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¿Somos felices?
Todos buscamos alcanzar una felicidad plena, absoluta, aunque somos conscientes de que no vamos a conseguir esa felicidad perfecta. A pesar de ello, no podemos renunciar a ese deseo natural de felicidad, y éste motiva e impulsa nuestras acciones.
Cada persona busca diferentes caminos o medios para lograr una felicidad que sitúa en diferentes ámbitos: algunos piensan que la felicidad consiste en acumular bienes materiales o riqueza ("el dinero da la felicidad"); otros buscan el éxito profesional, los honores o el reconocimiento de los demás; y muchos consideran que la felicidad consiste en una especie de equilibrio y satisfacción interior que se produce al obrar coherentemente y en conciencia consigo mismo y con los demás.

Libertad ¿para qué?
Nuestra libertad no nos la hemos dado a nosotros mismos, sino que hemos nacido con ella y debemos usarla. Lo cierto es que no somos tan dueños de nosotros mismos que podamos no utilizarla: en nuestra vida estamos obligados a decidir constantemente utilizando nuestra libertad. Por tanto, parece que esa libertad está destinada a algo: a decidir los pasos que vamos a dar en ese camino que es el de nuestra propia existencia, y cuyo itinerario vamos determinando libremente en cada momento.
Además, esa libertad tiende o se inclina hacia el bien: existe una especie de principio ético universal "grabado" en las conciencias de todos los hombres de todas las épocas y lugares. Ese principio nos dice que "hay que hacer el bien y evitar el mal". Otra cosa es que luego nos pongamos de acuerdo en qué es "lo bueno" y qué es "lo malo" (pero eso ya es el tema de otra unidad didáctica).

¿Nada?
El nihilismo afirma que todo carece de valor, incluso la vida, ya que ésta no posee ningún sentido. Probablemente los autores que en este sentido más han influido han sido Nietzsche y Sartre. Para Nietzsche el sentido de la vida es la "voluntad de poder" y para Sartre la "autorrealización". Ambos consideran que no existen valores objetivos, sino que es uno mismo quien se los crea. Es decir, las cosas no son queridas por lo que valen, sino al revés: valen porque son queridas. Pero lo más importante a destacar es el hecho de que tanto Nietzsche como Sartre son nihilistas: consideran que la vida no tiene sentido en sí misma y que, aunque nosotros podamos dárselo, este fin subjetivo acaba con nosotros mismos, o sea, con la muerte. En este sentido, Sartre afirma que el hombre es una "pasión inútil"; es una criatura "mal hecha" ya que su deseo natural de felicidad, de infinitud, de ilimitación no puede ser satisfecho.