¿Qué es la Filosofía Contemporánea?
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Nietzsche y Dilthey
 

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Nietzsche: Síntesis

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1.- A modo de introducción

Abordar el pensamiento de Nietzsche es ciertamente complicado y que es un pensamiento en continua evolución. Asciende y desciende continuamente. Además, él no quiso nunca, fiel a su propias posiciones, ser sistemático ya que ésta era una de las aberraciones occidentales que quería criticar.

Su propio estilo, que anduvo buscando y rebuscando, hace su pensamiento enigmático, misterioso, y, por tanto abierto. En principio brillante y sugerente y, en consecuencia, abierto al terreno de simplificaciones superficiales como se ha podido ver desde su nacimiento.

Por tanto, intentar sintetizar el pensamiento de Nietzsche es interpretarlo y, como toda interpretación, puede tener momentos de luz y momentos de sombra. Pedimos perdón por estos últimos, si los hubiera pero, en el fondo, nos parece que como el propio Nietzsche reconoció finalmente, él no era el hombre que tenía que venir, él pertenecía a la categoría peligrosa y siempre acechante del hombre occidental –el último hombre-. Y, ¿no es esto un reconocimiento implícito de que su pensamiento, aunque pretenda no ser sistemático y racional, en el fondo lo es? Desde este supuesto, nos atrevemos a intentar una síntesis, racional y sistemática, del mismo, una interpretación.

 

2. Lo apolíneo y lo dionisíaco

En Leipzig, durante su período universitario, Nietzsche lee El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer.

Se siente sumamente impresionado. Siguiendo sus huellas piensa que la vida es una irracionalidad cruel y ciega, dolor y destrucción. El arte es el único que puede ofrecer al individuo la fuerza y capacidad necesarias para afrontar el dolor de la vida, diciéndole , afirmándola.

Así, en 1872, siendo ya profesor universitario en Basilea, escribe El origen de la tragedia, su primera obra, en la que afirma que los griegos (presocráticos) sabían que la vida es terrible, inexplicable y peligrosa. Pero aunque comprendían el carácter real del mundo y de la vida humana no se entregaban al pesimismo volviendo las espaldas a la vida. Lo que hacían era transformar el mundo y la vida por medio del arte. Y por eso eran capaces de decir al mundo como fenómeno estético.

Ahora bien, había dos formas de hacerlo, las actitudes apolínea y dionisíaca.

Apolo es símbolo de la luz, de medida, de límite. Representa el principio de individuación. La actitud apolínea está expresada en el mundo brillante de la visión de las divinidades olímpicas.

Bajo la moderación, bajo su devoción al arte, a la belleza y a la forma Nietzsche ve el oscuro, turgente e informe torrente del instinto, del impulso y la pasión que tiende a arrasar todo a su paso

Dionisio, por el contrario, es el símbolo de la vida misma, que rompe todas las barreras e ignora todas las limitaciones.

En los ritos dionisíacos los devotos, ebrios, pasaban a ser uno con la vida. Las barreras establecidas por el principio de individuación tienden a derrumbarse. Se lanzan a la corriente de la vida patentizando la unidad primordial.

Ahora bien, si aceptamos que la vida es en sí misma un objeto de horror y terror, dolor y sufrimiento,  y que el pesimismo -en la actitud negativa de la vida- puede eludirse sólo por la transmutación estética de la realidad, existen sólo dos formas de hacerlo:

1. Cubrir la realidad con un velo estético creando un mundo ideal de forma y belleza. Esta es la forma apolínea, que tuvo su expresión en la mitología olímpica, en las artes épicas y plásticas.

2. La otra posibilidad es la de afirmar triunfalmente y abrazar la existencia en toda su oscuridad y horror, dolor y sufrimiento. Ésta es la actitud dionisíaca y sus formas  artísticas peculiares son la tragedia y la música. La tragedia transforma realmente la existencia en un fenómeno estético y la exhibe, la afirma.

La tragedia griega no es mero espectáculo. En ella asistimos a una historia que nos cuenta el coro. Así la historia misma es espectáculo para el coro. Y la historia que cuenta  el coro, espectáculo para el espectador (visión apolínea). Este alejamiento de la historia misma (la vida) es transmutación estética de ella a través del coro (elemento esencial para Nietzsche de la tragedia griega) y con ello, inmersión en la vida misma. En consecuencia, la tragedia no es mero espectáculo, es la afirmación de la vida.

