«---Quincena 9ª-. La literatura hasta la g. civil. Las Vanguardias y la generación del 27.---»
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Nuevos tiempos, nuevas inquietudes

Los intelectuales y escritores de principio de siglo asistieron, entre sorprendidos y maravillados, a una auténtica explosión de la tecnología y la ciencia, una tendencia que marcará el arranque del siglo XX y significará una auténtica revolución cultural de los modos y técnicas de expresión vigentes hasta la Gran Guerra, que estaban marcados por un realismo que parecía un principio irrenunciable en el arte.

El desconcierto general ante lo que había significado el fracaso de la cultura de la razón, ejemplificado en la I Guerra Mundial, lleva a los artistas plásticos y literarios a reivindicar una realidad mucho más compleja, cambiante, que se plasma artísticamente en composiciones cubistas que rompen el punto de vista habitual o en poemas vanguardistas que desafían cualquier análisis lógico del contenido y de la forma.

No son ajenos a esta nueva visión del mundo inventos que revolucionan el ocio, la cultura y la plástica del hombre de principios de siglo: el cine como arte definitivo, capaz de englobar las más variadas inquietudes artísticas y la radio, un nuevo medio de comunicación de masas capaz de llevar la palabra allí donde no llega la letra impresa.

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Testigos de un mundo caduco, y protagonistas absolutos de los nuevos tiempos, los escritores descubrirán un nuevo mundo interior, marcado por  la presencia de un tiempo subjetivo, que depende de lo vivido, y que se abrirá paso a través del monólogo interior. Mientras tanto, los poetas declaran no someterse a norma alguna, y sus textos se llenan de versículos y de audaces y modernas metáforas, reflejo de un mundo nuevo, fascinante y que parecía prometer todo aquello que se quisiera o soñara.

Las nuevas corrientes se abren al psicoanálisis, un nuevo y portentoso método científico para descubrir lo más oculto, lo más escondido y auténtico del hombre. Los artistas se preocuparán por los sueños, el lenguaje se hará voluntariamente confuso y onírico. Al tiempo, las reivindicaciones sociales, tomadas del marxismo y de las corrientes de pensamiento socialista, serán un referente para tantos escritores que militarán en las filas de las organizaciones obreras y que acabarán peleando, en el caso de España, al lado de la II República, empuñando el verso y la palabra como armas de combate. El surrealismo recogerá ambos aspectos —lo onírico y la toma de conciencia política del artista-, y se erigirá en una de las corrientes artísticas más enriquecedora, deslumbrante y fecunda del siglo XX.

En este panorama cultural, vivo y rabiosamente activo, irrumpen las vanguardias literarias y se forja la generación española de poetas más brillante desde el Siglo de Oro, una Generación que, enterada y abanderada de las últimas propuestas culturales europeas, no olvida, ni el endecasílabo de Garcilaso ni el romance popular. Llegada la década de los años 20, nuestros poetas se preparan para entrar en las trincheras de la renovación estética, política y cultural... y en las páginas de la historia de la literatura española.

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Ramón Gómez de la Serna. Las literaturas de vanguardia.

En las tres primeras décadas del siglo XX se suceden una serie de movimientos artísticos y literarios que recibieron el nombre de vanguardias. Son la consecuencia del agotamiento de los modelos artísticos de finales del XIX, por una parte, y del deseo de que el arte dé cuenta de un mundo distinto, renovado, vertiginoso y moderno, deportivo y tecnológico, que es el que se abre en 1900. Estos nuevos movimientos —o ismos, como se conocen por la terminación de sus respectivas denominaciones— certifican su nacimiento mediante manifiestos, declaración de intenciones de los artistas, escritores, etc., que participan en la corriente. Son por naturaleza efímeros, aunque alguno de ellos ha sido trascendental para la historia espiritual y artística del XX y hasta de la actualidad, como el surrealismo.

Ramón Gómez de la Serna (1888—1963) es un adelantado de las vanguardias en España. Su carácter único y singular le impidió crear escuela o que otros creadores se sumaran a sus hallazgos literarios, que ilustró sobradamente en la revista, por él creada, Prometeo. Con todo, influiría enormemente en escritores posteriores, especialmente en el tratamiento de las metáforas y las imágenes poéticas, así como en la libertad de su prosa, que no se ceñía a esquemas, géneros ni argumentos. De maneras y actitudes poco convencionales o excéntricas (como celebrar un banquete en un quirófano o dictar conferencias en un circo encima de un elefante), su obra literaria se basa en la ruptura con lo establecido, en las asociaciones delirantes de imágenes y, sobre todo, en la greguería, definida por el mismo Ramón como "Humorismo + Metáfora". Las greguerías son un compendio de libertad creativa, y en ellas puede haber una mayor carga de humorismo o de lirismo según los ejemplos, y constituyen una nueva forma de ver el mundo, divertida, original y enormemente creativa. Gómez de la Serna se exilió en Buenos Aires tras la guerra civil, y su figura perdió relieve paulatinamente durante la posguerra para recobrarlo en la actualidad.

