Quizás lo más interesante del pensamiento de Wittgenstein, para el hombre de a pie de nuestro tiempo, sean las últimas páginas del Tractatus que están destinadas a establecer de qué es de lo que se puede hablar, qué se puede decir, y de qué es lo que hay que callar. Es decir, qué son sinsentidos.
Wittgenstein afirma que lo único de lo que podemos hablar con absoluta legitimidad es de lo captado por nuestros sentidos y expresado en las leyes científicas. Nuestro lenguaje sólo puede hablar de estos asuntos.
Sin embargo, la ética y la estética se ocupan del sentido del mundo o de la vida y el sentido del mundo no reside en él, no es observable y, por lo tanto, no se puede hablar de él. Cualquier intento de expresar enunciados morales en el único lenguaje posible, el de la ciencia, es un sinsentido.
Por tanto, la ética y la estética pertenecen a un más allá del límite del mundo. Sus objetos, los valores, están y se muestran. Pero no se pueden decir.
Lo mismo ocurre con las cuestiones metafísicas como, por ejemplo, la muerte o la eternidad. Esos asuntos están más allá de lo observable, de lo científico, de lo expresable. Pero se muestran.
A todos estos objetos que se muestran Wittgenstein los denominará con una curiosa expresión, pero ciertamente cargada de profundidad: lo místico.
¿A qué queda reducida la filosofía si no se puede ocupar de lo místico? La filosofía debe clarificar y delimitar nítidamente los pensamientos, que de otro modo son, por así decirlo, turbios y borrosos. Es decir, la filosofía debe hacernos usar bien nuestro lenguaje y prevenirnos ante los sinsentidos. No puede hacer más. Por tanto, la metafísica no es una parte de la filosofía. Está más allá de ella.
¿Qué intenta comunicarnos Wittgenstein?
Quizás dos cosas:
- Que como hombres de un mundo afectado hasta la médula por el imperio del cientificismo tenemos que ser conscientes de que no podemos librarnos de él. Debemos asumir que sólo podemos pensar el mundo que se nos da en los hechos. Y esos hechos son los observables y expresables en leyes empíricas casuales. (Es cierto que estamos imbuidos de ello pero, ¿realmente debemos aceptar dicho imperio? Wittgenstein está plenamente convencido de que esto es así y no lo cuestiona. Pero, ¿se puede cuestionar? Más aún, ¿se debe cuestionar?).
- Que, a pesar de ello, la realidad es más amplia que el mundo. Hay un más allá del mundo al que no podemos acceder desde el conocimiento sensible y del que no podemos hablar pero que se nos da, se nos muestra. ¿Cómo se nos da? ¿Cómo se nos muestra? La respuesta de Wittgenstein resulta interesante y hay que pensarla: en la vida. ¿A qué apunta Wittgenstein? Quizás a aquello que Michel Henry en su libro, Yo soy la Verdad, tematiza al afirmar que ante todo somos seres vivos, es decir, seres no reductibles ni explicables desde el mundo. Seres que sólo se pueden explicar desde la vida que se manifiesta en cada uno de ellos.
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