«---Quincena 12-.Literatura hispanoamericana: lírica y narrativa.
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La prosa y el verso hispanoamericanos (siglos XIX y XX) Un recorrido fantástico

La poesía

En la década de 1820-1830 se producen los procesos de independencia de la mayor parte de los países hispanoamericanos. Este proceso, que será difícil y agitado, tendrá consecuencias ineludibles en América y en España. El Romanticismo, ya presente más allá del Atlántico en las primeras décadas del siglo XIX, y de origen peninsular, británico y, sobre todo, francés, animará las corrientes políticas independentistas y será crucial en la elección de los primeros temas literarios decimonónicos en Hispanoamérica: en poesía, la exótica y esplendorosa naturaleza, las ansias de libertad personal y política, así como lo autóctono o lo indígena como temática fundamental de las obras en verso; en prosa, la novela indigenista o la de la revolución, aunque ambas deban más al Realismo, verdadero protagonista de la novela hispanoamericana hasta bien entrado el siglo XX.

El Romanticismo en América tuvo, en poesía, un cultivo tardío, que sin embargo fue abundante en el ensayo y en la prensa, ambos campos más adecuados por su temática e inmediatez a las ansias independentistas que animan el continente. La dedicación romántica a lo local, individual y singular tienen su expresión en la elección de los tipos poéticos (el gaucho, el indio, etc.) y en el esmero por la descripción y exaltación de paisajes propios y nacionales (los Andes, las selvas, los océanos...).

Habría que esperar al Modernismo para que, en poesía, se diese un fenómeno que décadas más tarde se repetiría en la prosa: la aparición de un movimiento propio, con voz nueva, que habría de dejarse sentir profundamente en Europa y, especialmente, en España. Rubén Darío y sus numerosos seguidores impondrían un estilo cosmopolita, colorista y también revolucionario en sus formas, temas y tonos (v. Quincena 8). La voz americana comenzaba a dejar sentir su peso y su sentir en la antigua metrópoli, al tiempo que, recogida la herencia de Rubén, ésta comenzaba a granar en novedosos vanguardistas, como Vicente Huidobro, o se amplificaba en voces líricas como la de Alfonsina Storni  y abría el camino para las grandes obras de César Vallejo y Pablo Neruda. La influencia de estos últimos en toda la poesía contemporánea se puede calificar, sin temor a equivocarse, como universal.

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La prosa

La prosa romántica es escasa, muy desigual en su valía, vinculada a los temas étnicos locales, las costumbres nacionales o a la revolución en el caso de Méjico. En general, siguió pronto los cauces del Realismo hasta bien entrado el siglo XX.
En el siglo pasado la historia acelera su pulso en la antigua América española y las revoluciones, contrarrevoluciones, dictaduras militares, y hasta alguna monarquía se suceden en el continente de acento español. Mientras tanto, la prosa hispanoamericana irá perfilando lentamente su propia identidad. Se ha venido señalando la larga pervivencia del Realismo (casi hasta los años 40) en la novela, pero nadie sospechaba que la larga vida de esta corriente estuviera animando uno de los fenómenos literarios más espectaculares de la novela del siglo XX... y además en lengua española: el llamado boom de la novela hispanoamericana de los años sesenta catapultó a los prosistas de muy distintos países americanos a la primera escena literaria mundial, y demostró la enorme capacidad del continente para asumir los hallazgos técnicos de la novela de los primeros cuarenta años del siglo sin perder de vista la historia y los protagonistas locales.

La novela hispanoamericana del boom tuvo la virtud de incorporar distintos elementos característicos de la novela contemporánea de Kafka, Joyce, Faulkner, etc. Así, junto al compromiso político, la incorporación del subjetivismo, la ruptura temporal, el peculiar punto de vista de la narración, son todas ellas técnicas que están en la base de esta nueva novela. A ello habría que sumar la incorporación de un lenguaje propio, que no desdeña el localismo ni las hablas peculiares de cada país, ensanchando el español estándar con un vocabulario rico y sorprendente para los lectores europeos y, sobre todo, para los hablantes del castellano peninsular. Lo real maravilloso, realismo mágico, etc., son expresiones acuñadas para dar cuenta de lo absolutamente peculiar de esta forma de novelar en la temática y en la forma, porque a los propios autores les parecía no encontrar otra forma de adjetivar esta prosa que habla de su paisaje, sus tradiciones y sus gentes.

Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, y tantos otros, son ejemplos de esta narrativa extraordinaria, novedosa y apasionante, pero que, como todas las grandes obras literarias, no olvida lo que debe a la tradición y a lo escrito anteriormente, pues su éxito se levanta sobre los grandes temas románticos y realistas hispanoamericanos para abrirse paso, finalmente, a través de las técnicas más sofisticadas de los autores más vanguardistas y revolucionarios del siglo XX.

