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La obra principal de Hume y que mejor resume todo su pensamiento es el Tratado de la naturaleza humana. Ésta se divide en tres libros: Del entendimiento, de las pasiones y de la moral.

Hume hace derivar todos los contenidos de la mente de la experiencia y los denomina percepciones. A su vez, éstas pueden ser: Impresiones (datos inmediatos de la experiencia, sensaciones) e ideas (copias o imágenes atenuadas de las impresiones). En último extremo, las ideas derivan de las impresiones y éstas de la experiencia.

Las impresiones pueden dividirse en impresiones de sensación (cuyo origen desconocemos) e impresiones de reflexión (se derivan en gran medida de las ideas).

Hay en el hombre una fuerza o impulso innato que le mueve, aunque no necesariamente, a asociar determinados tipos de ideas de tres modos posibles: Semejanza, contigüidad espacio-temporal y causa-efecto. Desde aquí se posibilitan todos nuestros razonamientos y, en consecuencia, todos nuestros conocimientos.

Sólo son posibles dos tipos de conocimiento: relaciones de ideas (expresan la relación necesaria entre dos ideas: conocimiento matemático) y cuestiones de hecho (expresan una relación arbitraria y probable fundamentada en la repetición de experiencias).

Entonces, ¿se puede hablar de algún principio necesario (metafísico)?

Hume comienza analizando el principio de causalidad. Ve que tiene que ser una cuestión de hecho, pues no hay relación necesaria entre los conceptos de causa y efecto.

¿Qué nos muestra la relación arbitraria entre causa y efecto? Sólo contigüidad o proximidad en el espacio y el tiempo, prioridad temporal y conjunción constante entre dos hechos, uno de los cuales se me presenta como causa y otro como efecto.

Por tanto, el principio de causalidad no nos muestra una conexión necesaria entre causa y efecto siendo tan sólo probable. Se reduce, por tanto, a un principio físico probable y no es un principio metafísico.

Siguiendo con su empirismo sensista se ocupa, en segundo lugar, del yo y llega a la conclusión de que el yo, no es más que un teatro donde se dan y unifican nuestras sensaciones. No podemos afirmar que exista algo más.

En cuanto a Dios, lo mismo pero agravado. La hipótesis de Dios es inútil. No es una exigencia de la vida cotidiana. Con esto, Hume, quiere hacer referencia a que nos vemos obligados a admitir como creencias para poder vivir cotidianamente, que no como conocimientos, el principio de causalidad y el yo. Pero eso no es aplicable a Dios.

Una vez que ha distinguido claramente qué es lo que podemos conocer. Hume pasa a analizar los sentimientos (pasiones) para concluir que éstas no son más que variaciones de placer o dolor. Es decir, que tienen un fundamento en la experiencia (interna). Distingue entre pasiones tranquilas y violentas, entendiendo que las últimas deben estar subordinadas a las primeras.

El objeto del estudio de las pasiones es la fundamentación de la moral. La moral, no tiene un fundamento racional, sino sentimental. Pero salva la objetividad de la ética. La ética es igual para todos porque las verdades morales se asientan en un sentimiento común de placer o dolor frente a lo mismo (humanidad). Éste es el que fundamenta la moral y el que debe regular la vida moral de cada individuo, que deberá subordinar sus pasiones violentas a ésta pasión tranquila.