata de narraciones breves con una intención moralizante, que critican usos de la época a través de anécdotas grotescas, a menudo fantásticas. Las más importantes son El diablo cojuelo, de Luis Vélez de Guevara, y Los sueños, de Quevedo.

La prosa de ideas aborda temas muy diversos: literatura, moral, política, religión, filosofía. Los autores más representativos son Baltasar Gracián y Quevedo (La cuna y la sepultura).

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La novela picaresca: Guzmán de Alfarache y El Buscón

La vida del pícaro Guzmán de Alfarache se publicó en dos partes, la primera en 1599 y la segunda en 1604. Su autor, el sevillano Mateo Alemán, estudió Medicina y Leyes en Salamanca y Alcalá, y trabajó durante años como funcionario de Hacienda. Acuciado por los problemas económicos, pasó por la cárcel en distintas ocasiones, hasta que, por fin, huyó con sus dos hijas y su amante a Méjico, donde murió. El protagonista de la novela, Guzmanillo, es hijo de un mercader genovés, tramposo y afeminado, y de una sevillana, a la que todo el mundo conoce por ser adúltera. Al quedar huérfano, decide trabajar para huir de la miseria y así se convierte en mozo de una venta, ayudante de cocinero, criado de un cardenal, sirviente del embajador de Francia. Con el paso de los años llega a ser un consumado ladrón, experto en todo tipo de trampas, estafas y fraudes. Detenido y condenado a galeras, se arrepiente y comienza a escribir su vida como ejemplo de lo que no debe hacerse.

La historia de la vida del Buscón llamado don Pablos apareció en el año 1626. Quevedo escoge como protagonista de su novela al hijo de un ladrón y de una bruja. Abandonado por sus padres, entra al servicio de un hidalgo, don Diego Coronel, para estudiar en casa del licenciado Cabra, que mata de hambre a sus pupilos, por lo que deciden pasar a Alcalá, donde Pablos es objeto de las crueles burlas de los estudiantes. Permanece allí hasta que se entera de que su padre ha muerto ajusticiado, vuelve a Segovia para recoger su herencia y luego marcha a Madrid, donde aprende a vivir en la Corte a costa del prójimo, sacando partido de las apariencias. Contacta con una cofradía de pícaros dedicados a los timos y acaba en la cárcel, que visitará en varias ocasiones. Azotado y apaleado, recala en Toledo, trabaja una temporada como cómico, y luego llega a Sevilla, desde donde pretende pasar a las Indias, pero nunca mejora su estado, porque se limita a cambiar de lugar, pero no de vida ni de costumbres. La novela destaca por su estilo espontáneo y un humor amargo, combinado con un realismo crudo y violento. Los personajes aparecen deformados, caricaturizados en retratos donde brilla el estilo conceptista del autor.

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Un fragmento de El Buscón: El retrato del dómine Cabra

Entramos, primer domingo después de Cuaresma, en poder de la hambre viva, porque tal laceria no admite encarecimiento. Él era un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo (no hay más que decir para quien sabe el refrán), los ojos, avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos; tan hundidos y oscuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aun no fueron de vicio, porque cuestan dinero; las barbas, descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos  y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate, largo como avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar de comer forzada de la necesidad; los brazos, secos; las manos, como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio abajo, parecía tenedor o compás, con dos piernas largas y flacas. Su andar muy espacioso; si se descomponía algo, le sonaban los huesos como tablillas de San Lázaro. La habla ética; la barba grande, que nunca se la cortaba por no gastar, y él decía que era tanto el asco que le daba ver la mano del babero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de nosotros. Traía un bonete los días de sol, ratonado, con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos de caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola  tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra, y desde lejos, entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños. Parecía, con los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo. Pues su aposento, aun arañas no había en él. Conjuraba los ratones, de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba. La cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado, por no gastar las sábanas. Al fin, era archipobre y protomiseria.

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Baltasar Gracián (1601-1658)

Lo primero que llama la atención cuando nos acercamos a Gracián es la enorme influencia que el jesuita aragonés ha tenido fuera de nuestras fronteras ("Europa no ha producido nada más fino ni más complicado en materia de sutileza moral", escribe el filósofo alemán Nietzsche) y lo desapercibido que pasa en su patria. Estudia Teología en Toledo y enseña en los colegios de la Compañía de Jesús en Calatayud, Zaragoza y Tarragona. Pasa por Madrid y Valencia, donde alcanza una enorme fama como predicador (en cierta ocasión, para atraer a la gente a sus sermones, anuncia que va a dar lectura a una carta remitida desde el Infierno, lo que le acarrea problemas con la censura). En 1646, participa como capellán en la batalla de Lérida contra los franceses. Continúa su vida de profesor y escritor, hasta que en 1658, el general de la Compañía le sanciona (los jesuitas tenían prohibido escribir sobre asuntos no religiosos) y ordena que se le encierre. Gracián solicita hacerse franciscano, pero muere ese mismo año.

