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La admiración, inicio de la filosofía

Aristóteles decía que la filosofía nació de la admiración. Según el filósofo griego, lo que llevó a los hombres a filosofar fue el hecho de advertir que la realidad tiene logos, sentido, racionalidad. La realidad misma es admirable porque no es un caos, sino un cosmos, es decir, un conjunto ordenado de seres que siguen leyes racionales.

La admiración expresa una postura contemplativa orientada hacia el reconocimiento del misterio y de la grandeza del hombre y de toda la realidad. Como en el caso de la contemplación estética, el asombro implica salir de uno mismo y dejarse cautivar por la realidad. Muchas realidades (por no decir todas) pueden suscitar nuestra admiración: podemos sentir admiración ante un cielo repleto de estrellas, ante la belleza de una sonrisa, la complejidad del ojo humano o la maldad de una venganza. Ahora bien, para la "admiración" no es suficiente con "mirar", sino que hay que "saber mirar".

Un autor contemporáneo, A.J. Heschel, afirmaba que "con el avance de la civilización declina el sentido de la admiración". Nuestra sociedad de masas y de consumo muchas veces vive de acuerdo con una organización de la vida que se asemeja mucho a la vida animal: agobiados por las prisas y el afán de realizar el mayor número de cosas en el menor tiempo posible, vivimos en una incesante actividad, únicamente encaminada a producir medios o útiles para satisfacer determinadas necesidades de la vida. En esas circunstancias la existencia del hombre se convierte en una especie de estéril ciclo que sólo sirve para mantenerse a sí mismo y repetirse indefinidamente. Podríamos decir, siguiendo a Gabriel Marcel, que se ha confundido el ser con el tener. En ese contexto, el hombre es un ser pura y radicalmente pragmático, no tiene tiempo para preguntarse y, mucho menos para responder a la pregunta de qué son las cosas, porque simplemente las utiliza en su provecho. Ha perdido la capacidad para valorar las cosas y admirarse ante la realidad, y ha perdido esa capacidad por falta de uso, ya que no valora o aprecia las cosas, sino que simplemente las utiliza. Por tanto, no es de extrañar que quienes viven de tal forma, ante una obra de arte, por ejemplo, sólo conciban preguntarse ¿cuánto valdrá?, o ante un descubrimiento científico, ¿para qué servirá?.

Sin embargo, todos y cada uno de nosotros, en algún momento de nuestra vida adoptamos la actitud de "aquel que abre los ojos al mundo por primera vez" y "nos admiramos". En ese preciso instante formulamos las mismas preguntas que se han formulado todos los hombres de todos los tiempos y lugares, e intentamos hallar una respuesta. Pues bien, en ese momento, estamos haciendo filosofía.

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