Muchos seres vivos utilizan los
gases atmosféricos en sus procesos vitales. Las plantas emplean el dióxido de carbono en la fotosíntesis y animales y plantas respiran oxígeno.
La composición actual de la atmósfera se debe a la actividad de la biosfera (fotosíntesis). Sin embargo, la actividad humana está modificando su composición. El aumento de las emisiones de dióxido de carbono o de metano acentúa el efecto invernadero. Los óxidos de nitrógeno o de azufre procedentes de las chimeneas de las industrias causan la lluvia ácida. Los seres humanos además de respirar el oxígeno utilizamos la energía del viento para mover molinos, barcos a vela, o aerogeneradores que producen electricidad.
La atmósfera nos protege de los impactos de los meteoritos y de las radiaciones solares
perjudiciales procedentes del Sol como los rayos gamma, los rayos X y los rayos ultravioletas que son dañinos para la vida.
La contaminación atmosférica es la presencia en el aire de materias que en determinadas cantidades implican un riesgo, daño o molestia grave para las personas y demás seres vivos, bienes de cualquier naturaleza, así como que puedan atacar a distintos materiales, reducir la visibilidad o producir olores desagradables.
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La contaminación atmosférica
puede ser natural, producida por erupciones volcánicas o
incendios forestales no provocados o por la actividad biológica
de los seres vivos. Pero este tipo de contaminación ha existido
siempre y el planeta Tierra es capaz de autorregularse. Pero la
más dañina y difícil de regular es la contaminación atmosférica
debida a las actividades del ser humano.
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