Desde que se tienen registros escritos, el ser humano se ha preocupado por el estudio de los cielos. En algunos casos se les ha considerado la morada de
los dioses, se ha creído que tenía forma de caja con diferentes formas, que se apoyaba en algo (el coloso atlas o una tortuga), otros dicen que es
infinito, ha servido para guiar el rumbo de las naves en el mar, etc.
Como consecuencia del estudio de los cielos, se formularon distintas teorías:
- TEORÍA GEOCÉNTRICA. Considera a la Tierra el centro del Universo, y todos los demás planetas y estrellas giran a su alrededor. Fue sugerida en la
antigua Grecia y elaborada con cierto formalismo por el
filósofo Aristóteles (IV a.C.) siguiendo los planteamientos de Pitágoras y de su maestro Platón.
- TEORÍA HELIOCÉNTRICA. Considera al Sol como el centro de nuestro sistema planetario, y en general del universo, de manera que todos los demás
cuerpos celestes describen órbitas alrededor. El precursor fue Aristarco de Samos
y 2000 años después fue recuperada por Copérnico (1473-1543). La hipótesis heliocéntrica parte de una mayor simplicidad matemática para obtener predicciones
mejores que las del modelo geocéntrico, pero encontró pronto la oposición de la ciencia y la filosofía “oficiales”, siendo declarada por la
Iglesia Católica contraria al sentido común.
Kepler (1571-1630) estaba de acuerdo con la naciente teoría heliocéntrica y, como consecuencia de sus estudios y publicaciones, fue llamado a trabajar
en el observatorio de Tycho Brahe, astrónomo imperial. Al año de su llegada Brahe murió y Kepler ocupó su puesto. Utilizando las minuciosas obsevaciones
realizadas por Tycho Brahe sobre la órbita del planeta mercurio, y que se diferenciaban muy poco de las de una circunferencia, Kepler concluyó que la
única figura geométrica que concordaba era la elipse, con el Sol situado sobre uno de sus focos y, en consecuencia, enunció sus tres Leyes.
Los trabajos de Kepler permitieron pasar de la descripción geométrica de los cielos a la astronomía dinámica.