Greguerías

De la nieve caída en el lago nacen los cisnes.

 

Los niños, al tocar las armónicas, chupan un caramelo de acordeón.

El otro lado del río siempre estará triste de no estar de este lado...Esa pena es de lo más insubsanable del mundo y no se arregla ni con un puente.

Lo que más le duele al aire son esos latigazos de los cocheros, que lo hacen restallar como si le hubieran pegado un tiro.

 

Entre los carriles de la vía del tren crecen las flores suicidas.

Golf: juego para ratones que se han vuelto ricos.

Las literaturas de vanguardia comienzan, como hemos dicho, su andadura a principios del siglo XX y entre los ismos que llegan a España procedentes de toda Europa figuran, por su trascendencia literaria, el futurismo, el cubismo, el dadaísmo, el ultraísmo, el creacionismo y el surrealismo —este último el de mayor calado y fecundidad en literatura y en el arte en general.

Tanto el futurismo como el ultraísmo —que recoge aspectos del cubismo— son movimientos que se producen entre 1910 y 1920. Ramón recogió en Prometeo el manifiesto del primero, así como la exaltación del mundo tecnológico y maquinizado que se avecinaba, y se tomaron como material poético los aviones, los coches veloces, las masas de ciudadanos, y, en ocasiones, la violencia o el enfrentamiento bélico. Ninguno de estos ismos tuvo un eco especialmente importante en nuestro país, aunque contaron con representantes muy significativos, como el poeta futurista y teórico literario Guillermo de Torre. Aún así fueron un caldo de cultivo imprescindible para posteriores generaciones poéticas, especialmente la del 27.
El dadaísmo fue creado por Tristán Tzara, y proclamaba la libertad absoluta del arte, reivindicaba lo incoherente, lo absurdo, y denunciaba, así, la irracionalidad de un mundo que, basado en el racionalismo y el cientifismo, había llevado a los hombres al desastre de la I Guerra Mundial. Influyó en el desarrollo del surrealismo.

He aquí las indicaciones de Tzara para crear un poema dadaísta:

Para hacer un poema dadaísta

Tomad un periódico.
Tomad unas tijeras.
Elegid en el periódico un artículo que tenga la longitud que queráis dar a vuestro poema.
Recortad con todo cuidado cada palabra de las que forman tal artículo y ponedlas todas en un saquito.
Agitad dulcemente.
Sacad las palabras una detrás de otra colocándolas en el orden en que las habéis sacado.
Copiadlas concienzudamente.
El poema está hecho.
Ya os habéis convertido en un escritor infinitamente original y dotado de una sensibilidad encantadora, aunque, por supuesto, incomprendida por la gente vulgar.

Mayor peso en España tuvo el creacionismo, cuyo inspirador, el chileno Vicente Huidobro, lo difundió en España en 1918. Se basaba en la autonomía del objeto artístico, en su independencia de otras realidades o circunstancias, una creación que nacía, teóricamente, por sí misma. Este punto de vista, cercano a la deshumanización propugnada por Ortega, tendría seguidores entre los poetas españoles, muy sensibles a estas posiciones literarias próximas a la poética de Juan Ramón Jiménez.

Sin embargo, el protagonismo esencial del abundante movimiento vanguardista estaba reservado al surrealismo. El francés André Breton fue su máxima figura y creador, si bien debe mucho a otras vanguardias anteriores como el dadaísmo. Su gran aportación a la cultura y el arte del siglo XX consistió en aunar la corriente intelectual más poderosa de finales del XIX y principios del siglo pasado, el marxismo, con una de las técnicas más revolucionarias de conocimiento científico del hombre, el psicoanálisis. Y ello puesto al servicio de la creación literaria y artística en general, pues se trataba de liberar las fuerzas creadoras del hombre, de transformar la realidad a través, sobre todo, de la poesía, que se consideraba como la herramienta más adecuada para esta revolución lingüística y liberadora. Para ello se propusieron métodos como la escritura automática (dejar la mano correr por el papel sin pensar en lo que se escribe), la asociación libre de imágenes, metáforas y visiones oníricas, etc., todo con el fin de dejar aflorar la auténtica realidad (a esto responde fielmente la expresión francesa surréalisme, es decir, superrealismo), lo contenido en el subconsciente de la mente del hombre.
En España el poeta Juan Larrea fue el introductor del surrealismo, cuyo Manifiesto se traduce en 1925, un año después de firmarlo Breton en París. La trascendencia del nuevo movimiento fue enorme entre nuestros intelectuales, pero no sólo entre ellos: el surrealismo es una de las corrientes más brillantes y fructíferas en el arte del siglo XX, especialmente en literatura y en las artes plásticas, pero su alcance traspasa estos límites del arte para incorporarse a las bases culturales de cualquier campo del conocimiento del hombre contemporáneo.