Lo importante de El origen de la tragedia es que para Nietzsche la suprema realización de la cultura griega radicaba en una fusión de elementos apolíneos y dionisíacos.

Nietzsche verá en esta fusión el fundamento para una norma cultural. La cultura auténtica es una unidad de la fuerzas de la vida, el elemento dionisíaco, con el amor a la forma y la belleza, característico de la actitud apolínea.

Si la existencia se justifica como un fenómeno estético, la flor de la humanidad estará constituida por aquellos que transforman la existencia en tal fenómeno y capacitan a los hombres para que la vean de este modo y la afirmen, por aquellos que con su voluntad digan a la vida de cualquier modo y en cualquier circunstancia.

En otras palabras, el genio creador será el producto cultural más elevado.

El problema es que la cultura griega entró en crisis. Cuando Eurípides intentó eliminar de la tragedia el elemento dionisíaco en favor de elementos morales e intelectualistas, eliminando para ello el coro, la clara luminosidad de la vida se transformó en la superficialidad de la razón cuyo máximo representante es Sócrates (y su discípulo Platón). Sócrates tiene la loca presunción de comprender la vida mediante la razón, de conceptualizarla, abarcarla. Así aparece la decadencia que se caracterizará por su hostilidad a la vida y que será culminada por el cristianismo y que dura, según Nietzsche, hasta su tiempo –que es el nuestro- siendo patente para él a través de las principales manifestaciones de su época: hegelianismo, socialismo, positivismo.

 

3. La crítica a los valores occidentales: el nihilismo

La civilización occidental es socrático-platónica-cristiana. Está asentada sobre la metafísica socrático-platónica y sobre el cristianismo y la moral que éste engendra.

Si algo caracteriza, por tanto, a la civilización (tradición) occidental es que ha trastocado la vida, es hostil a ella, la odia.

Y esto se manifiesta también en el Occidente que Nietzsche conoce. Para él tanto el idealismo alemán (hegelianismo) como el positivismo naciente, el historicismo y los socialismos "redentores" son manifestaciones tardías de lo mismo.

La crítica de Nietzsche a la tradición occidental se dirige fundamentalmente en tres frentes:

1. La crítica a la metafísica socrático-platónica.

2. La crítica al cristianismo.

3. La crítica a la moral (socrático-cristiana). (Moral de esclavos).

 

3.1. La crítica a la metafísica occidental

La metafísica tradicional se asienta sobre un error: considerar que los valores de las cosas no están en ellas (en la vida) sino en un mundo ultraterreno de esencias.

Así el filósofo ha inventado otro mundo para explicar este. Curiosamente un mundo antitético que se opone y niega a este. El mundo real se opone al mundo del devenir que es el del no-ser. Lo que tiene de ser este mundo se encuentra fuera de él. Lo tiene "de prestado".

Dentro de la crítica nietzschana a la metafísica podemos distinguir dos aspectos:

1. Aspecto ontológico.

2. Aspecto gnoseológico.

 

3.1.1. Aspecto ontológico

La investigación de la filosofía occidental acerca de la realidad es la investigación del Ser. Es decir, del fundamento último e inmutable de la realidad. Ese fundamento es lo único real. Además, la condición de posibilidad de la realidad.

Nietzsche cree que es extramundano ya que el mundo es movimiento continuo, devenir, no-ser.

Por tanto, el filósofo occidental distingue entre realidad y apariencia. El mundo en que nos desenvolvemos es el mundo de la apariencia.

Nietzsche piensa que este juicio de valor es un juicio negativo porque niega la realidad fundamental: la vida. La vida es la realidad primordial. Y esta es devenir. Por eso hay que acabar con toda la ontología que niegue la vida que no la deje ser como ella es.

En  El crepúsculo de los ídolos reclama el nombre de Heráclito que -aunque también cayó en el error- fue el que se opuso a Parménides con su  Ser negador de la vida.

