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El proyecto kantiano es un intento de consolidar el edificio del saber sobre firmes fundamentos. Y el fundamento pretendido por el racionalismo y criticado por el empirismo, es la metafísica. La metafísica ha sido mal fundada por el racionalismo y es necesario refundarla.

Para ello, hay que comenzar una labor de ingeniería que consista en analizar nuestra facultad de conocer.

Kant considera que hay dos hechos absolutamente innegables: que todo conocimiento comienza con la experiencia y que hay conocimientos absolutamente ciertos (universales y necesarios).

El problema es que el primer hecho no es suficiente para explicar el segundo. Es decir, nos falta una tercera pieza. ¿Cuál? Pues que así como la experiencia nos proporciona la materia de los conocimientos científicos (universales y necesarios), es necesario buscar aquello que les aporte la universalidad y necesidad que, como bien vio Hume, no puede aportar la experiencia.

Kant afirmará que lo que aporta la universalidad y necesidad a los conocimientos científicos es puesto por el sujeto, no por el individual o psicológico, sino por el común o trascendental. Y a eso que aporta el sujeto lo denominará forma del conocimiento. Y esa forma tendrá que ser a priori. Es decir, absolutamente previa e independiente de la experiencia, pero aplicable a ella.

Su investigación va a consistir en buscar esas formas a priori que hacen posible que la facultad cognoscitiva pueda alcanzar conocimientos certeros y no sólo probables para lo cual comenzará su búsqueda por cada uno de los estratos de la facultad cognoscitiva: sensibilidad, entendimiento y razón.

La sensibilidad recibe el material caótico que le suministra la sensación y lo agrupa mediante las formas a priori de que dispone, las intuiciones puras de espacio y tiempo. Estas intuiciones puras, a su vez, son la condición de posibilidad de la ciencia matemática.

Pero esta primera organización no es suficiente porque lo que busca el entendimiento es comprender bajo conceptos el material previamente organizado por la sensibilidad. Estos conceptos son formas a priori que el entendimiento posee. Kant los deduce partiendo de la lista de los juicios aristotélicos y son un total de doce, a los que denomina categorías. Éstas son también la condición de posibilidad de la ciencia física.

Pero la razón del ser humano tiende a ir más allá, no se conforma con lo que la experiencia le suministra. Por eso, mediante el razonamiento intenta saltar más allá, hacia lo incondicionado. Kant considera que esto es una ilusión y que es imposible dicho salto ya que supondría aplicar las categorías más allá de la experiencia lo que es ilegítimo, porque éstas se deben a la experiencia y sólo a ella.

Sin embargo, considera que lo incondicionado, los objetos metafísicos o ideales trascendentales –yo, mundo, Dios-, tiene una función regulativa del conocimiento. Es decir, apunta hacia la posibilidad del fundamento de la experiencia.

Dicho fundamento nos lo suministrará la moralidad (que debe ser desinteresada y debe estar regida por la forma de la ley y no por su materia). Es un hecho que somos seres morales, que escogemos continuamente entre lo bueno y lo malo. Este hecho innegable nos remite a su condición: la libertad. La libertad no es, ni más ni menos, que la introducción en el terreno de la naturaleza, regido por férreas leyes causales, de una causa no determinada; es decir, de una causa libre. Por esto, la libertad hace referencia al mundo y nos hace alcanzar, de alguna forma, su existencia.

Pero esta condición de posibilidad no es suficiente ya que nosotros somos conscientes de que la acción moral reclama necesariamente algo que no se da, la unidad indisoluble entre virtud y felicidad. En consecuencia, nuestro filósofo, concluye que, puesto que la virtud pide la felicidad y ésta no se da aquí, de alguna forma se reclama la inmortalidad; además, la vida moral es siempre perfectible: siempre, cuando nos parece llegar a la meta, tomamos conciencia de que la meta está más allá. Por lo tanto, también desde su propia naturaleza se reclama la inmortalidad. La inmortalidad tiene que ser de algo: del alma, del yo. Por lo tanto, hemos accedido a la existencia del yo.

Aún ocurre que si nuestra vida moral es susceptible siempre de perfectibilidad, parece que nunca seremos plenamente felices. Pero, lo seremos. En la vida moral uno nunca puede ser su juez. Tendrá que haber, por tanto, alguien que juzgue nuestro desinterés y nuestra obediencia al deber por él mismo. Ese es Dios, supremo bien, ser virtuoso y feliz que me concederá esa unión necesaria entre bondad moral y felicidad. Así, hemos llegado a Dios.

Libertad (mundo), inmortalidad (alma) y Dios son los tres postulados de la razón práctica. Es decir, las condiciones de posibilidad y ejercicio de la vida moral. Así, a través de la moralidad, hemos alcanzado los objetos metafísicos de los que no se puede tener conocimiento, pero sí fe racional. Y así, también, ha sido refundada la metafísica y reconstruido todo el edificio de la ciencia y del saber. Nuestro saber es conocimiento y fe (moral). Y la fe (moral) es la piedra angular del edificio; tiene primacía sobre el conocimiento.

También Kant, hoy, nos pone contra las cuerdas:

- ¿Es el conocimiento científico universal y necesario, tal como plantea Kant? Si no lo es, ¿qué nos queda?

- Podemos decir que el conocimiento científico es el único universal y necesario y tachar al resto de los conocimientos de no serlo. Pero, ¿realmente podemos librarnos de esos ámbitos de la realidad?

- Kant plantea la inviabilidad de una ética fundada en los sentimientos. ¿Tiene razón?

- Es muy interesante la segunda formulación del imperativo categórico que nos hace reflexionar sobre la dignidad de la persona. ¿Es necesario reflexionar hoy día acerca de la dignidad de la persona? ¿Tenemos dignidad? ¿Qué es la dignidad?

- Libertad, inmortalidad y Dios. ¿Simplemente tres interrogantes o, por el contrario, tres exigencias –como Kant plantea- de lo más íntimo del ser humano llamémosle razón práctica o como queramos?