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La Generación del 27

El grupo de poetas que comparten esta generación componen el grupo más brillante de nuestra historia literaria reciente, y aun podríamos decir de los últimos siglos de poesía desde el Siglo de oro. Su importancia es también enorme a escala europea y mundial. Antes de comentar detalladamente a cada autor abordaremos algunas cuestiones generales de denominación, características y trayectoria de este grupo de poetas:

La denominación del Grupo ha sido cuestión frecuente de debate: el término de Generación del 27 viene dado por la celebración del centenario de la muerte de Góngora en Sevilla en 1927, acto en el que participaron todos ellos; sin embargo, el término de generación no parece encuadrar correctamente, ni por maestros ni por hechos históricos externos, a todos los poetas participantes, al menos en la definición que del término generación hizo Ortega y Gasset. Cernuda, uno de los poetas del Grupo, ha hablado de Generación de 1925, por ser una fecha alrededor de la cual casi todos publicaron algunas obras significativas. Atendiendo más a otras cuestiones se ha hablado de Poetas profesores o de Generación de la amistad, términos ambos que, sin ser inciertos, tampoco cubren la compleja perspectiva del Grupo. La crítica, siguiendo a Gerardo Diego -otro de los autores-, ha venido prefiriendo la denominación de Grupo del 27, entendiendo que hay autores, no necesariamente poetas, que pertenecen a la misma Generación pero que no comparten las características de éstos.

Menos discusión hay en la nómina de autores pertenecientes al Grupo, y que ordenados por fecha de nacimiento estaría formada por Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre.

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Las características estéticas y la poética del Grupo son enormemente variadas, pero también tienen muchas afinidades entre ellos, sobre todo por el enorme equilibrio de su poesía. Así, todos ellos son partidarios de una poesía autónoma, de una gran belleza formal, pero que no rehúye lo humano y lo sentimental. La mezcla entre lo culto y lo popular es una constante en todos ellos, y el trabajo y la disciplina para conseguir la brillantez técnica no restará la admiración ni la inspiración de la poesía popular y el deseo de llegar a la inmensa mayoría. Consecuencia de todo ello es también el equilibrio entre una poesía a la vanguardia de la producción europea pero que no reniega de sus orígenes españoles y que, de hecho, toma muchísimo de las fuentes clásicas de los poetas del Siglo de Oro, de Bécquer y de la tradición inmediata (de Juan Ramón Jiménez especialmente).

Las etapas del Grupo poético del 27 que se han distinguido habitualmente son tres:

  1. Etapa vanguardista y tradicional: todos los poetas de la nómina del 27 participaron activamente en las vanguardias, si bien se puede decir que, más que militar en un ismo en particular, tomaron de estos movimientos lo que entendieron más valioso de ellos, al tiempo que valoraron y se formaron en la más pura tradición española de la poesía clásica y de romancero. La etapa culminaría con el centenario de Góngora en 1927.
  2. Etapa surrealista y de progresiva toma de conciencia social: el influjo del surrealismo fue enorme entre los poetas del Grupo: Lorca, Alberti o Aleixandre viraron su producción hacia temas oníricos y practicaron metáforas casi imposibles, aunque nunca llegaron a practicar la escritura automática y, con todo, militaron en un surrealismo que nunca olvidó el compromiso social, manifestado sobre todo a través de las posiciones políticas de casi todos ellos, coincidentes con posturas republicanas y de izquierda. La etapa es también aplicable a otros creadores como Buñuel en el cine o Dalí en pintura, amigos de los poetas del Grupo y todos ellos habituales de la Residencia de Estudiantes.
  3. Etapa de poesía impura: el compromiso social se abre paso entre los poetas del Grupo, y la poesía se rehumaniza para defender la República. Aparece la revista Caballo verde para la poesía, de Neruda, marcadamente militante, en la que publican todos ellos. La guerra civil impone una poesía de urgencia practicada por algunos de los poetas, Lorca cae asesinado en Granada, y el Grupo se disuelve en una diáspora de exilios (todos menos Aleixandre, Dámaso Alonso y Gerardo Diego).

 

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Pedro Salinas (1891-1951), el mayor del Grupo, atraviesa distintas etapas: tras una primera época vanguardista en la que dedicó poemas a distintos objetos cotidianos (como a una bombilla, o a un automóvil) y en la que publicó libros como Seguro azar (1929) o Fábula y signo (1931), llega su época más plena con La voz a ti debida (1933) y Razón de amor (1936), que consagran a Salinas como el gran poeta del amor, sentimiento que llena su poesía de belleza y de aparente simplicidad a pesar de su trabajada elaboración.