La razón (tal como la presenta Occidente) es la causa de que todos falseemos el testimonio de los sentidos.

En esa misma obra Nietzsche "condensa" su crítica a la ontología occidental en cuatro tesis:

"Primera tesis. Las razones por las que "este" mundo ha sido calificado de aparente fundamentan, antes bien, su realidad -otra especie de realidad es absolutamente indemostrable".

¿Qué quiere decir aquí Nietzsche? ¿Por qué las razones que han utilizado para atacar -quitar realidad- al mundo lo fundamentan?

Las categorías que emplea la ontología occidental desde los modos de ser aristotélicos hasta los modos de conocer kantianos muestran, intentan justificar, la realidad de lo que ellos llaman apariencia pero no son más que máscaras que, en el fondo, afirman la vida al intentar negarla. ¿Por qué? Porque tienen su base aquí.

Las categorías occidentales son, por tanto, erróneas, mas el hombre occidental necesita del error de ellas, del error de la razón, para poder vivir con cierto reposo, seguridad y calma.

"Segunda tesis. Los signos distintivos que han sido asignados al "ser verdadero" de las cosas son los signos distintivos del no-ser, de la nada -a base de ponerlo en contradicción con el mundo real es como se ha construido el "mundo verdadero": un mundo aparente de hecho, en cuanto es meramente una ilusión óptico-moral".

Lo que el mundo que la ontología clásica ha llamado "real" es "aparente". Es ilusorio porque basa sus categorías en la nada. La nada es la negación del ser, y el auténtico ser es la vida. Además, apunta la causa de este odio contra la vida:  el punto  de vista de la moral inventada por los débiles que intenta contener a los fuertes que son los únicos capaces de asumir la única realidad existente, la vida, en toda su crudeza.

"Tercera tesis. Inventar fábulas acerca de "otro" mundo distinto de éste no tiene sentido, presuponiendo que no domine en nosotros un instinto de calumnia, de empequeñecimiento, de recelo frente a la vida: en este último caso tomamos venganza de la vida con la fantasmagoría de "otra" vida distinta de ésta, "mejor" que ésta".

La metafísica lleva al empequeñecimiento de la vida, al recelo contra esta, al odio. Es negar la realidad fundamental, la vida, e intentar "vengarse" de ella acallándola a toda costa o, al menos, intentándolo.

"Cuarta tesis. Dividir el mundo en un mundo "verdadero" y en un mundo "aparente" ya sea al modo del cristianismo, ya sea al modo de Kant (en última instancia, un cristiano alevoso), es únicamente una sugestión de la décadence, -un síntoma de vida descendente... El hecho de que el artista estime más la apariencia que la realidad no constituye una objeción contra esta tesis. Pues "la apariencia" significa aquí la realidad una vez más, sólo que seleccionada, reforzada, corregida... El artista trágico no es un pesimista, -dice precisamente incluso a todo lo problemático y terrible, es dionisíaco..."

La división del mundo en "verdadero" y "aparente", división propia de la metafísica occidental y, como no, del cristianismo, es un síntoma de decadencia. Es al revés. Occidente ha transmutado la realidad, ha llamado "aparente" a lo "real" y "real" a lo "aparente". Lo que hay que hacer no es deprimirse, ser un pesimista como Schopenhauer, hay que afirmar la vida y afirmarla con la actitud dionisíaca. (Resulta curioso como Nietzsche llama a Kant "cristiano alevoso". Para nuestro autor la moral del camello -moral cristiana- y la moral del león -moral kantiana- tienen la misma base. Kant quiere rebelarse con el "Tú debes" pero sigue atado al decálogo. La solución estará para Nietzsche en la moral del niño:"Yo quiero").

 

3.1.2. Aspecto gnoseológico.

En toda la gnoseología defendida por la metafísica occidental cuando la realidad es conocida (no vamos a entrar aquí en la diferencia entre realismo e idealismo) se crea un concepto.

El concepto es la aprehensión, delimitación, comprensión de la realidad. El concepto, en cierto modo, "inmoviliza" la realidad y la "uniformiza" (recoge lo común, lo general a una clase, a una especie).

Nietzsche critica por tanto los conceptos, las categorías. Es absurdo pues la realidad es el devenir y el cambio. El concepto carece totalmente de sentido.

