"Finalmente,
considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando despiertos pueden
también ocurrírsenos cuando dormimos, sin que en tal caso sea
ninguno verdadero, resolví fingir que las cosas que hasta entonces habían
entrado en mi espíritu no eran más ciertas que las ilusiones de
mis sueños. Pero advertí enseguida que aun queriendo pensar, de
este modo, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna
cosa. Y al advertir que esta verdad -pienso, luego existo- era tan firme y segura
que las suposiciones más extravagantes de los escépticos no eran
capaces de conmoverla, juzgué que podía aceptarla como el primer
principio de la filosofía que buscaba"
(DESCARTES, R., Discurso del método).
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