Para vivir no quiero
Islas, palacios, torres,
¡ Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!
Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
(...)
Y vuelto ya el anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
"Yo te quiero, soy yo".

La voz a ti debida (1933).

Jorge Guillén (1893-1984) es otro de los poetas profesores junto con Gerardo Diego y Pedro Salinas, del que fue entrañable amigo. Su poesía es el mejor ejemplo, dentro de los del Grupo del 27, de la poesía pura, y aunque también evolucionó hacia el nosotros siempre mantuvo su vocación poética original. Su obra puede parecer fría, pero está intensamente trabajada y elaborada. Concibió su producción como una unidad, que agrupó en Aire nuestro (formada por Cántico, Clamor, Homenaje, Y otros poemas y Final).

Las doce en el reloj

Dije: Todo ya pleno.
Un álamo vibró.
Las hojas plateadas
Sonaron con amor.
Los verdes eran grises,
El amor era sol.
(...)
Centro en aquel instante
De tanto alrededor,
Quien lo veía todo
Completo para un dios.
Dije: Todo, completo.
¡ Las doce en el reloj!

Cántico (1936).

Gerardo Diego (1896-1987) fue el único poeta del Grupo que participó de forma declarada en las filas de uno de los ismos, el creacionismo (Manual de espumas, 1918-1922), pero su obra también se orienta hacia los clásicos y el verso tradicional (Alondra de sonetos, 1941), siendo un magnífico ejemplo de la mezcla de vanguardia y tradición tan característica de la Generación del 27.

El ciprés de Silos

a Ángel del Río.

Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo como en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño;
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llego a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi, señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.


Versos humanos (1919-1924).

Emilio Prados (1899-1962) ejemplifica los sucesivos pasos seguidos por los poetas de su Generación: comienzos populares y de influencia de Juan Ramón, etapa surrealista, época militante de poesía política durante la guerra (Cancionero menor para los combatientes, 1936-1937) y, finalmente, poesía del exilio más reconcentrada y presa de nostalgia de España (Jardín cerrado, 1940-1946). Editó, junto con Manuel Altolaguirre, del que fue íntimo amigo, la revista malagueña Litoral, en la que publicarían los poetas del Grupo y que también sacaría a luz distintos libros de los poetas que estamos estudiando.


Manuel Altolaguirre (1905-1959) es también considerado, como Prados, uno de los poetas menores de la Generación del 27, posiblemente por la enorme altura de Lorca, Alberti, Cernuda, etc., no por la falta de calidad de su poesía. Su obra es cordial y alegre, no tan al día de novedades como las de los otros poetas del Grupo, pero de gran calidez (Las islas invitadas, 1926-1946). Destacó como tipógrafo, impresor y editor de Litoral en colaboración con Prados.

Dámaso Alonso (1898-1990) es un caso único dentro de la Generación del 27, a la que pertenece por edad y formación poética, si bien lo más trascendente de su producción llega acabada la guerra civil, con un libro que marcará el futuro de la poesía española de posguerra, Hijos de la ira (1944). Su labor hasta entonces, y aun habiendo publicado algunos títulos (Poemas puros, poemillas de la ciudad, 1918-1921), fue la de un soberbio investigador de la lengua literaria de la poesía española de todos los tiempos (fue el inspirador del centenario de Góngora en 1927), de la evolución de la lengua literaria, de la Estilística y autor de extraordinarios ensayos sobre distintos poetas clásicos. Fue ésta una labor que no abandonaría nunca, que desarrolló en numerosas universidades españolas y de Estados Unidos e Inglaterra y por la que bastaría para tener un sitio en nuestra historia literaria. Hijos de la ira revolucionó el pobre ambiente literario de posguerra, pues tradujo como nadie la angustia de sentirse hombre en medio de la crueldad y la barbarie de la época que le tocó vivir, y sus versículos (que son la técnica preferida por el poeta para este libro) desnudan al hombre para dejarlo únicamente con la angustia de sentirse vivo... pero solo y en medio del caos y la soledad.
Con posterioridad publicó otros libros, también valiosos, en los que el sentimiento predominante es el religioso (Hombre y Dios, 1955, o Duda y amor sobre el Ser Supremo, 1985, entre otros).

Insomnio

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
a veces en la noche yo me revuelco y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma, por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?

Hijos de la ira, 1944.