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Poesía romántica y modernista

El Romanticismo en Hispanoamérica tiene raíces peninsulares, pero el influjo fundamental provino de Francia. Los temas fundamentales giran alrededor de los deseos independentistas y de la búsqueda de la identidad de los países recién creados, y tiende igualmente a un tratamiento específico de lo hispanoamericano: así sucederá con la visión de la naturaleza (las selvas y el paisaje agreste y exuberante), las crisis políticas de la zona (los procesos de independencia) o la toma de conciencia ante minorías étnicas o tipos característicos de zonas geográficas concretas (el negro o el gaucho). Esteban Ecehevarría (Argentina) pasa por ser el pionero del movimiento poético romántico en América (Rimas, 1837), mientras que hubo que esperar al Martín Fierro (1872) de José Hernández (Argentina, ) para la aparición de géneros propios como la literatura gauchesca. Con todo, tuvieron que discurrir algunos años para la eclosión de una voz inequívocamente propia americana con el Modernismo.

Poesía modernista

El movimiento poético más importante de Hispanoamérica a principios del siglo XX fue, sin duda, el Modernismo. De su máxima figura, el nicaragüense Rubén Darío, ya nos ocupamos más extensamente en la Unidad 8, así como de las características del nuevo movimiento lírico. No obstante, no fue el único representante de la nueva corriente poética que prendería también en Europa con enorme fuerza. Así, habría que destacar, entre otros, al mejicano Amado Nervo (1870-1919) y al argentino Leopoldo Lugones (1874-1938). Ambos parten de posiciones modernistas (temas y tonos sensuales e intimistas, insistencia en la sonoridad, etc.) para llegar a posiciones más personales marcadas por la evolución de cada uno de ellos.

Holocausto

Llenábanse de noche las montañas,
y a la vera del bosque aparecía
la estridente carreta que volvía
de un viaje espectral por las campañas.
Compungíase el viento entre las cañas,
y asumiendo la astral melancolía,
las horas prolongaban su agonía
paso a paso a través de tus pestañas.
La sombra pecadora a cuyo intenso
influjo arde tu amor como el incienso
en apacible combustión de aromas,
miró desde los sauces lastimeros,
en mi alma un extravío de corderos
y en tu seno un degüello de palomas.
Holocausto,
Leopoldo Lugones.

El Modernismo, brillante, cosmopolita y exitoso durante las dos primeras décadas del siglo, comenzó a dar señales de agotamiento por los mismos años en que en Europa también la poesía tomaba otros derroteros a los marcados por Rubén Darío. Un famoso verso del poeta mejicano Ernesto González Martínez ("Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje") anunciaba el cansancio que ya en 1911 el movimiento provocaba en América. Constituye el banderazo de salida que, hacia 1920, cristalizará en la aparición de nuevas corrientes y una nueva pluralidad de voces poéticas.

Poesía humana

Es una corriente poética a la que se adhirieron algunos autores que, formados inicialmente en el Modernismo, renunciaron al colorido, a la polimetría y al cosmopolitismo de Darío para encontrar una voz más intimista y local. Algunos estudiosos han preferido denominar esta corriente como sencillista o posmodernista, y en ella se encuadra la obra temprana de autores como Pablo Neruda o César Vallejo. Pero las grandes representantes del movimiento son tres excelentes poetisas americanas:

    • Alfonsina Storni (Argentina,1892-1938): es una de las voces más reivindicadas de la poesía americana al margen de los grandes nombres como Neruda o Vallejo. Su poesía es íntima, vital, de una gran ternura y carga lírica y amorosa (Ocre, 1925).
    • Juana de Ibarbourou (Uruguay, 1895-1979): iniciada en el Modernismo, su temática se orientó hacia lo local y la temática americana (La rosa de los vientos, 1930).
    • Gabriela Mistral (Chile, 1898-1957): toma del Modernismo un tono melancólico y triste que transforma en profundo amor hacia sus semejantes en general, y particularmente hacia los niños en línea con su vocación docente. Le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1945 (Desolación, 1922; Ternura, 1924).

ALMA DESNUDA

Soy un alma desnuda en estos versos,
Alma desnuda que angustiada y sola
Va dejando sus pétalos dispersos.
Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.
(...)
Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.
Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.

Irremediablemente (1919).

Poesía negrista

En torno a los años treinta, y como consecuencia del mestizaje racial y cultural surge en países como Cuba una poesía que intenta reflejar en la métrica, en las formas y el ritmo la influencia africana sobre lo español o caribeño. Aparece así la poesía negrista, de la que Nicolás Guillén (Cuba, 1902-1989) es su máximo representante.

