Comentario
Todas las personas, en nuestra vida o biografía personal, constantemente nos vemos obligadas a tomar decisiones, a elegir un determinado camino ante una encrucijada de senderos; y normalmente esos caminos no son de ida y vuelta, sino que van marcando el rumbo de nuestra existencia, de nuestro vivir. Algo parecido sucede con la historia: la humanidad ha escrito y escribe su historia al elegir sus propios senderos y avanzar por ellos. Ciertamente, ese camino no ha sido uniforme, y la travesía nos ha llevado por abruptos senderos y apacibles valles, por áridos desiertos y frondosas montañas; también es verdad que no todo caminar implica un verdadero progreso, y así un avance rápido no garantiza que, habiendo perdido el rumbo, estemos simplemente andando en círculos. Sea como fuere, lo cierto es que, en el ocaso del segundo milenio, cuando la humanidad se ve acuciada por graves problemas, al mismo tiempo se ha visto abocada a un proceso de globalización que, en sí mismo, parece irreversible. El modo cómo se lleve a cabo esa globalización será el factor determinante que permita a la humanidad superar su crisis y llevarla o no a la aurora de una nueva era. No nos hallamos precisamente frente a la encrucijada de la globalización; para bien o para mal, consciente o inconscientemente, lo cierto es que ya hemos avanzado muchos pasos, muy probablemente sin retorno, en el sendero de una globalización que se inició en el ámbito de las comunicaciones y que abarca ya a la economía e incluso a la política. Muy probablemente, no tiene sentido perder tiempo ni energía debatiendo acerca de las bondades o maldades de una globalización que ya es y avanza, sino aunar urgentemente todos los esfuerzos para convertirla en un instrumento integrador y positivo para la toda la humanidad en esta ahora denominada "aldea global".

En lo referente a esta temática, resultan preocupantes, no sólo las importantes y numerosas reformas necesarias en todos los órdenes sino la actitud política, económica, intelectual y moral que tenemos como base o punto de partida frente al reto que plantea el dilema entre la homogeneización y la fragmentación cultural de este nuevo milenio. Unidad y diversidad no se oponen contradictoriamente, sino que se complementan: unidad en la diversidad y diversidad en la unidad. Si no entendemos y aceptamos esta realidad esencial, el proceso de globalización únicamente contribuirá a una mayor e irreversible injusticia mundial.

La globalización debe suscitar la conciencia de la unidad intrínseca de la especie humana, en el espacio y en el tiempo; pero dicha unidad no implica ni debe generar una uniformización ficticia y mutilante, sino una auténtica unidad en el respeto de la pluralidad. Llevados por el individualismo podemos seguir dividiendo y separando, erigir las diferencias o notas distintivas como barreras infranqueables que imposibiliten cualquier reconciliación y entendimiento o, por el contrario, podemos centrarnos en aquello que nos une en un común origen y destino. No se trata de postular un cómodo y fácil eclecticismo, ni tampoco de imponer un pensamiento único. Se trata, simplemente, de buscar, reconocer y aceptar todo aquello que es esencial y común y, por consiguiente, verdadero en lo que a lo humano se refiere. Es posible reconocer una especie de patrimonio espiritual de la humanidad, por lo que una común misión debería consistir, precisamente, en evidenciar la complementariedad de las diferentes culturas en las que vive el hombre. Ciertamente no es una tarea fácil pero, afortunadamente, poseemos uno de los más importantes recursos: la educación.

Reflexiona
Ruta 9 - Etapa 3 - Parada 3
La globalización: unidad y diversidad