Vicente Aleixandre (1898-1984) es la mayor figura del surrealismo del Grupo del 27 aunque siempre, como es característico sea la cuestión que sea de la que hablemos entre estos autores, es personalísimo en su empleo. Sus primeros libros —Ámbito (1924-1927), Espadas como labios (1930-1931)— muestran un poeta hondamente angustiado por su condición humana, que no encuentra en el mundo más que un lugar lúgubre y triste, desequilibrado. Esta etapa se cierra con dos de sus grandes obras maestras, La destrucción o el amor (1932-1933) y Sombra del Paraíso (1939-1943). Las imágenes oníricas de corte surrealista son la clave del lenguaje poético de estos libros y el versículo es el metro más empleado. Su lectura no es fácil, y requiere del lector un esfuerzo constante de comprensión, al que en ocasiones hay que renunciar para disfrutar, simplemente, del magnífico lenguaje literario y de las bellísimas metáforas.
Este concepto del mundo como algo esencialmente desordenado y vacío iría evolucionando poco a poco hasta otra concepción del hombre en Aleixandre, más cercana al nosotros y, sobre todo, más comprensiva con el esfuerzo, el trabajo y el vivir del hombre sobre la tierra, más solidaria. Ejemplo de esta nueva etapa sería Historia del corazón (1945-1953).
Finalmente, ya en la vejez, publicaría dos nuevos libros que ahondan en temas filosóficos y de reflexión sobre el final de la existencia —Poemas de la consumación (1968) y Diálogos del conocimiento (1974).
Se trata de uno de los poetas más importantes de la lengua castellana en el siglo XX, maestro de generaciones de poetas y escritores en el sentido literal —su casa de Madrid siempre estuvo abierta a los jóvenes creadores-. Recibió el Premio Nobel en 1977.

Silencio

Bajo el sollozo un jardín no mojado.
¡ Oh pájaros, los cantos, los plumajes.
Esta lírica mano azul sin sueño.
Del tamaño de un ave unos labios. No escucho.
El paisaje es la risa. Dos cinturas amándose.
Los árboles en sombra segregan voz. Silencio.
Así repaso niebla o plata dura,
beso en la frente lírica agua sola,
agua de nieve, corazón o urna,
vaticinio de besos, ¡ oh cabida!,
donde ya mis oídos no escucharon
los pasos en la arena, o luz o sombra.

Espadas como labios (1932).

Rafael Alberti (1902-1999) ha sido el ejemplo más claro de la simbiosis entre vocación poética y compromiso político entre sus compañeros de Generación. Junto a ello, tuvo un inmenso talento literario del que hizo gala recorriendo todos los caminos poéticos de los años veinte y treinta del siglo XX. Sus inicios destacan por la raíz popular y el influjo de las cancioncillas tradicionales (Marinero en tierra ,1924; La amante ,1925), en las que destacan el ambiente marinero de su infancia y los metros castellanos populares. A esta época sigue otra más vanguardista y barroca, de la que el libro Cal y canto (1926-1927) es el mejor ejemplo. Sin embargo, habrá que esperar un año para la publicación de su obra maestra, ejemplo extraordinario de evolución poética, Sobre los Ángeles (1928), plenamente insertado en la corriente surrealista. Se trata de un libro magistral, en el que las imágenes oníricas y delirantes se suceden sin perder nunca la referencia de unos seres misteriosos —los ángeles— que representan las más variadas angustias y frustraciones del poeta. Utiliza una métrica variada, aunque predomina el versículo, tan adecuado al lenguaje surrealista.
Inaugurada la II República, Alberti se incorpora con entusiasmo a la militancia política —el más activo entre los del Grupo— y pone su poesía al servicio de causas sociales o militantes, con títulos significativos como El poeta en la calle (1931-1936) o Entre el clavel y la espada (1939-1940). Acabada la guerra civil, y ya en el destierro, su obra sigue siendo abundante, y alterna entre la añoranza (Retornos de lo vivo lejano, 1948-1956; La arboleda perdida, 1947, un delicioso libro en prosa de memorias) y las nuevas vivencias (Diálogo entre Venus y Príapo, 1988).

Desahucio

ángeles malos o buenos,
que no sé,
te arrojaron en mi alma.

Sola,
sin muebles y sin alcobas,
deshabitada.

De rondón, el viento hiere
las paredes,
las más finas, vítreas láminas.

Humedad. Cadenas. Gritos.
Ráfagas.

Te pregunto:
¿cuándo abandonas la casa,
dime,
qué ángeles malos, crueles,
quieren de nuevo alquilarla?

Dímelo.
Sobre los ángeles.