¿Y la verdad?

Lógicamente no existe. La verdad es un conjunto de metáforas, de generalizaciones, de ilusiones que el uso y la costumbre han impuesto y cuya naturaleza hemos olvidado.

"Metáforas ya olvidadas que han perdido su fuerza sensible, monedas que han perdido su imagen y que ahora entran en consideración como metal, no como tales monedas"- escribirá Nietzsche.

Queda claro que no hay una verdad absoluta. Este concepto es una invención de los filósofos que insatisfechos del mundo del devenir anhelan el confortable mundo del ser.

La verdad es ese género de error sin el cual un determinado tipo de seres vivos, los débiles, no podría vivir. La valoración de la vida es, en definitiva, lo más importante, lo único importante.

Y si la verdad no existe. ¿Qué es el lenguaje?

Evidentemente para Nietzsche el lenguaje es el resultado de la razón. Es una creación de la civilización occidental para justificarse a sí misma. Es el abogado permanente de nuestra razón.

A partir del lenguaje surgen y se justifican las categorías fundamentales de occidente: yo, ser, sustancia, cosa, facultad...

Hay que luchar contra el lenguaje porque la vida no se puede conceptualizar, encerrar en palabras, comunicar. Y mientras no nos desembaracemos de él no podremos superar la cultura occidental.

 

3.2. La crítica al cristianismo: "Dios ha muerto"

El otro gran pilar de la civilización occidental es el teísmo, la afirmación de la existencia de Dios. Y esta se ha concretado en Occidente en el cristianismo.

Nietzsche piensa que el concepto de Dios ha sido hasta ahora la objeción mayor contra la existencia. Con Dios se declara la guerra a la vida, a la naturaleza y a la voluntad de vivir. Dios es la fórmula de toda calumnia contra este mundo y de toda mentira respecto al más allá.

¿Por qué el teísmo occidental y su máxima expresión -el cristianismo- son hostiles a la vida?

Cree que el cristianismo actúa sobre los hombres haciéndoles débiles, sumisos, resignados, humildes. Tortura su conciencia y los incapacita para desarrollarse libremente. El cristianismo es la religión de la compasión, de la muerte, no de la vida.

Pero hoy se alumbra una gran novedad. En Occidente se empieza a proclamar la muerte de Dios. Se abre el camino hacia la vida, hacia el desarrollo de un nuevo hombre.

El acontecimiento más grande de la Historia -que la divide en dos- es la muerte de Dios, no el nacimiento de Cristo.

En el cristianismo Nietzsche distingue dos figuras: la de Jesús y la de S. Pablo.

Jesús es un hombre digno de admiración, el hombre más noble. Él murió para indicar cómo hay que vivir: su comportamiento ante los jueces, los esbirros, los acusadores y ante toda clase de calumnias y escarnios, su comportamiento en la cruz.

Pero apareció S. Pablo, el apóstol de la venganza, que transformó el cristianismo en Iglesia convirtiéndose en rebelde contra todo lo privilegiado. Siempre luchando por la uniformidad, por la igualdad de derechos. Con su hipócrita ideal de santidad, va bebiendo hasta la última gota de sangre, de amor, de esperanza y de vida.

 

3.3. La crítica a la moral: la moral de los esclavos

El fruto más granado de la metafísica socrático-platónica y del cristianismo es lo que Nietzsche denominará la moral de los esclavos.

Esta denominación aparece en Más allá del bien y del mal, obra en la que distingue los dos tipos de moral que han coexistido y coexisten: la moral de los señores y la moral de los esclavos.

La que más ha predominado ha sido la segunda. Ésta, que en La genealogía de la moral llamará moral del resentimiento, es la moral de los débiles. Ellos la han constituido para poder acallar y dominar al fuerte. Por eso, cualidades como la simpatía, la bondad, la humildad, etc., son ensalzadas como virtudes y los individuos fuertes e independientes  son considerados como peligrosos, malos.

La moral de los esclavos es la moral del rebaño, la negadora de la vida.

Hay que transmutar la moral y los valores que defiende para que nazca un nuevo tipo de hombre. Hace falta ir más allá del bien y del mal. Crear unos nuevos valores y una nueva moral en la que la vida sea el valor fundamental.

