1. La Lógica inductiva y las Ciencias
a. Las proposiciones describen el mundo
En Un sistema de Lógica, Mill acepta la doctrina tradicional que considera que las proposiciones describen el mundo.
Los nombres pueden ser singulares o universales pero todos ellos denotan individuos o atributos de los individuos. La diferencia estriba en que un nombre general connota un atributo y denota todos los individuos de los que se predica ese atributo. (Así, rojo connota el atributo “rojez” y denota a todos los individuos de color rojo).
En una proposición los nombres están unidos por una cópula siendo éstas afirmativas y negativas. El significado de una proposición – su importación (import)- es determinado por la connotación de sus partes con la sola excepción de los nombres propios en cuyo caso el significado viene dado por la denotación.
Allí donde la importación de una proposición es dada por la connotación su verdad o falsedad es determinada por la denotación. Una proposición afirmativa es verdadera sólo en el caso de que la cosa o cosas denotadas por el termino sujeto estén en la clase de las cosas denotadas por el término predicado. De cualquier otro modo es falsa. De forma similar, una proposición negativa es verdadera sólo en el caso de que ninguna cosa denotada por el termino sujeto sea un miembro de la clase de cosas denotadas por el término predicado.
Las cosas y sus atributos se comportan de tal forma que respetan siempre el principio de contradicción y el de tercio excluso. Es decir, no puede darse una proposición que sea al mismo tiempo verdadera y falsa. Pero esto no quiere decir que se den relaciones necesarias entre las cosas. Las cosas y sus atributos son lógica y ontológicamente independientes.
Por lo tanto, la validez de dichos principios reside en que son meros hechos del mundo y de las cosas del mundo. Es decir, las cosas funcionan así.
No presentan, por tanto, necesidad metafísica. Toda necesidad es verbal, un modo de la importación de las proposiciones. Una proposición es necesariamente verdadera en el caso de que la connotación de sus nombres sea siempre por convención la misma.
b. La lógica es inductiva
Esta argumentación tiene consecuencias inmediatas sobre la lógica. Para Mill, la necesidad que expresan las leyes y los razonamientos deductivos en el fondo, no es tal. La necesidad de los primeros principios y la deducción, que se fundamenta en ella, son solamente probables pues su fundamento es la inducción. En el fondo, toda lógica es inductiva.
Mill afirma que toda inferencia que pretenda generalizar nuestro conocimiento está fundada en la experiencia actual o en la memoria. Las leyes lógicas no son apodícticamente ciertas, son sólo regularidades -obtenidas por inducción- que hacen referencia a verdades de hecho (al funcionamiento de las cosas en el mundo). Y todas las inferencias basadas en ellas son meros hechos psicológicos fundados en la inducción. En consecuencia, Mill ha sido acusado, y no sin razón, de psicologismo ya que considera que las leyes lógicas nos dan las reglas o normas conforme a las cuales debemos razonar desde lo que las cosas del mundo -captadas por nuestra experiencia y guardadas en nuestra memoria- son. Así son las cosas, así son las leyes lógicas. (¿No quiere esto decir que si las cosas fueran de otra forma, también lo serían las leyes de la lógica? ¿Y no es esto psicologismo?).
Pero hablar del funcionamiento de las cosas del mundo supone admitir que en éste hay una regularidad. Esa regularidad se manifiesta en las leyes de la naturaleza y sólo es teóricamente justificable mediante inducción.
c. La creencia en la regularidad de la naturaleza (principio de causalidad) y el método científico
Pero aunque tales leyes naturales no tengan a nivel teórico certeza apodíctica de alguna forma se les supone a nivel práctico. De hecho, Mill dice que las leyes naturales son las mínimas proposiciones universales que pueden explicarnos el orden del mundo, su constancia y su regularidad.
De entre éstas destaca la ley de causalidad. Ella es el pilar de la ciencia inductiva. Todos los fenómenos de la naturaleza deben tener una causa invariable e incondicional. Éste principio no es a priori –recordemos que Mill es empirista- sino inductivo y suponemos su verdad universal. A saber, en la experiencia ordinaria encontramos que cada suceso tiene una causa y cuando realizamos un estudio científico de la naturaleza, lo damos por supuesto. Estamos convencidos de que encontraremos siempre conexiones causales. Es, en definitiva, un principio cuya verdad absoluta es injustificable teóricamente pero que la necesidad práctica obliga a suponer.
La ciencia se construye desde este supuesto. Pero no es el único supuesto que la ciencia necesita. Para hacer ciencia son necesarias las hipótesis. Mill distingue entre hipótesis descriptivas e hipótesis explicativas.