Luis Cernuda (1902-1963) es quizás el poeta más alejado de la evolución del Grupo, si bien no ajeno totalmente a ella. Su condición homosexual, que no ocultó nunca y que le causó problemas y rechazos, así como un cierto carácter huraño, le dan a su poesía un tono austero, muy personal, más cercano al concepto que a la imagen, denso y amargo. Los metros empleados son generalmente cortos, pero a medida que su obra avanza y se personaliza tenderá, como otros compañeros de Generación, hacia el versículo. Sin embargo partió también de la poesía pura y de los clásicos, aunque no de Góngora, sino de Garcilaso (Perfil del aire, 1924-1927). Tras una estancia en París como lector rinde tributo al surrealismo en Un río, un amor (1929) y en Los placeres prohibidos (1931), uno de sus libros fundamentales. En 1934 publica otro magnífico libro, Donde habite el olvido, título tomado de un verso de Bécquer, otro de los autores que le influiría, como al resto de la Generación, enormemente. Tras Invocaciones (1934-1935) decide agrupar en 1936 toda su obra en un solo título, La realidad y el deseo, conceptos que engloban certeramente el carácter de la poesía de Cernuda, que crecerá aglutinando títulos hasta la muerte del poeta, y en la que el amor, frustrado o satisfecho, será eje decisivo. En el exilio desde 1938, ejerceró la docencia en distintas universidades, siguiendo el destino de sus colegas poetas.

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Yo fui.

Columna ardiente, luna de primavera.
Mar dorado, ojos grandes.

Busqué lo que pensaba;
Pensé, como al amanecer en sueño lánguido,
Lo que pinta el deseo en días adolescentes.

Canté, subí,
Fui luz un día
Arrastrado en la llama.

Como un golpe de viento
Que deshace la sombra,
Caí en lo negro,
En el mundo insaciable.

He sido.

Donde habite el olvido (1932-1934).

Hemos dejado para el final al poeta más conocido y universal de la Generación del 27, Federico García Lorca (1898-1936). Es difícil escoger en qué faceta fue más audaz y novedoso, si como poeta o como dramaturgo, pero parece claro que, si bien en poesía siguió un camino personalísimo, fue en el teatro donde su huella aparece después de pisar terrenos que antes nadie había transitado. De carácter extravertido, solía ser el centro de atención de las reuniones de amigos, y su intensa actividad como conferenciante, intérprete de canciones populares al piano u organizador de veladas le granjearon la amistad y simpatía de los círculos que frecuentaba. Su temprana y dramática muerte al comienzo de la guerra civil -fue asesinado en agosto de 1936 por ser una reconocida figura cultural de la II República- ha acrecentado su leyenda, plenamente justificada sólo por la calidad de su obra.
Como poeta Lorca recorre también el camino que anduvieron sus amigos de Generación, que lo eran también de la Residencia de Estudiantes. Parte de una poesía becqueriana, con influjo de Juan Ramón y del Modernismo (Libro de poemas, 1921), pero en la que ya se puede apreciar su gusto por la métrica popular. Su exigencia estética fue máxima, y aunque cada vez tiende más hacia los temas tradicionales de ambiente andaluz (Poema del cante jondo, 1921-1924), siempre está presente un fondo trágico en su poesía, un fondo de angustia vital, de existencia dolorosa y frustrada en sus personajes, de destino condenado por una sociedad convencional. El mejor ejemplo de esto se halla en el Romancero gitano (1928), gran éxito de público y crítica, repleto de personajes que han pasado al imaginario popular (así Antoñito el Camborio o Soledad Montoya), y que muestra la habilidad de Lorca para crear, tomándolos de la realidad cotidiana, auténticos mitos modernos, personajes emblemáticos intemporales, algo que también sucederá en su teatro.
Durante el curso 1929-1930 viajará como lector a Nueva York, experiencia que marcará su rumbo poético y personal. Su contacto con la masificada y maquinizada sociedad capitalista neoyorquina producirá un libro de poemas extraordinario, Poeta en Nueva York (publicado póstumamente en 1940). Con él Lorca se sumergirá en el surrealismo -también muy personal, y no siempre hermético-, un lenguaje que le permitirá expresar más adecuadamente la angustia que le domina y con el que volverá a mostrar su solidaridad con los marginados, con la población negra, ... Y todo ello sin renunciar al fondo tradicional de su poesía, que siempre alentará sus versos.

Sorpresa

Muerto se quedó en la calle
con un puñal en el pecho.
No lo conocía nadie.
¡ Cómo temblaba el farol!
Madre.
¡ Cómo temblaba el farolito
de la calle!
Era madrugada. Nadie
pudo asomarse a sus ojos
abiertos al duro aire.
Que muerto se quedó en la calle
que con un puñal en el pecho
y que no lo conocía nadie.

De Poema del cante jondo (1931).