 

3.4. El nihilismo

La propia civilización occidental debido a sus fallas internas desembocará en el nihilismo.

¿Por qué?

Porque los hombres de Occidente se están quedando sin metafísica, sin Dios y sin moral. Todos los valores que ellos habían defendido están desapareciendo a pasos agigantados y no conocen otros.

Nietzsche considera que el nihilismo puede ser de dos tipos:

  • Nihilismo pasivo. Consiste en la aceptación pesimista de la ausencia de valores y la falta de sentido de la existencia (Schopenhauer). Éste se da, y se dará, pero no es el que le interesa. (A pesar de que a lo largo de toda su vida el mismo Nietzsche intentara librarse del pesimismo heredado de Schopenhauer, no lo consiguió.  De hecho él nunca se proclamó modelo del nuevo hombre sino sólo su profeta. Es decir, el último hombre occidental).
  •  Nihilismo activo. Nietzsche profetiza su advenimiento. Busca destruir todo aquello que existía despejando el camino hacia un nuevo horizonte, hacia la transformación de los valores, hacia el nacimiento de un nuevo tipo de hombre. En definitiva, hacia la afirmación de la vida.

 

4. La propuesta de Nietzsche


La crítica a la tradición occidental que acabamos de estudiar tiene ya bastante de propuesta pero Nietzsche no se contenta con sugerir, tiene que afirmar.

Tres son las ideas de su propuesta. Ideas íntimamente relacionadas entre sí y que no pueden entenderse aisladamente aunque a la hora de explicarlas tengamos que separarlas:

1. La voluntad de poder.

2. El eterno retorno.

3. El superhombre (Übermensch).

 

4.1. La voluntad de poder: el sentido de la tierra.

La idea de la voluntad de poder es la última que desarrolló Nietzsche. Es cierto que entre sus notas podemos encontrar todo un primer desarrollo de ésta al comentar la lectura de un libro sobre Napoleón ya en el año 1880. Entonces la denominó sensación de poder. Pero realmente dicha idea aparece esbozada en Así habló Zaratustra y comienza su desarrollo en La genealogía de la moral. Desde ahí se suceden sus comentarios sobre la idea de escribir una gran obra titulada La voluntad de poder e innumerables anotaciones con proyectos sucesivos de índices de dicho libro. Pero nunca la escribió.

Sin embargo, aunque esta idea no es la primera de su propuesta en su alumbramiento y desarrollo, es decir, no es la bisagra o el nuevo centro de gravedad como le atribuirá a la idea del eterno retorno, sí nos atreveríamos a afirmar -con mucha modestia- que es la que da sentido a toda su propuesta. Por eso, nos decidimos a abordarla en primer lugar, conscientes de que en su desarrollo es la última.

El nihilismo (activo) nos lleva a patentizar la auténtica realidad del mundo y de la vida. El devenir constante, la afirmación de la vida. A esto llama Nietzsche voluntad de poder. (El acto de afirmación es un acto de voluntad y mientras más se afirma, más poder y mientras más poder, más se afirma).

Es, al fin y al cabo, la expresión de la instintividad de la vida; la vuelta a las actitudes dionisíacas. Instintividad que se expresa en el fondo del individuo como superación continua de sí mismo y que se manifiesta en cada una de sus máscaras como egoísmo, como voluntad de ser señor.

El concepto de voluntad de poder es la clave de la nueva ontología establecida por Nietzsche (ontología dinámica) y de la nueva gnoseología (la nueva "razón" será irracional desde el punto de vista tradicional).

El deseo de conocimiento depende de la voluntad de poder. Es decir, del impulso de un tipo determinado de seres de dominar un cierto campo de la realidad y ponerlo a su servicio.

El objetivo del conocimiento no es saber sino controlar. Por eso es un proceso de interpretación basado en las necesidades vitales y expresa el deseo de controlar el flujo del devenir, incontrolable de otro modo. Controlar sometiéndose a ese flujo y a sus exigencias, claro está.

Si en eso queda el conocimiento, ¿en qué la verdad?