Las primeras se confirman con la mera verificación. Si la hipótesis concuerda con los hechos no se necesita ninguna otra prueba.
Sin embargo, las hipótesis explicativas no se validan sólo con la verificación. Podríamos pensar en una diversidad de fenómenos que suponemos que si se producen en determinadas circunstancias deben haber sido causados por la hipótesis A. Pero verficar que los fenómenos se producen, no verifica nuestra hipótesis porque podría haber otras hipótesis, B y C por ejemplo, que quizás también han sido verificadas. Pero, ¿cuál de las tres hipótesis es realmente la causa de nuestra sucesión de fenómenos?
Para resolver esta cuestión Mill es consciente de que se deben recurrir a métodos de investigación experimental (métodos de razonamiento) a la par que suponer –de nuevo insistimos en ello- la validez apodíctica del principio de causalidad, la regularidad de la naturaleza y la existencia de leyes causales que todavía no han sido descubiertas.
Nuestro autor distingue cuatro métodos de investigación experimental:
- Método de la concordancia: Si dos o más instancias del fenómeno que se investiga tienen una sola circunstancia en común, la sola circunstancia en que concuerdan todas las instancias es la causa (o el efecto) del fenómeno dado.
- Método de la diferencia: Si consideramos un caso en el cual el fenómeno investigado ocurre y un caso en el cual no ocurre, y si encontramos que ambos tienen en común todas las circunstancias menos una, que está presente sólo en el primer caso, tal circunstancia es el efecto o la causa, o una parte indispensable de la causa, del fenómeno en cuestión.
- Método de residuos: Si quitamos de cualquier fenómeno la parte conocida, por inducciones previas, como efecto de ciertos antecedentes, el residuo del fenómeno será el efecto de los antecedentes restantes.
- Método de las variaciones concomitantes: Todo fenómeno que cambia siempre que otro cambie también en un determinado sentido, es una causa de tal fenómeno o su efecto o está conectado con él a través de algún hecho causal.
d. La lógica de las ciencias morales
En el sexto libro de Un sistema de Lógica nuestro autor aborda el problema de las ciencias morales.
Pero, ¿qué entiende por ciencias morales?
Son aquellas ramas del saber que guardan relación con el hombre, siempre que a) no tengan un carácter estrictamente normativo y b) no puedan clasificarse como partes de la ciencia física.
Ambas condiciones suponen una serie de exclusiones:
- La primera condición excluye de las ciencias morales la ética práctica o “moralidad” (la ética expresada en modo imperativo) ya que tiene un carácter estrictamente normativo. Mill considera que la ética normativa es un arte, no una ciencia.
- La segunda excluye el estudio de los estados del entendimiento en cuanto que se consideren como causados por estados corporales. De esto se ocupa la fisiología que es una ciencia natural.
¿Qué ciencias entran dentro de la clase ciencias morales?
La Psicología, la Etología o ciencia de la formación del carácter, la Sociología y la Historia (parte de la sociología general).
El objeto de la Psicología lo constituyen las leyes –últimas o derivadas- que explican la sucesión de los estados mentales. Estas leyes, según Mill, son las leyes de asociación. Así, la Psicología es una ciencia de la observación y de la experimentación.
La Etología busca las leyes de la formación del carácter tanto individual como nacional, aunque fundamentalmente se ocupa de las últimas. Esta ciencia no es una ciencia de observación, sino más bien deductiva. Se debe fundamentar en las leyes de la psicología y, a partir de ellas, deducir las leyes de la formación del carácter. La etología, a su vez, da lugar a un arte que debe utilizar dichas leyes con el fin de promover efectos deseables y evitar los indeseables: la educación práctica.
La Sociología, ciencia del hombre en sociedad, estudia las acciones de las masas humanas colectivas y los distintos fenómenos que constituyen la vida social.
Esta ciencia emplea dos métodos: el método deductivo inverso o método histórico y el método deductivo directo.
El método deductivo inverso fue tomado por Mill de Comte. Dicho método obtiene la conclusiones de la experiencia, como generalizaciones empíricas aproximadas para relacionarlas más tarde con los principios de la naturaleza humana por medio de razonamientos a priori que constituyen así una verificación real.
El método deductivo directo consiste en deducir, desde el conocimiento de las leyes de la naturaleza humana, cómo actuarán los hombres en una circunstancia determinada. Este conocimiento no es exacto pero nos puede servir para predecir y puede ser muy útil en política y en economía.