En los años siguientes Lorca cultivará sobre todo el teatro, y se entregará a proyectos de cultura popular que comentaremos más tarde. No obstante, en estos años escribe también Diván del Tamarit y, sobre todo, la impresionante elegía Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935), con motivo de la muerte en el ruedo del torero que fue gran amigo de los poetas del 27, dividido en cuatro partes y de una gran belleza y emotividad. Su producción poética se cierra, que sepamos hasta la fecha, con los Sonetos del amor oscuro (1935-1936), no publicados hasta hace algunos años, de soberbia técnica, y en los que el poeta sufre enormemente por un amor no correspondido.

La segunda faceta en la que Lorca mostró sus dotes excepcionales como creador fue en el teatro. Su trayectoria como dramaturgo corre pareja a la que siguió como poeta, y las mismas pasiones y temas que animan su poesía laten en su teatro: el dolor de vivir, las frustraciones, el ansia insatisfecha de amar, la falsedad de las convenciones sociales o el apoyo sin fisuras a los marginados sociales y a los seres desvalidos. Quizá por estas últimas razones las protagonistas de sus dramas son preferentemente mujeres, siempre en la disyuntiva de luchar por la vida y el amor o doblegarse rendidas. Sus heroínas, inolvidables, elegirán lo primero y su destino será, inevitablemente, la tragedia o el drama.
Lorca participa igualmente desde 1932 en un proyecto republicano revolucionario cultural y políticamente hablando: funda y dirige La Barraca, una compañía de teatro universitario que tiene como misión pedagógica llevar el teatro clásico español por los pueblos de la geografía española. Al tiempo, comienza a escribir y estrenar sus obras mayores: Bodas de sangre (1933) es el relato de un hecho real, la huida de una novia el día de su boda con su amante y los odios familiares que estallan con el suceso; Yerma (1934) es el drama de una mujer condenada a elegir entre la infecundidad o la fidelidad; Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores (1935), sobre la  frustración de no encontrar el amor; finalmente, y junto con Bodas de sangre, la gran obra lorquiana Las hijas de Bernarda Alba (1936, estrenada en Buenos Aires en 1945), un drama con aire de tragedia acerca del odio y la podredumbre moral originados por las convenciones sociales: una madre impone a sus hijas un luto rigurosísimo, que es casi una muerte en vida, tras el fallecimiento de su segundo marido. El luto será quebrantado por la más joven de las hijas, que se relacionará con el futuro marido de una de sus hermanas.
Paralelamente a estas grandes obras, no descuidó Lorca un teatro que hoy llamaríamos alternativo, de vanguardia, surrealista, aunque de contenido objetivo y, en la época, de imposible representación (El público,1930; Así que pasen cinco años, 1931).
El asesinato de Federico García Lorca se produjo al mes del comienzo de la sublevación militar. La universalidad del poeta y su mito comenzaban a extenderse por el mundo.

Miguel Hernández, puente entre generaciones

Miguel Hernández (1910—1942) cierra el ciclo prodigioso de poetas del 27, sirve de epígono a la Generación —como apuntó Dámaso Alonso— y, aunque no está en su nómina, se le suele contemplar como puente imprescindible con los poetas de la Generación del 36, entre los que en ocasiones es incluido.
Nació el poeta en Orihuela, de familia humilde, y tuvo una formación autodidacta. Se incorporó muy joven a la tertulia literaria que mantenía su paisano, Ramón Sijé, al que luego dedicaría una de las elegías más hermosas —si no la más— de nuestra poesía en castellano. En 1934 se traslada a Madrid, donde conocerá a Pablo Neruda y al resto de los poetas del momento. Comenzada la guerra civil, se incorporará al ejército republicano. Es encarcelado al acabar la guerra y, en 1942, muere de tuberculosis en la prisión de Alicante.
Su obra rebosa altura poética, y destaca en el soberbio empleo del soneto y otras formas clásicas, pero su magnífica técnica no empaña la claridad del verso ni está reñida con la raíz popular de temas y formas. Destaca, ante todo, por el uso magistral, audaz y sugerente, de la metáfora, siempre puesta al servicio de los grandes temas como el amor o la vida, sombreados en ocasiones por la pena y el sufrimiento.
Ejemplo de ello fueron Perito en lunas (1934), que sigue el rastro de Góngora, El rayo que no cesa (1936), compuesto especialmente por sonetos, Viento del pueblo (1937), una obra comprometida con la causa popular republicana, y el Cancionero y romancero de ausencias (1938—1941), escrito en su mayor parte ya en la cárcel. Alternan obras singulares, poemas maestros, publicados o escritos de forma independiente de estos libros, como Mi sangre es un camino o las impresionantes y conmovedoras Nanas de la cebolla. Su muerte fue una más de las silenciadas tragedias que siguieron a nuestra guerra civil.

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Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.

Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.

Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.

No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!

		 El rayo que no cesa (1936).
 