Poesía de vanguardia

La poesía de vanguardia tuvo su eco en Hispanoamérica a través de distintos autores que, lejos de repetir simplemente lo aprendido en sus viajes a París, crearon distintos movimientos que tuvieron una gran repercusión no sólo en el continente americano, sino incluso en Europa y especialmente en España. Así, Vicente Huidobro promociona en ambas orillas el creacionismo y Jorge Luis Borges el ultraísmo, ambos tratados en la Quincena 9. Finalmente, y entre otros ismos, la corriente poética e intelectual que mayor calado tuvo en América y en Europa fue el surrealismo, sobre todo en los poetas de más larga trayectoria desde la década de los veinte: César Vallejo, Pablo Neruda y Octavio Paz, de los que nos ocuparemos a continuación.
César Vallejo (Perú, 1892-1938): tras sus inicios modernistas (Los heraldos negros, 1918) aunque profundamente personales, irrumpe en la poesía de vanguardia con Trilce (1922). En él Vallejo rompe decididamente con las formas y temas tradicionales, innova el léxico y hasta la sintaxis. Después de su muerte se publicarán dos grandes obras del autor: Poemas humanos (1939) y, junto a este volumen, España, aparta de mí este cáliz, un conjunto de poemas escritos durante la guerra civil española. Ambos libros, pero sobre todo el primero, son de una grandeza impresionante: el poeta insistió en un lenguaje personal, propio, de una belleza deslumbrante, lleno de imágenes únicas, muy elaborado y trabajado pero sencillo en su tono. Junto a esto, las inquietudes sociales y políticas de Vallejo se muestran a cada instante, mezcladas con la angustia existencial de quien se sabe mortal y frágil, ser humano y hombre solo:

XII

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡ No mueras, te amo tanto!"
pero el cadáver, ¡ ay!, siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:
"¡ No nos dejes! ¡ Valor!
¡ Vuelve a la vida!"

Pero el cadáver, ¡ ay!, siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando: "¡ Tanto amor y no poder hacer nada contra la muerte!"

Pero el cadáver, ¡ ay!, siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: "¡ Quédate hermano!"

Pero el cadáver, ¡ ay!, siguió muriendo.

Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...

España, aparta de mí este cáliz (1939).

Pablo Neruda (Chile, 1904-1973): es uno de los grandes poetas hispanoamericanos que más ha dejado sentir su influencia en escritores e intelectuales de todo el mundo. Formado en el Modernismo, pronto gira hacia posiciones cercanas a la poesía humana, para incorporarse de lleno a las vanguardias, especialmente al surrealismo. Tras esta etapa, vuelve hacia posiciones poéticas menos sofisticadas, con un lenguaje sencillo y, aparentemente, menos trascendente. Su compromiso político fue especialmente significativo tras su paso por España como cónsul de Chile ante la II República entre 1934 y 1938. Entre su obra, de gran extensión, destacaremos los siguientes títulos:
Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924): es una obra juvenil, dedicada a las mujeres que amó y le amaron (poco después citamos el el número 20, uno de los poemas de amor más leídos de la literatura escrita en castellano).
Residencia en la tierra (en dos partes, 1933 y 1935): es una obra hermosísima, llena de imágenes nuevas y audaces, pieza magistral del surrealismo, intensamente humana pero terriblemente angustiosa. Difícil en su lenguaje y en sus metáforas, es una obra maestra de la poesía contemporánea.
España en el corazón: publicada como una parte de Tercera residencia pero escrita durante la guerra civil, en ella muestra Neruda su compromiso absoluto con la causa republicana, así como, de forma general, con los más humildes y desposeídos.
Canto general (1950): se trata de un canto a América, y, en general, a los pueblos indígenas y tierras del continente. Se inicia el giro hacia un lenguaje más sencillo que cristalizará en Odas elementales (1954 a 1957).
Cien sonetos de amor (1959): seleccionamos ésta entre su variada obra posterior a la década de los cincuenta por ser un ejemplo de este viraje final que le lleva a ensalzar el amor, la vitalidad y la mujer como elementos fundamentales de la existencia.

20
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. a lo lejos alguien canta. a lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

Octavio Paz (Méjico, 1914-1998) ha sido, ante todo, un hondo humanista que ha dejado plasmada su enorme preocupación por todo lo humano en su extensa obra poética y ensayística. Su trayectoria quedó marcada por su implicación en la guerra civil española, durante la que manifestó sus simpatías y su apoyo a la II República, así como por su estancia en París después de la II Guerra mundial, años en los que tomó intenso contacto con el surrealismo. Su obra poética, siempre preocupada por la renovación de la palabra, la agrupó el autor en distintos volúmenes: Libertad bajo palabra (obra entre 1935 y 1957), Salamandra (entre 1958 y 1961) y Ladera Este (entre 1962 y 1968), esta última influenciada por el pensamiento oriental con el que contactó en su etapa como embajador en la India. Gran experimentador de la poesía, practicó también con posterioridad a estos años la poesía visual, la experimental en cuanto a la disposición tipográfica del poema, etc. Su extensa obra fue reconocida en 1990 con el Premio Nobel de Literatura.
NARRATIVA HISPANOAMERICANA
La narrativa hispanoamericana sigue un camino cronológico distinto al de la lírica, y mientras que en poesía se acomete desde el principio del siglo pasado una profunda revisión formal y de contenidos con el Modernismo, la novela esperará algunos decenios para acometer una renovación que, una vez llevada a cabo, revolucionará el género con hallazgos impensables. Así, podemos distinguir las siguientes etapas con los autores más representativos:

    • Desde mediados del XIX hasta aproximadamente 1940:
    • Realismo de corte decimonónico europeo: Rómulo Gallegos.
    • Novela de la revolución: Mariano Azuela.
    • Novela regionalista: Rómulo Gallegos, Ricardo Güiraldes, José Eustasio Rivera.
    • Novela indigenista: Alcides Arguedas, Jorge Icaza.
    • Desde 1940 hasta 1960:
    • El realismo mágico o lo real maravilloso: Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias.
    • Desde 1960:
      • El boom de la novela hispanoamericana: Ernesto Sábato, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes.

Desde mediados del XIX hasta 1940


El Realismo, generalmente costumbrista, es el movimiento literario predominante en la prosa americana del XIX y del que Ricardo Palma viene a ser reconocido como precursor. En Hispanoamérica reviste algunas características que lo hacen distinto al europeo, especialmente en lo que hace a los temas. Así, los personajes se mueven en medio de una naturaleza fogosa y exultante, son víctimas de dictadores o de una oligarquía opresiva y dominante o bien son marginados por su condición indígena. Entre el conjunto de autores destacaríamos, sobre todo, a Rómulo Gallegos (Venezuela, 1884-1969) con Doña Bárbara (1929), novela que recoge la dura vida de los llanos venezolanos, y que contiene todos los elementos comentados anteriormente.

"Lo real maravilloso". Desde 1940 a 1960.

Desde poco antes de mediados del siglo XX se observan cambios importantes en la novelística hispanoamericana, que afectarán no tanto a un cambio de temática como a un tratamiento peculiar de ésta. Lo fantástico se entremezcla con los elementos reales, se considera que lo específicamente americano sólo tiene explicación desde una consideración fantástica, que roza, cuando no entra de lleno, en lo mágico y maravilloso. No desaparecen, en este sentido, las preocupaciones sociales, la ambientación naturalista ni las peculiaridades étnicas del territorio, sino que se amplía el territorio narrativo con la incorporación de lo urbano, la Naturaleza pasa a ser elemento crucial frente al decorado realista y se incorporan técnicas narrativas de vanguardia procedentes de Europa o de hallazgos propios (el desorden en la narración, el monólogo interior, elementos oníricos procedentes del surrealismo o un lenguaje propio y distinto que proporciona un ambiente peculiar a esta nueva novela).

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Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986): vive su adolescencia en Europa, a donde se traslada con su familia. De carácter culturalmente enciclopédico se empapa de vanguardias para crear, con otros escritores, el ultraísmo, que lleva a Argentina en 1921. Después de sus inicios como ensayista y poeta, se revela como un maestro del cuento, que cultivará en adelante casi como género único. A pesar de la brevedad del género, los cuentos de Borges son auténticas obras maestras. Los temas son generalmente intelectuales, y se proponen al lector juegos mentales que tienen como cuestiones fundamentales el tiempo, la identidad del hombre, los libros, el sueño, los límites entre realidad y fantasía, los laberintos, etc. Sólo podemos citar algunos títulos: Ficciones (1944), El Aleph (1949), El informe de Brodie (1970)... Baste un ejemplo de su prosa cuentística. Se trata de un fragmento de La Biblioteca de Babel, perteneciente a Ficciones:

La Biblioteca de Babel

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. (...)
Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita.
Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.). Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.

Otro de los grandes escritores de este período, Miguel Ángel Asturias, (Guatemala, 1899-1974) responde también, como Borges, a una formación europea que se traducirá en un riguroso dominio de las técnicas narrativas de principio del siglo XX y, en su caso, a la influencia del esperpento de Valle Inclán. Su obra maestra es El Señor Presidente (1946), en la que desarrolla el tema ya conocido, pero con una estilística y léxico revolucionarios, de las dictaduras americanas. Fue Premio Nobel de Literatura en 1967.

Alejo Carpentier (Cuba, 1904-1980) es también un gran renovador de la novela hispanoamericana del siglo XX. Los pasos perdidos (1953), El acoso (1958) o El siglo de las luces (1962) son algunos de sus títulos en los que coexiste una profunda reflexión sobre la realidad y la identidad de América así como una preocupación social intensísima. Es uno de los principales responsables del nuevo tono, ambiente y estilística de la nueva prosa, y el autor de la definición de esta nueva forma de ver y describir el mundo como lo real maravilloso, reconociendo la incapacidad de lo real para explicar la cotidianeidad americana.

