Las obras de arte suelen ser ya de por sí un fiel reflejo de la época en la que fueron creadas pero, a veces, su propia historia (quién la solicitó y compró, si fue modificada, o cambiada de lugar, o si ha influido en algún acontecimiento histórico) nos puede decir todavía más de la sociedad que la rodea.
Es el caso de este poco conocido cuadro de Francisco de Goya, Alegoría de la villa de Madrid. Pintado en 1809, en plena ocupación francesa de la capital en la Guerra de la Independencia, Goya pintó en el óvalo central un retrato de José I Bonaparte. Tras la victoria anglo-española de los Arapiles (1813), José I se retiró de Madrid, por lo que en el óvalo se puso la palabra “Constitución”, en referencia a la recién creada Constitución de Cádiz de 1812. La vuelta momentánea de José hizo poner de nuevo el retrato del rey bonapartino. Al finalizar la guerra, Fernando VII abolió la Constitución de Cádiz, por lo que el pintor aragonés tuvo que colocar un retrato del rey restaurado, tan horroroso que en 1826 otro pintor lo rehizo. En 1843 fue sustituido por un dibujo de la Constitución de 1812 y, finalmente, en 1873, en un revuelto periodo histórico conocido como el Sexenio democrático (con una revolución, la destitución de la reina Isabel II; una regencia, un nuevo rey de origen italiano, Amadeo, y una república), el alcalde de Madrid puso en el dichoso óvalo una alegoría del 2 de mayo de 1808, «al ser un hecho histórico genérico no está sujeto a las opiniones cambiantes de los hombres». Dicho cuadro se puede contemplar hoy en día en el Museo Municipal de Madrid.