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1.- Fíjate en este caligrama de Guillermo de Torre de su libro Hélices (1923). Intenta realizar tú otro tomando como motivo geométrico o de dibujo cualquier objeto tecnológico característico del siglo XX (una bombilla, un fotograma de cine, un avión, etc.). Recuerda características de esta literatura para el ejercicio: el arte es un juego, la metáfora es la figura predilecta, las interpretaciones del texto son arbitrarias, la disposición tipográfica es libre y las frases pueden seguir líneas curvas en los caligramas, etc.

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Fichero Adjunto:

2.-  Las greguerías de Ramón Gómez de la Serna siempre nos sorprenden con sus hallazgos sugerentes. Así, la luminosidad y brillantez de experimentar el sentimiento de encontrarse feliz se halla en la base de la greguería Si vais a la felicidad llevad sombrilla. Siguiendo este ejemplo intenta explicar las siguientes greguerías:

Los botones flojos son llantos de botones.
Al caer la estrella se le corre un punto a la media de la noche.
El hormiguero es el calambre de la tierra.
Los bostezos son oes que huyen.
Las orquídeas tienen la lengua sucia.

 

3.- Lee atentamente el siguiente texto de Rafael Alberti:

  Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
  Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
  ¡Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento la vela!

a.- ¿A qué libro de Rafael Alberti, por la temática y la métrica, puede pertenecer el texto?
b.- ¿En qué etapa de la Generación del 27 podría encuadrarse el poema? ¿Por qué?
c.- ¿Cuáles son los sentimientos predominantes en este poema y a qué procedimientos recurre, junto a la métrica, para conseguir un marcado ritmo?

4.- El estilo de Federico García es inconfundible, tanto en sus temas como en el ambiente que suele rodear su poesía. Fíjate en el siguiente texto del Romancero gitano  que narra y plasma la muerte de Antoñito el Camborio a manos de sus primos, los Heredia:

Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.

a.- ¿Qué versos enmarcan el poema y sirven para ambientar la escena?
b.- ¿Qué forma métrica ha elegido Lorca para narrar la situación? Mide cada uno de los versos y señala su rima.
c.- Sitúa el texto dentro de la obra de Federico García Lorca y menciona los temas que aparecen en él que son frecuentes en la obra del poeta granadino.

5.- Después de haber leído el tema, ¿qué crees que tiene más peso en la poética del 27: la tradición o la modernidad? ¿O ambas? Argumenta tu respuesta y justifícala citando autores, temas, etc.

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Anécdotas de una Generación

Cercana la fecha en que los miembros de la Generación del 27 pensaban celebrar el centenario de Luis de Góngora, no contaba el gran poeta cordobés con las simpatías de los críticos e historiadores de la literatura de entonces, entre los que destacaba, por su combatividad y ácidas críticas, don Luis Astrana Marín, autor de una monumental edición del Quijote. Tampoco el ilustre investigador se había destacado por su simpatía hacia los nuevos poetas, que le tenían en su punto de mira literario.

Así lo cuenta Rafael Alberti en La arboleda perdida, un soberbio libro de memorias:

Por la noche —día 23 de mayo [de 1927]— hubo juegos de agua contra las paredes de la Real Academia. Indelebles guirnaldas de ácido úrico las decoraron de amarillo. (...) El señor Astrana Marín, crítico que diariamente atacaba a don Luis [de Góngora], descargando de paso toda su furia contra nosotros, recibió su merecido, mandándole a su casa (...) una hermosa corona de alfalfa entretejida de cuatro herraduras.

Recuerda también Alberti el comienzo de una décima, cuyo autor fue Dámaso Alonso, que acompañaba al delicado regalo:
Mi señor don Luis Astrana,
miserable criticastro,
tú que comienzas en astro
para terminar en rana...
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Esta actitud irreverente sería una constante en todos los miembros del Grupo del 27, y se mostraría especialmente en la faceta teatral de Lorca y de Alberti. Así, en el estreno de Fermín Galán de Alberti (1930), el teatro se convirtió en campo de batalla de monárquicos y republicanos:

El primer acto pasó bien, pero cuando en el segundo apareció el cuadro en el que tuve la peregrina idea de sacar a la Virgen con fusil y bayoneta calada (...), el teatro entero protestó violentamente: los republicanos ateos porque nada querían con la Virgen, y los monárquicos por parecerles espantosos (...) aquella madre de Dios que yo me había inventado.

La representación tuvo que interrumpirse, y bajar un telón metálico contra incendios para evitar males mayores a los actores. Al cabo de unos días, una dama de aspecto aristocrático abordó a Margarita Xirgu, la actriz protagonista de la obra:

-¿Es usted Margarita Xirgu? —Y antes de que la actriz pudiera responderle-: ¡Tome! ¡Por lo de Fermín Galán! —le dijo dándole una bofetada y desapareciendo a la carrera.

Y es que la profesión de actor siempre ha sido arriesgada...