Mill considera que si la situación que consideremos en un determinado momento es simple, se utilizará el método deductivo directo y si es compleja el deductivo inverso.
Siguiendo a Comte divide la sociología en dos partes: estática social y dinámica social.
La estática social indaga y verifica las regularidades de la convivencia en sociedad.
La dinámica social estudia la sociedad como ser en estado de continuo cambio intentando explicar las consecuencias históricas de las condiciones sociales.
Pero las leyes históricas no pueden predecirse con seguridad ya que pueden surgir individuos excepcionales.
Entra aquí en juego un problema que Mill llegó a plantearse de manera angustiosa: ¿Cómo reconciliar una doctrina que insiste en que todos los fenómenos son fruto de una ley causal –en la que debemos creer ya que mediante la lógica no se puede mostrar su verdad apodíctica- con la libertad de la voluntad humana?
Mill sostiene que ambas doctrinas son compatibles. El ser humano es fruto de las circunstancias (necesidad) pero al mismo tiempo es él el que con su voluntad puede modificar las circunstancias (libertad) con lo que puede modificar los resultados de sus acciones futuras.
2. El mundo exterior y el yo
En Examen de la Filosofía de Sir William Hamilton nuestro autor aborda dos temas de gran interés para la comprensión de su pensamiento: el mundo exterior y el yo.
a. El mundo exterior
Frente al intuicionismo de Hamilton, Mill se posiciona al lado de Hume. Al igual que éste reconoce que creemos instintivamente en la existencia del mundo exterior.
Pero se esforzará en explicar tal creencia psicológicamente. Nosotros captamos sensaciones y éstas se agrupan en nuestra mente conforme a diversas relaciones causales. Así, tenemos distintos racimos de sensaciones. Estos agrupamientos nos llevan a pensar en la posibilidad permanente de las sensaciones como si fueran un objeto físico permanente.
Mill no se conforma simplemente con esto sino que se atreve a definir la materia. Es decir, osa hacer ontología. La materia es una posibilidad permanente de sensación y los cuerpos grupos de posibilidades simultáneas de sensaciones. Esto no supone admitir un sustrato permanente tras las sensaciones. Lo afirma con claridad: la materia no tiene más que una existencia hipotética e insustancial, es una simple hipótesis para explicar nuestras sensaciones. Por lo tanto, podríamos identificar materia y sensaciones -datos de los sentidos-.
b. El yo
Su noción de mente (yo) sigue los mismos parámetros que la del mundo exterior. La mente es simplemente una sucesión de múltiples sensaciones que se han denominado ‘estados o modificaciones de la mente’. Pero, creemos en la mente (yo) como algo permanente. En este sentido se podría definir como la posibilidad permanente de los estados mentales.
Pero aquí surge un problema: Identificar las series de sensaciones (materia) con la mente (yo) nos llevaría a afirmar que la materia es consciente ya que la mente lo es de forma indudable.
Mill reconoce el problema pero no renuncia a su posición fenomenista intentando salvar el problema con una solución que más bien parece de compromiso: las sensaciones no son conscientes pero sí la serie de sensaciones que constituye la mente. Eso sí, en tanto que serie. (¿Qué quiere decir?)
Al fin y al cabo Mill se ve obligado a confesar que lo más sensato es aceptar el hecho inexplicable de la mente que no puede explicar ninguna teoría y cuando tengamos que hablar utilizando términos que supongan una teoría hacerlo con reservas respecto a su significado.
Desde esta concepción del yo, se plantea un nuevo problema. ¿Puedo afirmar que hay otros o sólo puedo hablar de mi yo (solipsismo)?
Mill sostiene que aunque mi propia mente sea una serie de sentimientos (sensaciones) nada me impide concebir otras mentes como series parecidas de sensaciones. Además, por inferencia se me puede hacer evidente la existencia de otras mentes.
¿Cómo?
Las modificaciones en la posibilidad permanente de sensaciones –lo que denomino “mi cuerpo- evocan las sensaciones reales y estados mentales que constituyen “mi mente”. Pero yo capto la existencia de otras posibilidades permanentes de sensaciones (“otros cuerpos”) que no son causa de “mi mente”. Y, además, soy consciente de acciones y otros signos externos en “tales cuerpos” que tiendo a interpretar como signos o expresiones de “otras mentes” semejantes a la mía. (Pero, ¿no surge aquí un problema?: ¿Puedo tener sensaciones que no sean mías? ¿Se libra realmente Mill del solipsismo?).
