Tipos de juglares

Gracias a las Partidas de Alfonso x el Sabio y otras fuentes históricas tenemos noticia de la notable presencia de los juglares de gesta, los más estimados de todos. Los moralistas, de hecho, tenían por únicos juglares dignos de este nombre a los cantores de gestas de nobles y santos.

En la Crónica General de 1344 se distingue entre juglares de boca y juglares de péñola. Se llamaba de boca a los que cantaban acompañándose de instrumentos de cuerda, que no de viento. Los juglares de péñola eran quizá versificadores capaces de usar la pluma para escribir poemas o, más probablemente, juglares que tocaban la vihuela con el plectro, obtenido a partir de una pluma de oca, mientras que otros colegas suyos se acompañaban de la vihuela tocada con arco. En los romances épicos el juglar acompañaba al cantor, o a sí mismo, ejecutando una melodía con algún ornamento, al unísono o a la octava; con la vihuela se improvisaban también una especie de preludios y fórmulas instrumentales para la parte final de las estrofas cantadas.

A las soldaderas se las representa en las miniaturas medievales cantando o bailando, normalmente junto a un juglar. Es seguro que las Cantigas de Santa María se ejecutaban con su ayuda.

Aquellas almas entre briosas y melancólicas se distinguían sobre todo por su especialización musical. Destacaban los violeros, considerados entre los de más prestigio por ser los que cantaban poemas épicos y religiosos. El Arcipreste de Hita distingue entre la vihuela de arco y la de péñola; había también quien tocaba la cedra (cedreros) y especialistas en cítola (cítoleros). Junto a éstos encontramos tromperos o trompeteros y tamboreros, de clase inferior, que quedaban al margen de la tradición literaria por el hecho de tocar instrumentos de viento y de percusión. Por lo común no eran solistas, sino que se unían ora a un grupo, ora a otro. Pese a todo, durante el siglo xiv los músicos de instrumentos de viento gozaron de un gran prestigio en la corte aragonesa.

Existían asimismo juglares con puesto de trabajo fijo, al servicio de reyes o nobles, e incluso como empleados municipales.

¡PRESTAD ATENCIÓN A LO QUE QUIERO DECIROS!

“El juglar es un ser múltiple: es un músico, un poeta, un actor, un saltimbanqui; es una especie de intendente de placeres que vive en las cortes de reyes y príncipes; es un vagabundo errante que monta espectáculos en las aldeas; es el vihuelista que por los caminos va cantando gestas a los peregrinos; es el charlatán que entretiene a las gentes en la encrucijada; es el autor y el protagonista de las chanzas que se cuentan los días de fiesta a la salida de la iglesia; es el maestro que hace que los jóvenes salten y bailen; es el tamborero, el trompero y el gaitero que marca el paso en las procesiones; es el narrador, el cantor que anima festines, bodas y vigilias; es el jinete que da volteretas sobre el caballo; el acróbata que baila parándose de manos, el que juega con cuchillos, el que atraviesa los círculos a la carrera, el que escupe fuego, el que se retuerce como un contorsionista; es el que canta o hace el mimo; el bufón que hace muecas y suelta necedades; todo esto es el juglar, y algo más.”

De Les jongleurs en France au Moyen Age, de Edmond Faral

 Su función social se encontraba entre las más singulares y extravagantes de los días medievales. Comprendía a finos instrumentistas, diestros malabaristas y agudos poetas. Y también a aventureros sin oficio ni beneficio que alternaban sus exhibiciones musicales con los hurtos en plazas y tabernas. Sin embargo, por encima de todo, los juglares fueron transmisores de cultura fundamentales durante la Edad Media: difundían técnicas musicales y poéticas, noticias, acontecimientos sociales y vivencias personales en un mundo de gentes analfabetas e impregnadas de tradición oral.

Estos hombres, amantes de la música y la poesía, corrían grandes riesgos dada su errática vida, a menudo expuestos a pestes, guerras y carestía. Una de las Cantigas de Santa María del rey Alfonso x nos habla de un juglar que, envuelto en su manto de viaje, pide hospitalidad a un señor en Cataluña; llega a caballo y trae consigo una vihuela. El júbilo invade la casa, el señor lo recibe cortésmente mientras un niño se divierte montando la bestia del recién llegado. Se trataba de un “un jogar que ben cantava” y que “sen vergoña” iba “andando pelas cortes”. Mas cuando por la mañana el juglar marchó de la casa, el señor mandó sus criados a asaltarlo para robarle el caballo y las ropas. El hecho no tiene por qué sorprendernos. Hasta el célebre cantor y poeta Giraut de Bornelh fue atacado por unos salteadores enviados por el rey de Navarra mientras volvía a Francia colmado de regalos del monarca Alfonso VIII de Castilla.

No resulta fácil hacerse una idea precisa sobre los juglares. Ni siquiera encontramos consenso entre los estudiosos modernos. Los Padres de la Iglesia se referían a ellos con voces de la antigüedad romana: les llamaban con desprecio mimi o histriones, gentes de baja estofa dedicados a espectáculos indecentes. A partir del año 789, en el imperio franco se prohibió que obispos y abades dejaran entrar a los juglares en sus tierras.

El término juglar deriva del latín joculator, que a su vez está relacionado con jocus (juego). El vocablo aparece en el concilio de Cartago del 436 y se difunde durante la Edad Media, designando categorías sociales y culturales con frecuencia muy distintas.

La denominación de los juglares

Numerosas son las palabras que en distintas lenguas se han derivado de la voz latina joculator (el que juega). En castellano tenemos juglar, jutglar; en catalán, joglar, jograr; en francés, juglor, jogleur; en inglés, juggler, jugelere; en portugués, jogral; en italiano, giollare, zoglar.

(Texto tomado de http://endrina.wordpress.com/category/trovadores-y-juglares/)