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Lo divino en la filosofía antigua.

La imagen mítica del mundo, que se refleja en las obras de Homero y Hesíodo, constituye el trasfondo de los intentos intelectuales de los filósofos presocráticos. Los primeros pensadores jonios llamaron al ser primigenio "lo divino" y, bajo este concepto de unidad y de ser, se inició una corriente hacia la teología filosófica que se configuró más tarde, especialmente con Platón y Aristóteles.

Para los filósofos presocráticos el cosmos y lo divino constituyeron un todo integrado, siendo la divinidad parte del mundo (como su fundamento, su origen y su potencia ordenadora). El cosmos fue considerado eterno (como la divinidad), racional y ordenado; y lo divino era inmanente y no trascendente al cosmos. Con excepción de los atomistas Leucipo y Demócrito, rechazaron siempre el azar como explicación última de la realidad y buscaron lo divino como lo necesario, ilimitado e inmutable; es decir, como no identificable con lo empírico, lo corpóreo y lo sensible que es lo cambiante y aparente. Los presocráticos mantuvieron la visión de lo divino como equiparable a lo necesario y como principio explicativo del orden y armonía del cosmos. Por tanto, esta convergencia entre el cosmos y lo divino explicó el origen y sentido del mundo.

Platón mantuvo la equiparación entre lo divino, lo inmutable, lo necesario y lo inteligible. Rechaza el ateísmo que explica el origen de las cosas por combinación del azar y por inmanencia de la naturaleza. Con él prosigue la intelectualización de la religión y una prolongación de la crítica a los antropomorfismos personalistas de la mitología que se complementa con su incipiente tendencia monoteísta (el bien, el Demiurgo, el alma del mundo). Para Platón, el demiurgo configura el mundo siguiendo el modelo arquetípico de las ideas. Desde esta metafísica de ideas esenciales se establece una conexión con el mundo sensible. Platón no conoce la idea cristiana de "creación", por lo que postula una materia eterna que es ordenada, configurada y planificada por el demiurgo según el modelo de las ideas eternas y del que surge el cosmos.

La razón especulativa griega sobre Dios se hace plenamente madura en Aristóteles, ya que con él se incluye en Occidente el tema de Dios entre los contenidos especulativos de la filosofía. La pregunta por el origen del ser (que en Platón está en conexión con su teoría de las ideas) se convierte en Aristóteles en una interrogación sobre el ser de los entes. Surge así la metafísica como ciencia del ser en cuanto tal, y que al buscar las causas y principios del ser, hace de Dios el fundamento. Aristóteles radicaliza la trascendencia divina y su separación del mundo sensible. Así, fue el Estagirita el primero en acuñar el término "teología" para denominar, dentro de su metafísica, la ciencia absolutamente primera que tiene por objeto los seres a la vez separados e inmóviles. La Teología aristotélica caracteriza a Dios como Motor inmóvil, Causa del ser, Pensamiento que se piensa a sí mismo y Acto puro.

Para los estoicos existía una única divinidad suprema, a la que se podía denominar de diversas formas: Zeus, el Logos o Razón suprema del Universo y que explicaba en último término el orden universal, el Espíritu que todo lo invade o la Providencia. Esta divinidad no era personal, pero lo invadía todo (panteísmo). Por su parte, los epicúreos excluyeron explícitamente la providencia estoica, y la crítica de tal providencia constituyó uno de los temas preferidos de su polémica. Eliminada del mundo la acción de la divinidad, el orden del mundo sólo podía ser explicado por las leyes que regulan el movimiento de los átomos. La teología de Epicuro es bastante original: En un horizonte estrictamente material parece que no habría lugar para lo divino y, además, una de las finalidades de la ética de Epicuro era liberar al hombre del temor de los dioses. Sin embargo, Epicuro admite la existencia de los dioses como un dato evidente a causa de su propio empirismo: los hombres poseen la imagen de la divinidad; y esta imagen, como cualquier otra, no puede haberse producido en ellos sino por flujos de átomos emanados de las mismas divinidades, las cuales no se preoucupan ni del mundo ni de los hombres.

Finalmente, para Plotino y el Neoplatonismo Dios es absolutamente trascendente: es el Uno, indivisible, inmutable, eterno; superior a todo pensamiento y a todo ser, inefable e incomprensible. A este Uno-Bien, que es fundamento de todo ser, realidad absoluta y suprema perfección, Plotino lo coloca más allá de la Inteligencia y más allá del Ser. Es el origen de la Inteligencia divina y del mundo de las Formas, que es su contenido; pero lo Uno mismo no es ni una Inteligencia ni una Forma. Lo Uno es la unidad absoluta, de la que procede todo número o pluralidad, es decir, toda realidad. Así pues, el Uno es absolutamente trascendente, es la absoluta simplicidad, la autosuficiencia y no le podemos atribuir legítimamente ni pensamiento, ni voluntad, ni actividad. El Uno de Plotino tampoco es, por tanto, el Uno de Parménides, principio monista, sino que es el Uno cuya trascendencia ya había sido subrayada por el neopitagorismo y por el platonismo medio. Es superior a todo pensamiento y a todo ser, inefable e incomprensible. Ni la esencia, ni el ser, ni la vida pueden predicarse del Uno, ya que es mucho más que todos ellos. El Uno no puede ser idéntico a la suma de las cosas individuales, pues son éstas las que requieren una Fuente, un Principio, y tal Principio ha de ser distinto y anterior a ella. Por consiguiente, el Uno es el principio supremo, la fuente primordial de la cual se deriva toda la pluralidad de los seres por una procesión eterna y necesaria.

Relaciona los siguientes pensadores con la idea que expresa una nota distintiva o característica de su concepción de la divinidad:

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