3. La ética utilitarista
La obra que se ocupa del pensamiento ético de Mill es El Utilitarismo. Obra que, según propia confesión, es debida al rescate y organización de algunos escritos de su esposa, Harriet Taylor, con algún material añadido por él mismo.
El principio que fundamenta la moral es la utilidad o principio de la máxima felicidad y dice que las acciones son buenas en cuanto tienden a promover la felicidad y malas en cuanto tienden a producir lo contrario a ella.
¿Qué se entiende por felicidad? Placer y ausencia de dolor.
La moral que propone Mill no es egoísta porque la felicidad que hay que buscar no es la propia sino la mayor felicidad del conjunto de los seres humanos.
El principio de utilidad no puede ser demostrado ya que es un principio último. Sin embargo sí puede demostrarse que la felicidad es reconocida universalmente como un bien y es el único fin que todos los hombres desean y buscan. Esto ya es suficiente para afirmar que la felicidad es el fin último de la acción moral.
Mill se separa de Bentham en la consideración del placer. Para éste los placeres sólo se distinguen cuantitativamente; nuestro pensador, sin embargo, considera que los placeres se diferencian, además, cualitativamente. En consecuencia, hay placeres que son más deseables y tienen más valor que otros.
Parece que para mantener la diferencia cualitativa de los placeres Mill va más allá del placer y le busca un fundamento apelando a la naturaleza humana: el hombre es un “ser capaz de perseguir la perfección espiritual en cuanto fin; de desear, por sí misma, la armonización de su propio carácter con su norma de virtud, sin esperar el bien o temer el mal de otra fuente que su propia conciencia interna”.
Mill no nos dice claramente qué entiende por naturaleza humana pero sí nos indica, como hemos visto, que el hombre es susceptible de perfeccionamiento y, además, que sólo el cultivo de la individualidad puede producir seres humanos bien desarrollados.
Pero tenemos que recordar que la felicidad que debemos perseguir no es la felicidad individual sino la felicidad general.
Pero, ¿por qué debemos ir tras la felicidad general?
La argumentación parte de la siguiente afirmación: “La felicidad de cada persona es un bien para esa persona, y la felicidad general, por lo tanto, un bien para el conjunto de todas las personas”. Si mi felicidad es la parte de un todo, al desear la felicidad general estoy deseando la mía propia. Así, por asociación de ideas, puedo llegar a desear la felicidad general sin desear la mía.
Pero esto no quiere decir que todos tomemos este punto de vista altruista, podemos optar por el egoísta.
El fundamento firme de la moral utilitarista hay que buscarlo en los sentimientos sociales de la humanidad, el deseo de estar unidos a nuestros semejantes. Estos sentimientos tienen su fundamento en la naturaleza humana y crecen por obra de la educación y de la civilización en progreso y cuanto más crecen tanto más deseable es la felicidad general.
4. La libertad civil y el gobierno representativo
a. La libertad civil
Mill aborda sus reflexiones sobre la libertad civil del hombre en la obra que él consideraba como fundamental y que fue escrita en colaboración con su esposa: Sobre la libertad.
Niega la existencia de cualquier derecho natural (derecho abstracto) para afirmar que el principio de utilidad exige que todo hombre sea libre para desarrollar sus capacidades conforme a su propia voluntad y criterio siempre y cuando no obstaculice la libertad de los demás.
Esta libertad no sólo asegura el desarrollo del individuo sino también el de la sociedad ya que ésta se enriquece más en la medida en que sus miembros sean más libres.
La libertad sólo debe ser restringida en la vida social pero en lo que concierne sólo al individuo es absoluta. Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y mente, el individuo es soberano.
La restricción social de la libertad debe ejercerse sólo cuando haya un definido daño o un definido riesgo de daño para un individuo o la comunidad. Si no lo hay, la sociedad no debe inmiscuirse en la libertad privada del individuo ya que los juicios de la mayoría acerca de lo que es beneficioso para el individuo no son infalibles.
b. El gobierno representativo
La doctrina de Mill sobre la libertad civil se concreta a nivel político en las reflexiones que desarrolla en su escrito Consideraciones sobre el gobierno representativo.
La mejor forma de gobierno será aquella en la que la soberanía resida en el conjunto de la comunidad social. Cada ciudadano debe tener voz y formar parte del gobierno local o nacional en la función que sea. Así, el mejor gobierno es la democracia.
La democracia es el sistema en que el individuo puede ejercer mejor su libertad individual y protegerse de las injerencias ajenas a la par que desarrolla un temperamento activo. Es decir, es el sistema que fomenta el desarrollo de las potencialidades del individuo.