Juan Rulfo (Méjico, 1918-1986), tras la publicación de El llano en llamas (1953), un extraordinario volumen de cuentos, revoluciona las técnicas de la narración con Pedro Páramo (1955). Se trata de la alucinada vuelta a los orígenes de Juan Preciado, hijo de Pedro Páramo -el cacique implacable de Comala, un pueblo imaginario del Jalisco mejicano. El lector asistirá asombrado a un diálogo de muertos que revive la historia mejicana desde el último tercio del XIX hasta los primeros decenios del XX. Ningún autor ha conseguido pasar a la historia de la literatura con tan pocas páginas escritas. Esto habla por sí solo del enorme valor técnico, temático y estilístico de Pedro Páramo:

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. (...)
Sentí el retrato de mi madre guardado en la bolsa de la camisa, calentándome el corazón, como si ella también sudara. Era un retrato viejo, carcomido en los bordes; pero fue el único que conocí de ella. Me lo había encontrado en el armario de la cocina, dentro de una cazuela llena de yerbas: hojas de toronjil, flores de Castilla, ramas de ruda. Desde entonces lo guardé. Era el único. Mi madre siempre fue enemiga de retratarse. Decía que los retratos eran cosa de brujería. Y así parecía ser.; porque el suyo estaba lleno de agujeros como de aguja, y en dirección del corazón tenía uno muy grande, donde bien podía caber el dedo del corazón.
Es el mismo que traigo aquí, pensando que podría dar buen resultado para que mi padre me reconociera.

Pedro Páramo.

El "boom" de la narrativa hispanoamericana desde 1960

Los escritores que trataremos a continuación no forman un bloque independiente respecto a los anteriores, ni siquiera se puede asegurar que deban ser éstos, y no los primeros, los que deben figurar aquí. En todos ellos existe una continuidad temática y de estilo que forma el extraordinario viaje de la novela hispanoamericana del siglo XX. No obstante, los escritores de este segundo grupo llevan al extremo la capacidad narrativa (García Márquez), la experimentación y el compromiso político y social (Julio Cortázar) o la reflexión sobre la patria (Vargas Llosa) de un modo que merece ser destacado de forma independiente.

Así sucede con Ernesto Sábato (Argentina, 1911), preocupado especialmente por la angustia del hombre contemporáneo, solo en medio de la multitud pero solidario al fin. Su novelística es ante todo intelectual, reflexiva, aunque no carente de propuestas formales innovadoras. Entre sus obras destacan El túnel (1948), inscrita en la filosofía del absurdo de la posguerra mundial, Sobre héroes y tumbas (1961) o Abaddón el exterminador (1974).

Carlos Fuentes (Méjico, 1928) es un ejemplo de narrador comprometido -como tantos escritores hispanoamericanos- con la historia de su país y en La muerte de Artemio Cruz (1962) reconstruye la historia de uno de los muchos oportunistas surgidos al calor de la revolución mejicana. Abundan también en su obra las referencias a personajes urbanos, una de las características de este último grupo de novelistas.

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Julio Cortázar (Argentina, 1914-1984), aunque nacido en Bruselas, desarrolla su actividad literaria e intelectual entre Europa -París sobre todo- y Buenos Aires. Estas dos ciudades son igualmente el espacio vital en el que se mueven los personajes de su novela más significativa, Rayuela (1963). Es una obra revolucionaria en cuanto a la concepción narrativa, que admite literalmente distintas lecturas -depende del orden en que se lean los capítulos del libro-. La ficción recae en la vida cotidiana de personajes urbanos, generalmente asediados por la soledad, angustiados por la falta de comunicación, y ocasionalmente salvados de su fracaso existencial por el amor y la amistad. En títulos posteriores Cortázar ha insistido en las novedades formales y estructurales, como en 62, modelo para armar (1968), El libro de Manuel (1973), etc.
Cortázar es igualmente conocido -y reconocido mundialmente- como un extraordinario narrador breve. Sus cuentos sorprenden enormemente porque parten de lo cotidiano, de lo real, para saltar casi sin transición a situaciones inesperadamente fantásticas pero inequívocamente reales y creíbles, muestra de las múltiples caras de la realidad. Es el caso de Bestiario (1951), Todos los fuegos, el fuego (1966), etc. Tampoco elude lo fantástico, pero cercano y reconocible:

De la Simetría Interplanetaria
(La otra orilla, 1945)
 

