La concepción socrática de la virtud
En la antigua Grecia, se llamaba areté a lo que perfecciona a una cosa, haciendo que sea
tal y como debe ser. Areté era aquello que hace que las cosas en general sean lo que les
corresponde esencialmente ser, adquiriendo la perfección que les es propia. El término
castellano que mejor recoge el significado de areté es "excelencia", pues areté es, en
efecto, aquello en lo que reside la excelencia de una cosa, aquello que la hace excelente.
Sin embargo, diversas circunstancias históricas han querido que areté sea regularmente
traducido por el término castellano "virtud".
"Virtud" es un término con claro sentido moral, pero el
antiguo areté no tuvo inicialmente
ninguna connotación moral explícita. Precisamente fue
Sócrates, en el siglo V a.C., el
primero en otorgar a areté el sentido moral del que se halla cargado el sustantivo castellano
"virtud". Antes de Sócrates, el término areté se aplicaba a las herramientas de trabajo o a
los instrumentos musicales, a los animales, a los distintos tipos de trabajadores, etc. Se
hablaba, por ejemplo, de la areté de un caballo para referirse a su velocidad, su resistencia
y su habilidad para salvar obstáculos, pues estas características son las que hacen "excelente"
a un caballo.
Sócrates, por su parte, comienza a aplicar el término areté al
ser humano en general, al hombre en cuanto tal. Y se refiere a la areté del ser humano como
a aquello que hace a éste mejor, mejor ser humano en general, pero, además y sobre todo,
mejor en un sentido moral. Areté es, para Sócrates, aquello en lo que el ser humano encuentra
su perfección o su "excelencia" en el sentido moral de ambos términos.
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Ahora bien, dado que Sócrates concibe al hombre como un ser
dotado de un alma capaz de pensar y de razonar, y encuentra que esta capacidad es lo que más
esencialmente define al hombre, concluye que la excelencia o areté de éste habrá de consistir
en el ejercicio de dicha capacidad. Y como entiende, a su vez, que tal ejercicio se halla
orientado a la adquisición de saber y conocimiento, termina por identificar la areté del
hombre con el saber y el conocimiento. El mejor hombre, el hombre bueno, el que está a la
altura de su perfección y de su condición humana, es el hombre sabio.
Desde una perspectiva contemporánea, consideraríamos
probablemente que el saber y el conocimiento no tienen por qué hacer mejores a los seres
humanos; que un hombre sabio se puede comportar de la peor manera posible. Pero esto
resulta inconcebible para Sócrates. La conclusión más notable de la ética socrática es
precisamente que el conocimiento del bien y de lo justo determina a la voluntad a actuar
bien y justamente. Según Sócrates, nadie actúa mal voluntariamente. El que actúa mal, lo
hace por ignorancia del bien, porque desconoce qué es "lo bueno": nadie obra mal a sabiendas.
Así, pues, según Sócrates el conocimiento es condición necesaria
y suficiente para obrar con rectitud o virtuosamente, mientras que el mal es producto de
la ignorancia. Y es esta particular vinculación de la virtud al conocimiento lo más
característico de la concepción socrática de la moral y la que justifica que se haya
aplicado a ésta el nombre de "intelectualismo moral".
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