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Hijo de judíos portugueses, Spinoza nació y murió en Holanda, un pequeño país que por entonces vivía su siglo de oro político, económico y cultural. El régimen republicano de Jan de Witt, la Banca de Amsterdam y las Compañías de las Indias, los nombres de Grocio, Huygens y Rembrand, son sus símbolos. El Tratado de Westfalia (1648) pone fin a la guerra de los treinta años e implanta en Europa un nuevo orden basado en la hegemonía de Francia, la independencia de Holanda y la subordinación del poder religioso al político. En ese clima de euforia, apogeo y libertad vivió y meditó Spinoza; antes de él ya lo había hecho Descartes.

La obra de Spinoza es breve; sus interpretaciones muy numerosas e incluso opuestas. Atacado en vida por filósofos y teólogos, y ensalzado tras su muerte por los románticos alemanes, Spinoza se nos presenta a un tiempo como un pensador posmedieval y preilustrado. Repudiado y expulsado por la comunidad judía, también calvinistas y católicos acumularon condenas sobre su pensamiento. El exilio, el aislamiento le forzaron a vivir en los márgenes, en la periferia de la sociedad civil y de los círculos intelectuales. Aceptó ese lugar, lo hizo suyo y pensó como es propio de quien habita la frontera: con radicalismo, sin concesiones, con sobriedad y serenidad, con confianza. Quiso construir una moral de la perfección desde la necesidad divina y el deseo humano. Desde su distancia y soledad se atrevió a identificar Dios y la naturaleza, el entendimiento humano y el divino. Su monismo, calificado por unos como panteísta y por otros como ateo, implica un determinismo que brota de la necesidad. Sin embargo, creyó encontrar la auténtica libertad y también la felicidad encauzando la razón hacia su adecuado y puro conocimiento.

La idea más distintiva de la filosofía de Spinoza es la de que existe solamente una sustancia, la sustancia divina infinita, que es identificada con la naturaleza: Deus sive Natura , Dios o la naturaleza. Una característica llamativa de su filosofía, tal como se presenta en la Ética , es la forma "geométrica" de su exposición. La influencia cartesiana es evidente; de ahí que muchos hayan interpretado su monismo panteísta como una derivación del cartesianismo. Sin embargo, no debemos olvidar la influencia recibida a partir del estudio y lectura de textos cabalísticos, del neoplatonismo y de pensadores renacentistas de inclinación panteísta. En definitiva, Spinoza lanzó un reto que muy pocos después supieron o se atrevieron a recoger a pesar de que, como señalara Hegel, "todo filósofo debe pasar por Spinoza".