La verdad es lo que se ha llamado error. Es voluntad de poder, voluntad de apariencia, de ilusión. Pero esta voluntad es más profunda que la voluntad de verdad proclamada por Occidente y denominada por Schopenhauer voluntad de vivir. Es más profunda porque reconoce y conoce la realidad auténtica del ser: el devenir, la vida, y sabe que la razón humana jamás podrá comprenderla, encerrarla en conceptos, en categorías.

¿Y el lenguaje?

El lenguaje es entendido como metáfora. La imaginación del hombre logra a través de la metáfora una integración de diversidades. Así no se cae en el inmovilismo del concepto pues la metáfora es abierta como la vida, contradictoria, viva.

La metáfora funde en Nietzsche sus dos vocaciones insuperables, la del científico y la del poeta (artista).  Es el medio para superar toda concepción meramente estética de la realidad, como defendía en El origen de la tragedia, y el medio de superar toda concepción basada meramente en el conocimiento (ciencia) que sería puramente racional. Pero esta superación resulta integradora porque surge un nuevo tipo de artista y un nuevo tipo de conocimiento con un nuevo tipo de expresión. Todo ello más allá de Occidente y sus valores. De ahí que la expresión más pura de la metáfora y de su estilo literario se encuentre en los discursos de Zaratustra, profeta y bufón. En definitiva, la metáfora es expresión de la vida mediante la voluntad de poder y el hombre es la expresión del "sentido de la tierra", de la vida que, por la voluntad de poder es ante todo creador, creativo.

 

4.2. El eterno retorno.

La idea del eterno retorno es fundamental dentro del pensamiento de Nietzsche.  En el verano de 1881 Nietzsche llega a alumbrarla como el nuevo centro de gravedad de su pensamiento.

La primera formulación y, quizás la más clara, es la que aparece en La gaya ciencia. Allí afirma que esta vida tal como la hemos vivido y la vivimos se repetirá  innumerables veces sin que haya novedad alguna en ella. Todo, absolutamente todo, hasta los detalles más nimios, volverán en el mismo lugar y en el mismo tiempo.

Dicha idea ya había sido tratada en la Antigüedad clásica que Nietzsche conocía con gran perfección. Además, sabemos que hay tres obras de su tiempo en las cuales se aborda también dicha idea: La fuerza. Una cosmovisión real-monísta  de Vogt, La eternidad por los astros de Blanqui y El hombre y las sociedades de Le Bon.

De estas tres obras Nietzsche leyó, con posterioridad al descubrimiento de su nueva idea,  las dos primeras.

Traemos esto a colación porque quizás la afirmación que hace Vogt en su obra nos haga comprender qué sentido tiene la idea del eterno retorno en el pensamiento de Nietzsche. Vogt afirma que sólo hay dos opciones posibles: o creer en Dios, o creer en el eterno retorno.

En este sentido, quizás Nietzsche haya encontrado en la idea del eterno retorno el punto sobre el que articular su concepción de la vida como voluntad de poder. Así, al final de Así habló Zaratustra  en “El canto del noctámbulo” nos dará la clave:  Todo placer quiere eternidad, profunda eternidad. (Si la vida que es puramente material, terrestre, se reduce a voluntad de poder, y ésta no es más que la primacía del instinto, se comprende que todo se mida en clave de placer y que las ansias de inmortalidad que tiene todo ser humano en su interior, y que Nietzsche percibía con angustiosa exigencia, se vislumbren también en el placer. Por eso, la vida, como bien percibieron los griegos es cíclica, anillo de eternidad –annullus aternitatis-).

Nietzsche  intentó buscar una confirmación científica de su idea y en esto se encontró con la oposición a ella que expresaba Dühring en su Curso de Filosofía  y la oposición del científico Carl von Nägeli en su conferencia Teoría mecánico-fisiológica de la doctrina del origen.

Nietzsche se debatía entre la certeza y la duda y, de hecho, él mismo intentó alguna suerte de demostración científica. De ellas, cabe destacar la que más le convencía: El mundo de las fuerzas no disminuye pues entonces habría desaparecido en el tiempo infinito. Tampoco se detiene  pues entonces habría dejado de existir. Por tanto, nunca tiene un instante de quietud y sea cual sea el estado que puede alcanzar lo habrá hecho infinitas veces.