Su obra, de carácter filosófico y moral, se centra en la formación humana y espiritual de la persona. Entre sus libros destacan:

  • El héroe: expone mediante aforismos las virtudes que debe tener un gobernante.
  • El discreto: describe la cualidades que deben adornar al perfecto hombre de mundo.
  • Oráculo manual y arte de prudencia: es una colección de trescientas máximas en las que anima a observar la prudencia y actuar con sentido práctico.
  • Agudeza y arte de ingenio: un tratado literario en el que se estudian las figuras y recursos expresivos que emplean los autores barrocos, aportando numerosos ejemplos.
  • El criticón: es su obra maestra, una novela filosófica cuyo protagonista es Critilo, un hombre juicioso, que naufraga en las costas de Santa Elena, donde encuentra a Andrenio, criado en una caverna, en medio de la naturaleza, sin saber de sus padres ni de su origen; Critilo enseña y alecciona al joven poniéndole en guardia contra la maldad de los hombres y juntos emprenden el camino de la vida, la primavera de la niñez, el estío de la juventud, el otoño de la varonil edad y el invierno de la vejez, pasando por diversas tierras (España, Francia, Alemania e Italia), un viaje alegórico que sirve a Gracián para introducir consideraciones morales y criticar las costumbres.
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Una guerra entre dos enemigos irreconciliables: Góngora y Quevedo.

En la España del siglo XVII, cuando pícaros, hidalgos, cortesanos y validos luchaban a diario para defender sus intereses, los enfrentamientos que protagonizaron Góngora y Quevedo alcanzaron una resonancia tan grande que su fama ha llegado hasta nuestros días. Los dos eran poetas, los dos desempeñaban altos cargos en la Corte, Góngora, como capellán de Felipe III, y Quevedo, como secretario real; sin embargo, el rencor y el resentimiento marcaron la relación entre ambos provocando violentas escenas y ataques feroces. Contra lo que se ha dicho en ocasiones, su rivalidad fue más personal que literaria: Góngora procedía de una familia acomodada, pero, en el fondo, era un recién llegado a la Corte, mientras que Quevedo había crecido en Palacio y lo veía como un arribista; la estricta moral de éste, su pasión cristiana, su concepto de la justicia, su visión de la vida y de la muerte, chocaron frontalmente con la mentalidad del cordobés, que, a pesar de ser sacerdote, no se distinguía precisamente por una vida austera y espiritual, al contrario, gustaba del juego, los espectáculos y la diversión.

Se cuentan multitud de anécdotas, como la que se produjo durante una cena en la que Góngora retó a Quevedo a plantarse delante de la reina y llamarla coja (pues, en verdad, lo era). Quevedo, haciendo gala de su ingenio, se levantó con toda naturalidad, tomó unas flores, se acercó a ella y le dijo cortésmente: "Entre el clavel y la rosa, su majestad es... coja".

La enemistad de los dos escritores continuó a lo largo de toda su vida. Poco antes de fallecer Góngora, sabiendo Quevedo que su enemigo estaba enfermo y arruinado, decidió comprar la casa que éste tenía en Madrid, lo que forzó su regreso a Córdoba, donde muere al año siguiente.

Como es natural, muchas de las batallas de esta guerra se libraron en el terreno literario. Son conocidos los poemas en los que uno y otro satirizan al adversario intentado humillarlo.

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Góngora se burla de las sutilezas de Quevedo, de su estilo grave y sentencioso:

Anacreonte español, no hay quien os tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.

Según él, Quevedo es un ignorante presuntuoso, que alardea de su ingenio y de su estilo, cuando ni siquiera se ha molestado en aprender latín y griego para leer a los clásicos:

Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos.

La reacción de Quevedo es terrible: carga contra su origen judío, pone en duda su educación y su categoría social, siembra la duda sobre su hombría y le desprecia como sacerdote y erudito:

Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino.

Apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin christus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la Corte, bufón a lo divino.

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¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.

Góngora defiende su obra y su posición en Palacio, apelando a la fama que alcanzarán los versos de sus Soledades, a pesar de las críticas de incultos envidiosos como Quevedo:

Con poca luz y menos disciplina
(al voto de un muy crítico y muy lego)
salió en Madrid la Soledad, y luego
a Palacio con lento pie camina.

Si la disputa ha despertado tu curiosidad, tal vez te apetezca seguir investigando. Encontrarás divertidísimos poemas en los que Quevedo critica la afición de Góngora a los naipes, como el famoso "Tantos años y tantos todo el día", u otros en los que ridiculiza su aspecto: "Érase un hombre a una nariz pegado"; también descubrirás que el mismo Lope de Vega participó en la querella despertando las iras de Góngora, que también se defendió de él escribiendo versos furibundos:

Dicen que ha hecho Lopico
contra mí versos adversos;
mas si yo vuelvo mi pico,
con el pico de mis versos
a este Lopico lo-pico.

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