Además, promueve la preocupación por la felicidad general fomentando una conciencia cívica.
Mill considera que la mejor forma de gobierno democrático sería la democracia directa pero esto es imposible salvo que las comunidades fueran muy pequeñas. Por ello, hay que optar por una democracia representativa.
En la democracia representativa existe el peligro de que las mayorías opriman a las minorías produciéndose así un atentado contra la libertad individual. Es necesario que las minorías estén representadas por lo que hay que establecer un sistema de representación proporcional.
Pero el sufragio universal -incluyendo a las mujeres- y la representación proporcional deben ir acompañados de un proceso educativo que enseñe el respeto genuino a la libertad individual y a los derechos de todos los ciudadanos, sea cual sea su raza, religión o condición social.
Esto no quiere decir que el Estado no deba intervenir restringiendo la libertad individual. Ya vimos más arriba que Mill considera que las restricciones sólo deben darse cuando la libertad individual atenta contra la de los demás.
Pero, ¿cuándo atenta contra los demás? Es decir, ¿cómo se definen los daños y los riesgos? Aquí llegamos a uno de los grandes problemas del utilitarismo de nuestro pensador.
Según Mill el principio de individualidad se fundamenta en el principio de utilidad. Es decir, la felicidad propia –el bien propio- es consecuencia de la felicidad general –bien general-. Por tanto, la libertad individual está siempre sometida a la libertad de la mayoría y, consecuentemente, ¿no puede definirse, desde aquí, cualquier injerencia contra la libertad individual como daño o riesgo contra el cuerpo social?
5. Dios y la utilidad de la religión
Su obra póstuma Tres ensayos sobre la Religión recoge el pensamiento de Mill al respecto.
Aunque no recibió educación religiosa alguna -debido a que su padre consideraba que la religión era perjudicial para la moral-, la posición de John Stuart Mill no es tan radical como la de su progenitor.
Con respecto a los argumentos de la existencia de Dios se muestra crítico con el argumento ontológico y con el cosmológico pero, sin embargo, presta atención al argumento teleológico.
El argumento del designio de la Naturaleza –tal como él denomina al argumento teleológico- es un argumento científico que valiéndose de la inducción empírica llega a la conclusión de que existe un ser que trasciende el alcance de la investigación científica.
Evidentemente, prosigue Mill, tal razonamiento es analógico. Así como nosotros si vemos objetos que muestran vestigios de inteligencia humana, inferimos que han sido producidos por el hombre, al comprobar en los objetos naturales vestigios de inteligencia, inferimos que deben haber sido producidos por un ser inteligente supramundano ya que el hombre no los ha podido producir.
Este argumento es simplemente probable ya que supone la noción de finalidad (otra analogía): la acción común de varios factores hacia un mismo fin. Esa interpretación en racionalmente plausible pero no excluye otras explicaciones posibles.
En el caso de que exista Dios, no es omnipotente ya que la propia noción de finalidad (designio, en términos de Mill) supone la adaptación de unos medios a un fin y la necesidad de usar medios revela limitación de poder.
¿Qué interés tiene Mill en socavar la omnipotencia divina?
Parece que Mill considera que si Dios fuera omnipotente y bueno, debería evitar necesariamente el mal. Es un hecho que hay mal. En consecuencia, o bien se niega que haya Dios como hace el ateísmo ético o bien, posición hacia la que parece inclinarse Mill, Dios –si lo hay- es bueno pero no omnipotente. (Esta sería la única forma, según nuestro filósofo, en que puede salvarse la bondad divina).
En definitiva, la posición de Mill ante el problema de la existencia de Dios es un escepticismo racional. Posición a medio camino entre el agnosticismo y el teísmo.
En cuanto a la religión Mill reduce su valor a la utilidad. Al igual que la poesía le suministra al hombre ideas elevadas que van más allá de las que la vida puede suministrarle. Por eso es indiscutible que la religión es fuente de satisfacción personal y de sentimientos elevados.
Nuestro pensador se plantea si tal consideración moral de la religión podría mantenerse sin un ser sobrenatural. Piensa que así será en el futuro cuando se elimine la esperanza en la inmortalidad que predican algunas religiones.
La
religión de la humanidad no excluiría la posibilidad de creer en la existencia de un Dios bueno y limitado (no omnipotente). Dicha creencia podría añadir nuevas motivaciones para trabajar en bien de la humanidad ya que todos podríamos cooperar con el Ser invisible al que debemos todo lo que es agradable en la vida.