Al desentrañar ¿qué es la lógica?, al descubrir su definición esencial, comprobamos que en esa definición está también implícita su finalidad o utilidad; comprendemos ¿para qué sirve?. Por ser la lógica lo que es, entendemos que, efectivamente, sea un instrumento del saber: de la ciencia en general, y de la filosofía en particular. Sin embargo, a pesar de que en la propia definición de la lógica captemos su sentido y utilidad, esta cuestión es lo suficientemente importante como para que la desarrollemos con mayor profundidad.

Tradicionalmente se ha señalado y destacado el carácter propedéutico de la lógica como instrumento de la filosofía. Siendo la razón el instrumento propio de la filosofía, resulta evidente que el uso adecuado, correcto o legítimo de la razón es la garantía del pensamiento filosófico. Una palanca es un instrumento útil para levantar pesos; y un ordenador es un instrumento útil para almacenar, ordenar y procesar información. Ahora bien, la utilidad y eficiencia de estos dos instrumentos presupone una utilización adecuada, es decir, conocer las instrucciones de manejo o uso. Algo parecido sucede con la filosofía, la razón y la lógica. La lógica viene a ser el manual de instrucciones del uso de la razón, cuyo conocimiento y aplicación garantiza el buen funcionamiento de la razón como instrumento del quehacer filosófico.

Podemos concluir que la lógica es instrumento del saber: de la filosofía, en particular y de toda ciencia o disciplina, en general, ya que todas ellas pretenden alcanzar un conocimiento verdadero, que se ajuste a la realidad, y utilizan para ello la razón en su triple actividad de concebir, juzgar y razonar (ya sea deductiva o inductivamente).