This is very disgusting.
Donald Duck


 
Apenas desembarcado en el planeta Faros, me llevaron los farenses a conocer el ambiente físico, fitogeográfico, zoogeográfico, político-económico y nocturno de su ciudad capital que ellos llaman 956. (...) Los farenses son lo que aquí denominaríamos insectos; tienen altísimas patas de araña (suponiendo una araña verde, con pelos rígidos y excrecencias brillantes de donde nace un sonido continuado, semejante al de una flauta y que, musicalmente conducido, constituye su lenguaje); (...) Estuve tres semanas en 956; me bastó para descubrir que los farenses eran cultos, amaban las puestas de sol y los problemas de ingenio. Me faltaba conocer su religión (...) Me explicaron que profesaban el monoteísmo, que el sacerdocio no estaba aún del todo desprestigiado y que la ley moral les mandaba ser pasablemente buenos. (...) El problema actual parecía consistir en Illi. Descubrí que Illi era un farense con pretensiones de acendrar la fe en los sistemas vasculares ("corazones" no sería morfológicamente exacto). (...) Me llevaron a un banquete que los distinguidos de 956 le ofrecieron a Ili. Encontré al heresiarca en lo alto de la pirámide (mesa, en Faros) comiendo y predicando. (...) Repentinamente creí estar viviendo un anacronismo, haber retrocedido a las épocas terrestres en que se gestaban las religiones definitivas. Me acordé del Rabbi Jesús. (...)    Pensé: "¿Y si éste fuera también Jesús? No es novedad la hipótesis de que bien podría el Hijo de Dios pasearse por los planetas convirtiendo a los universales. ¿Por qué iba a dedicarse con exclusividad a la tierra? (...)"Qué tremenda tarea", pensé. "Y monótona, además. Lo que falta saber es si los seres reaccionan igualmente en todos lados. ¿Lo crucificarían en Marte, en Júpiter, en Plutón...?" Hombre de la Tierra, sentí nacerme una vergüenza retrospectiva. (...) Probablemente habíamos sido los únicos capaces de una villanía semejante ¡ Clavar en un madero al hijo de Dios...! (...) De pronto, me pareció que Illi levantaba todas las patas a la vez (y las patas de un farense son diecisiete). Se crispó en el aire y cayó de golpe sobre la punta de la pirámide (la mesa). Instantáneamente quedó negro y callado; pregunté, y me dijeron que estaba muerto. Parece que le habían puesto veneno en la comida.

Mario Vargas Llosa (Perú, 1936) es otro de los grandes renovadores de la novela hispanoamericana. Su producción novelística, variada y numerosa, da sobradas muestras de la temática y técnicas presentes en otros novelistas, a lo que habría que sumar distintos aciertos propios. Su obra maestra es Conversación en La Catedral (1969), en la que analiza otra de las numerosas dictaduras militares que en el siglo XX han desangrado los jóvenes países hispanoamericanos. Vargas Llosa sorprendió a la crítica y a los lectores con su primera novela, La ciudad y los perros (1962), un complejo relato muy exigente técnicamente y que recoge el habla coloquial limeña a partir de la vida diaria en un colegio militar. Posteriormente publicó otras novelas, algunas de ellas de tono más divertido y lúdico, como Pantaleón y las visitadoras (1973) o La tía Julia y el escribidor (1977). El tema de las dictaduras militares lo retomó en La fiesta del chivo (2000), un ejemplo de la pervivencia del tema en la novelística hispanoamericana.

Conversación en La Catedral
DESDE la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la Plaza San Martín. El era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? Frente al Hotel Crillón un perro viene a lamerle los pies: no vayas a estar rabioso, fuera de aquí. El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución. Ve una larga cola en el paradero de los colectivos a Miraflores, cruza la Plaza y ahí está Norwin, hola hermano, en una mesa del Bar Zela, siéntate Zavalita, manoseando un chilcano y haciéndose lustrar los zapatos, le invitaba un trago. No parece borracho todavía y Santiago se sienta, indica al lustrabotas que también le lustre los zapatos a él. Listo jefe, ahoritita jefe, se los dejaría como espejos, jefe.

Gabriel García Márquez (Colombia, 1928) es, ante todo, un gran narrador y contador de historias, tal y como él mismo ha dicho tantas veces. Se inició como periodista en distintos diarios colombianos, y no ha dejado de desempeñar este oficio junto con el de escritor, remarcando que la tarea de escribir es, junto a una íntima necesidad, un trabajo técnico riguroso que parte de la disciplina y el esfuerzo por encontrar nuevas fórmulas y aprender constantemente de los otros y de uno mismo. Nadie como García Márquez resume las cualidades de la narrativa hispanoamericana: imaginación poderosa, una gran habilidad narrativa, hallazgos técnicos sorprendentes, cultivo de un ambiente mágico y sobrenatural -que debe mucho a la cultura caribeña- pero profundamente real, literaturización de personajes históricos del Continente, el tratamiento de la naturaleza... Estamos, en fin, ante uno de los mejores narradores y novelistas de la novela en castellano de toda nuestra historia literaria. Se le concede el Premio Nobel en 1982. Sus aportaciones a los Congresos de la Lengua de las distintas Academias han amparado propuestas ortográficas revolucionarias y llenas de poesía y sentido común a partes iguales, pues ni siquiera en este tipo de foros parece poder abandonar el colombiano la calidad y calidez de su prosa.
La obra narrativa de García Márquez arranca con La hojarasca (1955) y con un relato periodístico, Relato de un náufrago (1955), seguidas de otras obras, como El coronel no tiene quien le escriba (1958), que la crítica ha solido ver como preámbulos de su gran obra maestra, Cien años de soledad (1967). La obra, ambientada en el pueblo imaginario de Macondo, que ya había aparecido en anteriores relatos, viene a ser una enorme y fantasiosa alegoría de los procesos históricos americanos, pues el pueblo fantástico atraviesa por algunas de las fases históricas más características de los países hispanoamericanos: fundación, colonización, guerra civil, dependencia del gran vecino del norte y, finalmente, decadencia. Su famosísimo comienzo da ya una idea al lector de lo que va a encontrarse en la obra, así como del ambiente mágico y alucinado que rodea a sus personajes:

Cien años de soledad

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. "Las cosas tienen vida propia -pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima." José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: "Para eso no sirve." Pero José Arcadio Buendía no creía en aquél tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados... Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras...

Es la novela de una gran saga familiar, los Buendía, que, emparentados entre sí, viven temiendo la maldición del nacimiento de un hijo con cola de cerdo. Los personajes masculinos, repetidos como en una galería de espejos, siempre se llaman José Arcadio o Aureliano, así como las mujeres Úrsula, Amaranta o Remedios. El destino de unos y otros está escrito, preconfigurado en el tiempo. En la novela encontramos todos los temas que hemos venido tratando como característicos de la novela hispanoamericana, pero amplificados por la búsqueda de sus personajes del calor humano, del amor o del éxito económico. Todo ello está saturado de un cautivador entorno mágico que parece rodear al pueblo mítico de Macondo, y narrado de forma magistral con todo tipo de alternancias de puntos de vista. La estructura de la novela es prácticamente circular, pues vuelve al punto de partida, si bien la multiplicidad de acciones está encajada en una carpintería -como llama García Márquez a la estructura de sus novelas- extraordinariamente compleja. Baste como ejemplo del estilo el siguiente fragmento correspondiente a la exploración de los alrededores de Macondo:

El suelo se volvió blando y húmedo, como ceniza volcánica, y la vegetación fue cada vez más insidiosa y se hicieron cada vez más lejanos los gritos de los pájaros y la bullaranga de los monos, y el mundo se volvió triste para siempre. Los hombres de la expedición se sintieron abrumados por sus recuerdos más antiguos en aquel paraíso de humedad y silencio, anterior al pecado original, donde las botas se hundían en pozos de aceites humeantes y los machetes destrozaban lirios sangrientos y salamandras doradas. Durante una semana, casi sin hablar, avanzaron como sonámbulos por un universo de pesadumbre, alumbrados apenas por una tenue reverberación de insectos luminosos y con los pulmones agobiados por un sofocante olor de sangre.

Después de Cien años... García Márquez ha seguido practicando la novela extensa con enorme acierto
-El amor en los tiempos del cólera (1985), El general en su laberinto (1989)-, así como la narración breve con algún ejemplo imperecedero, como la Crónica de una muerte anunciada (1981), cuya calidad técnica y léxica se ve potenciada por una estructura magistral y una acción que, aunque desvelada desde un principio, no pierde en nada su enorme intriga e interés:

Crónica de una muerte anunciada

El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna (...), pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagadas de pájaros. "Siempre soñaba con árboles", me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. "La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar entre los almendros", me dijo. Tenía una reputación muy bien ganada de intérprete certera de los sueños ajenos (...), pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su hijo.


Finalmente, García Márquez es también un celebrado cuentista, género que ha practicado con éxito -Los funerales de Mamá Grande (1962) o Doce cuentos peregrinos (1992)- siempre sin abandonar su estilo, su ambiente caribe o los inolvidables personajes que parecen debatirse contra destinos ya escritos y de los que intentan escapar amparándose en el amor y la solidaridad.

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1.- Fíjate en el siguiente texto de Alfonsina Storni. Es de una gran belleza y demuestra la enorme sensibilidad de la autora:

DOS PALABRAS
Esta noche al oído me has dicho dos palabras
Comunes. Dos palabras cansadas

De ser dichas. Palabras

Que de viejas son nuevas.

Dos palabras tan dulces que la luna que andaba
Filtrando entre las ramas

Se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras

Que una hormiga pasea por mi cuello y no intento

Moverme para echarla.

 

Tan dulces dos palabras
—Que digo sin quererlo— ¡oh, qué bella, la vida!—

Tan dulces y tan mansas

Que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman.