A pesar de sus intentos de demostración, la idea del eterno retorno se convierte para Nietzsche en una fe –curiosamente casi religiosa-. La idea del eterno retorno es la que confiere a la vida una impronta de eternidad, la que permite forjar la vida como una obra de arte; la que confirma el fin de toda finalidad en el universo ya que éste no tiene ningún propósito ni moral, ni estético, ni divino; la que permite, en fin, que se pueda afirmar la vida en su totalidad, con sus momentos de dolor y placer, de verdad y error, de bien y de mal. Por eso, habrá que musitar –como una oración- el Amén de Zaratustra-Nietzsche: “Así quería que fuese, así quiero que sea, así querré que sea en el futuro”.

 

4.3. La superación del hombre: el superhombre

El concepto del superhombre (Übermensch: Über -sobre, por encima de- y  Mensch -hombre en sentido genérico, Humanidad) surge en el invierno de 1883 en medio de una profunda crisis personal que le llevó a nuestro pensador, como él mismo confiesa, a las puertas del suicidio.

Este concepto aparece en Así habló Zaratustra y viene a sustituir al concepto de hombre terrestre universal que había sido expuesto en 1881. En esta época de pleno optimismo estaba convencido de que el nuevo hombre, el hombre terrestre, él mismo, sería capaz de liberarse de todos los yugos, en especial del pesimismo preconizado por Schopenhauer, y lanzarse a la afirmación de la vida dispuesto a vivir el annullus aeternitatis (eterno retorno).

Pero ahora ha descubierto que dicha tarea no es posible para el hombre terrestre. Éste es el último hombre que lo único que puede hacer es criticar a Occidente y profetizar la venida de un nuevo hombre que esté más allá, por encima del  último hombre. Ese nuevo hombre es el superhombre.

Nietzsche reclama una realidad guiada por un hombre "irracional": voluntad de poder. Un hombre en el que se hayan superado todos los errores de Occidente. Un hombre sin Dios. Un hombre que asuma la vida en toda su fuerza. Un hombre que ame la vida, que sea pura instintividad.  Por eso este nuevo modelo humano está más allá del hombre occidental y sólo será posible cuando la civilización que está por venir se haga real.

Luchar por su pronto advenimiento es la misión del último hombre: Zaratustra (Nietzsche). Él es el profeta de este hombre más allá del hombre. Su misión es luchar porque en los hombres domine la vida. Por eso hay que criticar al hombre occidental.

Así nos encontramos al inquieto y cada vez más angustiado Nietzsche, consciente de sus limitaciones y atravesado por el nihilismo pesimista schopenhaueriano. Lucha contra la razón, Dios, el cristianismo y la moral del rebaño pero se encuentra racional, cristiano e incapaz de salir del rebaño. Pero, aunque herido de pesimismo, lucha hasta el último estertor de cordura por poner las bases para que aparezca el que ha de venir asumiendo así su misión de puente (profeta) entre la irracionalidad ciega de la vida (voluntad de poder que superándose siempre a sí misma, en continua afirmación,  retorna eternamente) y el hombre que pueda vivir como la vida exige, el superhombre.

De ahí su testamento, el sentido de su lucha, su proclama, su profecía, su grito de guerra en la máscara de Zaratustra: “Dios murió: ahora nosotros queremos que viva el superhombre".

¿Realidad o mito? Los comentaristas de Nietzsche se multiplican en interpretaciones. Pero, al menos, el superhombre vive en la coherencia interna su pensamiento, a pesar de su lucha contra toda sistematicidad. Coherencia que le llevó a vivir una vida de angustia y de inquietud, renunciando a la felicidad -ideal de los idiotas- sumiéndole –quizás no como única causa- en la sombra de la locura.

Quizás, lo que Nietzsche enseñe a nuestro Occidente decadente, a pesar de que él nos llamaría “cristianos alevosos”, si leyese estas líneas, es su voluntad de coherencia. La filosofía no es mero decir, es ante todo vivir y la teoría pide y exige coherencia en la vida. Ahí está la prueba de fuego de la irrenunciable teoría.

 

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