Tan dulces y tan bellas
Que nerviosos, mis dedos,

Se mueven hacia el cielo imitando tijeras.

Oh, mis dedos quisieran

Cortar estrellas.

El dulce daño (1918)  

a.- Justifica a qué corriente poética pertenece el texto.
b.- Identifica los rasgos modernistas que aún permanecen en el poema.

2.- ¿Quiénes son los dos poetas más representativos del surrealismo en América? Resume brevemente sus características y obras más importantes.

3.- Lee el siguiente texto de Pablo Neruda. Se trata de América, no invoco tu nombre en vano, perteneciente al Canto general:

AMÉRICA, no invoco tu nombre en vano.
Cuando sujeto al corazón la espada,
cuando aguanto en el alma la gotera,
cuando por las ventanas
un nuevo día tuyo me penetra,
soy y estoy en la luz que me produce,
vivo en la sombra que me determina,
duermo y despierto en tu esencial aurora:
dulce como las uvas, y terrible,
conductor del azúcar y el castigo,
empapado en esperma de tu especie,
amamantado en sangre de tu herencia.

a.- ¿Cuál es el tema del texto?
b.- Analiza el lenguaje empleado por el poeta y argumenta sobre su sencillez o dificultad.
c.- Analiza la medida y la rima de los versos. ¿De qué tipo de versos se trata? ¿se trata de un tipo de metro frecuente en Neruda?

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Fichero Adjunto:

4.- Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, es el mejor ejemplo de la ambientación mágica y alucinada –pero de apariencia absolutamente real- de los relatos y novelas que preside buena parte de la literatura del boom:

Aureliano, el primer ser humano que nació en Macondo, iba a cumplir seis años en marzo. Era silencioso y retraído. Había llorado en el vientre de su madre y nació con los ojos abiertos. Mientras le cortaban el ombligo movía la cabeza de un lado a otro reconociendo las cosas del cuarto, y examinaba el rostro de la gente con una curiosidad sin asombro. Luego, indiferente a quienes se acercaban a conocerlo, mantuvo la atención concentrada en el techo de palma, que parecía a punto de derrumbarse bajo la tremenda presión de la lluvia. Úrsula no volvió a acordarse de la intensidad de esa mirada hasta un día en que el pequeño Aureliano, a la edad de tres años, entró a la cocina en el momento en que ella retiraba del fogón y ponía en la mesa una olla de caldo hirviendo. El niño, perplejo en la puerta, dijo: "Se va a caer”. La olla estaba bien puesta en el centro de la mesa, pero tan pronto como el niño hizo el anuncio, inició un movimiento irrevocable hacia el borde, como impulsada por un dinamismo interior, y se despedazó en el suelo. (…)

 

a.- Comenta, sobre este fragmento, las características que definen al personaje principal, Aureliano Buendía, e indica qué procedimientos contribuyen a crear un ambiente mítico y portentoso en el relato.
b.- Identifica los adjetivos que aparecen en el texto, di de qué tipo son y su relación con el contenido del fragmento.
c.- ¿Por qué es característico este ambiente mágico del texto en la narrativa hispanoamericana?

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Si lo dice un Premio Nobel...

El escritor colombiano García Márquez propuso en el I Congreso de la Lengua Española (1997), celebrado en la ciudad mejicana de Zacatecas, una reforma ortográfica que levantó una gran polémica. Todos los medios de comunicación recogieron la noticia: el Premio Nobel proponía, entre otras cuestiones, acabar con la distinción ortográfica entre b y v, catalogar la h como grafía inútil y simplificar el uso de la g y de la j para evitar confusiones.

Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. ¿Y que de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

La propuesta fue acogida con sorpresa entre quienes le escuchaban (académicos, lingistas y autoridades), con división de opiniones entre escritores y creadores literarios, y con agrado por los partidarios de una escritura más fonética. Distintos escritores contestaron, algunos comprensivamente, las palabras del Premio Nobel. Vargas Llosa aducía que "si se acabara con la ortografía, el español se desintegraría en tal multitud de dialectos que llegaríamos a la incomunicación. Obviamente, semejantes ideas sólo podían provenir de quien es un gran creado de imágenes, pero que nunca ha sido un pensador, ni un teórico, ni un ensayista". Tan grande fue la polémica, en la que participaron intelectuales de todos los países hispanohablantes, que García Márquez se vio obligado a aclarar lo dicho en Zacatecas:

Yo sólo pretendí humanizar la ortografía, es decir, hacerla más humana, afable, familiar. ¿Dónde está el pecado? No faltan los cursis que pronuncian distinto la be de la ve; no pido la supresión de una u otra, sí que se busque fin a ese tormento que padecen los hispanoparlantes desde la escuela.

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Y es que las reglas de ortografía, que hunden sus raíces en la fundación de la RAE en 1713, siempre han sido motivo de preocupación entre los estudiantes... y los Premios Nobel.